sábado, 1 de febrero de 2025

NATIONAL GEOGRAPHIC 186 (NATIONAL PRESENT) (Atenas: la forja de un imperio)

 

 

 

Ya estoy aquí con otra sesión de (NATIONAL PRESENT)de la sección de NATIONAL GEOGRAPHIC.


Esta semana toca hablar Atenas: la forja de un imperio . Se viene una gran historia como es la del Imperio de Atenas toca saber parte de su historia uno de los grandes Imperios del mundo y porque han llegado tan lejos.

 

Pues no me enrollo más y vamos al grano.

 


La Acrópolis de Atenas fue reconstruida a mediados del siglo V a.C. por iniciativa de Pericles, que no dudó en utilizar para ello el tesoro de la Liga de Delos, trasladado a la ciudad en el año 454 a.C.

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Para los historiadores del siglo XIX, la Atenas del siglo V a.C. aparecía como un modelo de la democracia y la libertad. Las victorias sobre los persas, culminadas en las batallas navales de Salamina (480 a.C.) y Mícale (479 a.C.), habían demostrado la superioridad de un régimen, como el ateniense, basado en la igualdad de derechos de los ciudadanos y en el sentimiento patriótico. Las décadas siguientes serían testigos de un esplendor cultural extraordinario que legó obras como el Partenón, considerado símbolo de la civilización occidental.

En este favorecedor panorama de la Atenas clásica existen, sin embargo, numerosas sombras. Es conocida la limitación de los derechos cívicos a una minoría, compuesta por los varones adultos nacidos atenienses, o la existencia de la esclavitud. Del mismo modo, durante casi toda la segunda mitad del siglo V a.C. Atenas ejerció un férreo dominio sobre un gran número de ciudades griegas, sometidas o aliadas. La ciudad a la que se considera adalid de la democracia fue en ese período una verdadera potencia imperialista que se movía por motivos de interés y que no dudó en emplear la fuerza para imponer su ley.

Pero la aparente paradoja de una ciudad a la vez democrática e imperialista deja de serlo cuando se contempla la situación real de Atenas en esa época. Democracia e imperialismo se constituyen, así, en compañeros inseparables, una dualidad de la que resulta imposible valorar por separado uno solo de sus términos. La democracia se desarrolló casi a la par que el imperio y vivió sus más esplendorosos momentos precisamente durante su período de máxima expansión.

 

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La lechuza (arriba), el emblema de Atenea, diosa tutelar de Atenas, aparece en una moneda acuñada por la capital del Ática.

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En efecto, fueron los recursos obtenidos de la explotación de sus aliados –convertidos en meros súbditos de la voluntad expansionista de Atenas– los que permitieron a los atenienses desplegar un ambicioso programa de construcciones públicas que convirtió a la ciudad en referencia de toda Grecia, al tiempo que proporcionaba sustento y trabajo a sus ciudadanos más pobres.

Los atenienses tuvieron plena conciencia de que pertenecían a un Estado poderoso y pujante que no tenía parangón alguno con el resto de los Estados griegos de su tiempo. El mejor testimonio de esta ideología imperialista lo constituiría el discurso fúnebre pronunciado por Pericles en el año 430 a.C., y que es recogido por Tucídides e nsu Historia de la guerra del Peloponeso: «Nuestros padres –proclamó el “primer ciudadano de Atenas”– son dignos de elogio puesto que se adueñaron, no sin esfuerzo, del imperio que hoy tenemos... El imperio, en su mayor parte, lo hemos engrandecido nosotros mismos, los que vivimos todavía y los de edad madura, y hemos hecho muy poderosa a la ciudad en la guerra y en la paz, y en todos los aspectos».

EL ADVERSARIO: ESPARTA

Frente a estas pretensiones de Atenas se alzaba la otra ciudad que había protagonizado la resistencia griega ante los persas: Esparta. Caracterizados como el polo opuesto de los atenienses, los espartanos, con su régimen aristocrático apegado a las tradiciones helénicas, se erigieron en paladines de la liberación de Grecia frente a la tiranía de Atenas. Utilizaban así en su favor un astuto discurso propagandístico, basado en la historia y en el mito, del que los atenienses ya se habían servido anteriormente para legitimar su hegemonía sobre el resto de los griegos.

 

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El santuario de Apolo en Delfos era la sede del oráculo de este dios, por cuyo control pugnaron Atenas y Esparta durante la guerra del Peloponeso. En primer término aparecen las ruinas del templo de Apolo.

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Sin embargo, al reanudarse la guerra contra los persas en el 478 a.C., con la campaña de liberación de Chipre, Esparta se mostró incapaz de asumir el liderazgo indiscutible de la causa helénica. En parte ello se debió a la torpeza de algunos de sus dirigentes, como Pausanias, que alcanzó cotas extraordinarias de impopularidad por su abusivo comportamiento con los aliados. Además, los espartanos estaban muy condicionados por su sistema político, basado en el predominio militar de un grupo reducido sobre amplias capas de población sometida, lo que desaconsejaba una ausencia prolongada de sus tropas ante el peligro siempre latente de una rebelión generalizada en el Peloponeso.

La guerra se desarrollaba ahora en un escenario marítimo. Una vez derrotados los persas en el continente tras la batalla de Platea (479 a.C.), se trataba de expulsarlos de los dominios jonios del Egeo y sus zonas limítrofes, algo que favorecía el liderazgo ateniense, dado que la ciudad poseía la flota más potente y numerosa de todo el mundo griego.

LA LIGA DE DELOS

Fue en este contexto en el que se fundó, en el año 478 a.C., la llamada liga de Delos, una confederación de todas aquellas ciudades griegas –sobre todo de las regiones septentrionales del Egeo y de las islas– que deseaban proseguir la campaña contra los persas. La alianza se puso desde el principio bajo la autoridad de Atenas, como refleja el juramento fundacional que todos los integrantes debieron prestar, por el que se comprometían a tener los mismos amigos y enemigos que los atenienses hasta que unos bloques de hierro que fueron arrojados al fondo del mar frente a Delos afloraran de nuevo a la superficie.

 

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Pericles, artífice del renacimiento ateniense. Busto por Krésilas (copia). Museos de Escultura, Múnich.

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De esta forma, una alianza aparentemente entre ciudades iguales se convirtió en un instrumento imperialista en favor de Atenas, que impedía la posibilidad de que cualquiera de sus miembros abandonara el pacto. La patente desigualdad de recursos y efectivos entre los más de cien estados de la Liga favoreció el establecimiento de un sistema de contribución por el que los miembros más débiles compensaban su escasa prestación militar mediante el pago de un tributo que debía contribuir a sufragar los gastos de campaña. Apenas una docena de estados –entre ellos Naxos, Tasos, Samos, Quíos y Lesbos– aportaban sus fuerzas navales, mientras que los demás eran simples miembros tributarios.

Desde un principio, Atenas fue la encargada de recaudar el tributo. La tarea se encomendó a los generales atenientes, que recurrían a veces a la violencia y depositaban posterior mente lo recaudado en el templo de Apolo en la isla de Delos. También atenienses eran los magistrados que administraban los fondos, a pesar de su engañoso título de helenotamias («tesoreros de los griegos»).

 

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Arquero a caballo persa representado en un vaso ático del pintor Paseas. Siglo VI a.C. Museo Ashmolean, Oxford.

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Eran ellos quienes fijaban el montante total del tributo –460 talentos– y quienes poseían la capacidad de aumentar dicha cuota en función de las necesidades. Además, los atenienses disponían y controlaban la mitad de los votos del consejo de la Liga, por lo que podían imponer su voluntad sin dificultades sobre el conjunto de los aliados, a pesar de que éstos disfrutaban todavía de las ventajas de ser, al menos sobre el papel, estados libres y autónomos.

Esta situación tan favorable de Atenas dentro de la Liga condujo a la instauración de un auténtico imperio en el que los antiguos aliados pasaron a convertirse en meros súbditos de una potencia hegemónica, con vocación claramente expansionista, que ampliaba cada vez más sus dominios territoriales y sus parcelas de poder.

 

DE ALIADOS A SOMETIDOS

Algo similar ocurrió poco después, tras la toma de la isla de Esciros, habitada por una población no griega. La isla, que era un importante enclave para las rutas del comercio de trigo hacia Atenas a través de los estrechos del Bósforo y de los Dardanelos, fue ocupada por los atenienses con la excusa de cumplir las órdenes de un oráculo que mandaba buscar allí los restos del mítico héroe Teseo.

 

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Mapa de la liga de Delos y los estados aliados de Atenas.

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Esta política de promoción descarada de los intereses de Atenas continuó más tarde con la forzada incorporación a la Liga delia de la ciudad de Caristo, en la isla de Eubea, lo que constituyó además el primer ejemplo del empleo de la violencia por parte de Atenas contra otro Estado para reducirlo a la teórica condición de aliado. El uso de la fuerza contra los aliados se consolidó más adelante con ocasión de las revueltas de algunos de los estados más importantes –Naxos, Tasos o Samos–, sometidos tras una operación militar y convertidos desde entonces en meros tributarios.

En los casos de Naxos y Samos su forzada reincorporación a la Liga vino acompañada de la implantación de la democracia y la correspondiente liquidación de los regímenes oligárquicos que dominaban en ambas ciudades. En el de Tasos, se desposeyó a la isla de todas sus posesiones continentales en la costa tracia, ansiadas desde hacía tiempo por los atenienses por sus abundantes recursos metalíferos y madereros, y se instalaron en ellas colonos atenienses. Una vez más eran los intereses particulares de Atenas, y no los de la Liga en su conjunto, los que se promovían mediante las acciones militares. Lo que era una supuesta alianza multilateral hacía ya tiempo que había dejado de funcionar como tal y se había convertido en un instrumento de dominación ateniense.

 

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Con el traslado del tesoro a Atenas la Liga pasó a convertirse en una herramienta de l imperialismo ateniense. Arriba el templo de Isis en la isla de Delos.

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Tras la muerte de Cimón y la firma de la paz de Calias con los persas, en el año 449 a.C., ya no hubo campañas regulares contra los persas. La Liga de Delos perdía así su razón de ser original, pero los atenienses decidieron mantenerla en vigor. No sólo eso, sino que desde ese momento se hizo patente el deseo de Atenas de transformar la inicial alianza ofensiva contra los persas en un verdadero imperio. Unos años antes un episodio había escenificado de forma definitiva este cambio: el traslado de la sede del tesoro de la Liga desde la isla de Delos a Atenas. Fue también a mediados de siglo cuando tuvieron lugar las primeras medidas coercitivas ejercidas contra los aliados, que se tradujeron rápidamente en el lenguaje de los decretos, donde el término «aliados» aparece sustituido por «las ciudades» o «las ciudades que están bajo el control de Atenas».

Algunos de los aliados más importantes de la Liga no tardaron en percibir claramente esta cruda realidad, lo que provocó sucesivos y fracasados intentos de defección. Atenas manejaba la alianza a su antojo, ejerciendo un firme y absoluto control. La mejor constatación de este estado de cosas se encuentra al principio de la guerra del Peloponeso entre Atenas y Esparta, en el famoso diálogo de los melios que refiere Tucídides.

 

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Gracias a su poderosa flota y al control de los puertos, Atenas se convirtió en la mayor potencia comercial del Egeo. Naves mercantes y de guerra en un kylix ateniense de finales de siglo VI a.C. Museo Británico, Londres.

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En el 416 a.C., cuando los atenienses desembarcaron en la débil isla de Melos, enviaron a unos representantes a la ciudad para convencer a sus habitantes de que se sometieran voluntariamente, pero cuando éstos anunciaron su neutralidad en la guerra que enfrentaba a Atenas contra Esparta, los enviados atenienses impusieron de manera cínica la ley del más fuerte.

El predominio indiscutible de Atenas sobre el resto de sus aliados estaba basado en la potencia incuestionable de su flota, que contaba con un número cercano a las 300 trirremes, cantidad infinitamente superior a las posibilidades de cualquier otro Estado griego. Sin embargo, la hegemonía de Atenas se construyó también sobre bases políticas, económicas e ideológicas. Como afirmaba el célebre historiador norteamericano Moses Finley, «el imperialismo ateniense utilizó todas las formas de explotación material que tenía a su alcance en aquella sociedad».

 

FORMAS DE CONTROL

En el momento de su máximo apogeo, el número de estados tributarios que aportaban su contribución al tesoro de Atenas era de 205, tal y como consta en las listas de contribuyentes, cuidadosamente confeccionadas por magistrados atenienses encargados de la tarea, algunas de las cuales han llegado hasta nosotros y constituyen un inapreciable testimonio acerca de las realidades del imperio ateniense.

 

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Cabo Sunion. Las ruinas corresponden al templo de Poseidón, destruido por los persas y reconstruido en época de Pericles. Durante la guerra del Peloponeso, Sunion se fortificó para proteger las naves que abastecían Atenas.

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Todo el Egeo se hallaba bajo el estricto control de Atenas, desde la región de los estrechos del Bósforo, que da acceso al mar Negro, hasta las costas meridionales de Asia Menor, pasando por las numerosas islas del Egeo. Su flota garantizaba el control de las rutas comerciales y de los mercados, y casi llegó a monopolizar el abastecimiento de trigo que provenía de las ricas regiones de las costas septentrionales del mar Negro.

Muchas tierras fueron ocupadas por colonos atenienses, pertenecientes en su mayoría a las clases más pobres. Con ello Atenas disponía de una importante válvula de escape frentea las tensiones sociales y, a la vez, se aseguraba un contingente fijo de vigilancia ante cualquier intento de defección de los aliados. Pero no sólo el Estado como tal ampliaba así sus dominios territoriales, sino que se permitió a ciudadanos particulares adquirir tierras en esos lugares, pasando sobre la condición fundamental de la polis, la ciudad-estado griega, según la cual sólo los ciudadanos podían poseer tierras dentro de sus dominios.

 

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Las ofrendas a Atenea que se muestran en el friso del Partenón, fueron pagadas en parte por el tesoro de la liga de Delos.

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Además, Atenas estableció guarniciones en algunos estados y contaba con un elevado número de magistrados vinculados al imperio que servían en el exterior, como los inspectores o episkopoi y los hellespontophylakes o «guardianes del Helesponto», encargados de controlar el comercio del trigo y cobrar las correspondientes tasas de peaje por el paso por los estrechos.Asimismo, se transfirieron los procesos judiciales que comportaban la pena capital a los tribunales de Atenas, erigiéndolos de este modo en auténticos tribunales superiores, con la capacidad de conculcar la decisión ya adoptada por los organismos respectivos de cada Estado.

Además, Atenas obligó a las otras ciudades de la Liga a aceptar los decretos emanados de sus instituciones, que adquirían, de este modo, vigencia en todo el imperio. También impuso el principio de responsabilidad colectiva; en el caso de que un ciudadano ateniense fuera asesinado en un Estado de la Liga, todos los ciudadanos de este Estado quedaban obligados a pagar conjuntamente una multa de cinco talentos. Los atenienses impusieron igualmente el uso de su moneda y de su sistema de pesos y medidas.

 

BENDECIDA POR LOS DIOSES

Todas estas medidas vinieron acompañadas de un discurso ideológico que justificaba o legitimaba la posición dominante de Atenas. De este modo, los atenienses se apropiaron del recuerdo de las guerras contra los persas, erigiéndose en mártires abnegados y en protagonistas decisivos de aquella lucha, como se ve en los elogios de la ciudad presentes en las tragedias compuestas en Atenas y en el célebre discurso de Pericles antes citado.

 

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Éfeso, antigua fundación ateniense en Jonia (la costa de Asia Menor), se adhirió desde el principio a la liga de Delos, junto con las demás ciudades jonias.

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Atenas se atribuyó asimismo un papel mítico como ciudad madre de todos los jonios y como fundadora originaria de todas las poleis del Egeo, en un intento de cohesionar mediante vínculos religiosos a todos los miembros de la alianza.También se resaltó el papel de las divinidades como beneficiarias directas de los tributos de la Liga. Así, una sexagésima parte de esta recaudación se asignaba obligatoriamente a Atenea, a la que también se realizaba una ofrenda durante la celebración de la fiesta anual de las Panateneas.

Pese a todo ello, la conciencia de que el dominio de Atenas era una tiranía estuvo muy presente dentro de la propia ciudad, y no digamos entre sus forzados aliados, como prueban sus frecuentes rebeliones. No es pues extraño que, cuando Atenas fue definitivamente derrotada por Esparta en 404 a.C., muchos pidieran que la ciudad del Ática fuera destruida y sus ciudadanos esclavizados. Los espartanos se conformaron con derribar sus murallas y despojarla de todas sus posesiones exteriores; fue a la vez el fin del imperio y de la edad de oro de la historia de Atenas.


 
 

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 Pirata Oscar 

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