lunes, 9 de octubre de 2023

Muere Fernando Botero, un artista siempre a contracorriente

 


El artista, uno de los más famosos de su país, Colombia, ha fallecido a los 91 años de edad

 

Cuando a Fernando Botero le preguntaban sobre el alcance mundial de su obra, no solía andarse con rodeos: “Soy Fernando Botero, el pintor vivo que más exposiciones ha hecho en el mundo. Nadie ha hecho lo que yo he hecho en pintura”. Y podría haber añadido, para terminar de decorar su figura, que, durante las últimas décadas, ha sido el artista latinoamericano vivo más cotizado del planeta y, sin duda alguna, el máximo exponente del arte colombiano. De ahí que su fallecimiento a los 91 años de edad suponga la desaparición no solo de uno de los grandes artistas del último siglo, sino de una de las últimas y escasas personalidades instaladas en el imaginario social. Todos reconocen un Botero nada más verlo -no necesitan para ello ser expertos en arte-. Su particular estilo constituye ya una parte inextirpable de la cultura popular contemporánea.

¿Y en qué consiste este estilo al mismo tiempo tan personal y tan universal? La seña de identidad de un Botero -aquello que lo torna inconfundible- es el carácter volumétrico de sus figuras. La manera en que este pintor, dibujante y escultor mira la realidad no es con la intención de exaltar la gordura -como equivocadamente se ha supuesto miles de veces-, sino con la intención de celebrar el volumen y, por ende, la materia. Botero no pinta gordos; antes bien, expande la corporeidad de las figuras para extraer de ellas toda su sensualidad.

Para Botero, la exaltación del volumen ha sido su estrategia para declararse en rebeldía e ir a contracorriente de los dictados del arte contemporáneo. Cuando, en la década de 1950, comenzó a pintar, evitó su adscripción a cualquiera de los “ismos” hegemónicos y optó por una figuración “mágica” que estaba huérfana de cualquier favor crítico. El artista colombiano se estableció como una isla en medio de todopoderoso Expresionismo Abstracto, del emergente Pop Art o de los radicales conceptualismos. Ya no se trataba de que apostara por un lenguaje figurativo alejado de las nuevas tendencias, sino que, además, dicha figuración solo constituía una excusa para trabajar el volumen.

Botero era consciente de que, en la pintura contemporánea, el volumen constituía un tabú. Y, habida cuenta de que, para él, la naturaleza de un artista siempre ha de ser la de estar en desacuerdo, su apuesta por el volumen se convirtió en una forma de disidencia, de transgresión de todos los imperativos históricos que aherrojaban a la pintura. Conforme los cuerpos de las figuras crecían, el espacio entre ellas disminuía y el aire y los vacíos terminaban por desaparecer. El espacio pasa a operar como un contenedor opresivo, insuficiente, en el que las masas corporales presionan las unas contra las otras con tal de entrar en cuadro. Incluso los objetos de sus naturalezas muertas -platos, vasos, cualquier alimento- son filtrados por ese tamiz agigantador de su mirada.

La condición paradójica de la obra de Botero es que, arremetiendo siempre contra el academicismo, no dejó de homenajear a los maestros antiguos. Sus versiones de obras de Leonardo, Van Eyck, Velázquez, Mantegna etc. hacen de él de uno de los principales ejemplos de la interpretación libérrima del pasado tan característica del pensamiento posmoderno. Para Botero, la historia del arte constituía una materia dúctil que su estilo podía modelar a su antojo. En sus piezas inspiradas en maestros del pasado, hay traición y respeto al mismo tiempo, parodia y gravedad.

Estos “homenajes” podían ser directos -cuando traducían a su lenguaje de cuerpos expandidos obras concretas de los artistas de otros periodos- o indirectos -mediante citas específicas o interpretaciones muy laxas de determinadas composiciones-. Botero era un estudioso concienzudo de la historia del arte. En sus obras de temática religiosa, en la desnudos y costumbres sexuales, los retratos de personalidades políticas o las escenas protagonizadas por gente común real o imaginaria, la impronta de los maestros del pasado es patente. No es inexacto decir que Fernando Botero fue un devoto profanador del pasado. Lo amó con misma pasión que lo traicionó. Y fue en esta tensión indisoluble en donde el artista colombiano cimentó su desacuerdo con las grandes corrientes del arte contemporáneo y, en definitiva, en donde plantó la semilla fértil de un estilo apabullante que derribó fronteras y culturas. 

 

OBRA POLÍTICA

Durante los últimos años de trayectoria, Botero se adentró también en el arte de denuncia política. Y, en lo que a esto respecta, una de las series más impactantes y aplaudidas fue la de “Las torturas de Abu Ghrabi” (2005). Compuesta por más de 70 lienzos, este ciclo critica abiertamente la violencia del gobierno estadounidense en Irak. Para elaborar estas obras, Botero volvió una vez más a los maestros del pasado: esta vez, a “Los desastres de la guerra”, de Goya.

 

 

Botero, de la arena a los lienzos



Fernando Botero, el artista latinoamericano más cotizado en todo el mundo, creador de 'el Boterismo' ©Fernando Botero

 

El pintor y escultor colombiano siempre hizo gala de su afición por el toreo, no sólo en su extensa obra de temática taurina, sino como mecenas de toreros

 

El gran motor de uno de los más importantes maestros de la pintura internacional, el colombiano Fernando Botero, siempre fue el arte. Incluso, antes de descubrir que lo suyo era la pintura y la escultura.

Hoy, cuando Botero nos ha dejado en Mónaco a los 91 años, no sólo el mundo de las artes plásticas le llora, también el de los toros. Porque con él, la tauromaquia también ha perdido a uno de sus embajadores más apasionados e influyentes. El maestro siempre ensalzó, valoró y defendió el toreo sin tapujos en la plaza, en su obra y en su vida cotidiana.

Pocos saben que en la plaza de toros "La Macarena" de su Medellín natal, un jovensísimoFernando Botero prefería el percal y la franela antes que el lienzo y los pinceles para dibujar verónicas y naturales en la arena. Allí, con el viejo Aranguito como su maestro, soñaba con ser torero, se imaginaba la plaza llena coreando su nombre y después, en los descansos, cogía papel y lápiz para dibujar los tendidos de la plaza, los arcos de sus balcones y las montañas que sobresalían detrás de muros. Si no le gustaban, arrancaba las hojas de su cuaderno y las dejaba allí, en el callejón de la plaza. Cuentan los que entrenaban con él que, de haber sabido que finalmente Botero sería pintor y no torero, habrían recogido aquellos bocetos descartados con más alegría que el cabreo que les generaba limpiar la plaza de aquella "basura" tras los entrenamientos. Entonces, aquellos dibujos eran tan flacos como los torerillos que entrenaban un oficio que les pudiera sacar de pobres. Pero fue en la plaza donde, según confesó después, "a través de los toros llegó su afición por la pintura".

Habiéndose decantado Botero por los caballetes, el maestro nunca se olvidó del toreo. En Colombia, como en España, México y Francia, era normal verle en las plazas de toros disfrutando de las corridas que tanto le emocionaban. Pero, sin duda, consiguió dejar su profunda huella en lo taurino con su obra. Igual que Goya y Picasso, Botero tiene sus "Tauromaquias"; una extensa colección dedicada al mundo del toro, pues, según él "los toros hacen la vida fácil al pintor porque es una actividad que ya de por sí tiene mucho color. El traje de luces del matador, la arena, la barrera, el público… Es un tema maravilloso, le da poesía a la pintura", opinaba.

Pero no sólo, el torero colombiano más importante de la historia,César Rincón, con motivo del LC aniversario de la inauguración de la plaza de toros "Santamaría" de Bogota, lució un capote de paseo diseñado por el artista y su pintura ha ilustrado los carteles de no pocas ferias en el mundo, como la de Sevilla en 1999, o la encerrona a beneficio de los damnificados por el terremoto que destruyó Haití que su amigo personal, el francés Sebastián Castella, realizó en Nîmes en 2010 y en la que Botero realizó un retrato del propio torero, algo poco usual en su obra.

Incluso, iba más allá en su afición, pues su sensibilidad le llevó a impulsar la carrera de novilleros de su país. Por eso, cuando conoció la historia de Juan Pablo Correa, un novillero que salió de uno de los barrios más conflictivos de Medellín, no dudó en apoyarlo, actuando como mecenas para que viajara a formarse en España, de donde regresó para tomar la alternativa en la misma "Macarena" que Botero dibujaba en su niñez. Este domingo 17, cuando Juan de Castilla, ahora convertido en el matador de toros colombiano con mayor proyección, confirme su alternativa en Las Ventas de Madrid y seguramente su montera se eleve al cielo en agradecimiento al maestro, Botero se asomará a desearle suerte.

 

 

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 Pirata Oscar 

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