martes, 4 de abril de 2023

NATIONAL GEOGRAPHIC 94 (NATIONAL PRESENT) (La escritura jeroglífica de los antiguos Mayas)

 

 

 

Ya estoy aquí con otra sesión de (NATIONAL PRESENT)de la sección de NATIONAL GEOGRAPHIC.


Esta semana toca hablar "La escritura jeroglífica de los antiguos Mayas".Ya hablamos de lo mayas vamos a conocer un poco más sobre ellos esta vez su escritura que es muy importante.

 

Pues no me enrollo más y vamos al grano.

 

 

La escritura jeroglífica de los antiguos Mayas

 

 

 

Estela de una noble maya en la que se rememoran los hechos ocurridos en un período de veinte años llamado K'atun. Foto: Wikimedia Commons



Gilfos tallados en piedra


El complejo sistema de escritura de los mayas se convirtió, tras la conquista española, en un idioma indescifrable. Hasta que en 1952 un lingüista ruso descubrió la fórmula para escuchar de nuevo las voces de los mayas

 

 

Cuando los españoles conquistaron la península de Yucatán, a partir de 1527, quedaron enormemente sorprendidos al ver que los indígenas de la zona tenían «libros» o «pergaminos» en los que registraban todos los conocimientos «memorables de su tiempo». No habían visto nada parecido entre los aztecas, ni tampoco lo encontrarían entre los incas de Perú tras la conquista de Pizarro, unos años después; ambos pueblos tenían una arquitectura y un arte sofisticados, vivían en grandes ciudades y administraban vastísimos imperios, pero carecían de escritura. En la América precolombina, sólo los mayas desarrollaron un sistema de escritura comparable con el de las grandes civilizaciones del Próximo Oriente, como Egipto o Mesopotamia.

Es difícil saber cuándo comenzaron a escribir los mayas. Los textos más antiguos encontrados, en las tierras altas de Guatemala –como la Estela 1 de El Portón o los murales de San Bartolo–, se remontan al siglo III a.C. En todo caso, fue en la época Clásica (250-900 d.C.) cuando se produjo el grueso de los textos que nos han llegado. Éstos se inscribían sobre una gran diversidad de soportes: vasijas de cerámica, estelas y dinteles de piedra, conchas, huesos, obsidianas o jades, y en las paredes de algunos edificios y cuevas (lugares de gran valor religioso para los mayas). A la llegada de los españoles los mayas ya no escribían sobre piedra, pero seguían componiendo los mencionados «libros» o «pergaminos», que hoy llamamos códices.

Hogueras de libros

La conquista española trajo consigo la pérdida de la tradición escrita. Los conquistadores, incapaces de entender el significado de aquellos símbolos complejos, los consideraron como «superstición y falsedades de demonio», según escribió el obispo de Yucatán, Diego de Landa. A sus ojos, los códices eran un claro obstáculo para instaurar con éxito la nueva religión cristiana entre los indígenas, y por ello todos los «libros» que se hallaron durante la conquista fueron quemados.

Los últimos de los que hay noticia fueron los descubiertos por los españoles a finales del siglo XVII en Tayasal, ciudad situada en el lago Petén Itzá, en Guatemala, último lugar de las tierras mayas en ser conquistado. A partir de entonces sólo sobrevivió la llamada literatura maya colonial, inspirada en la tradición oral y escrita en alfabeto latino, pero nadie podía ya interpretar el sentido de los símbolos de la época clásica.

 

 

Páginas del códice Dresden en las que se describen las fechas más importantes de cada mes.

Foto: Wikimedia Commons
 

Hubo que esperar al siglo XIX para que renaciera el interés por aquellos extraños textos de imposible entendimiento. Ese redescubrimiento se basó en dos fuentes: los códices y las inscripciones. Pese a la quema ordenada por los españoles, unos pocos manuscritos se salvaron gracias a que fueron enviados a la corte de los reyes de España como regalos exóticos. Hoy conservamos tres de esos códices, denominados por el lugar en el que se conservan: el Códice de Dresde, el Códice de Madrid o Tro-Cortesiano, y el Códice de París o Códice Peresiano (algunos añaden también el Códice Grolier, un cuarto manuscrito descubierto en la década de 1960).

 

 

Bol con jeroglíficos encontrado en Guatemala, período clásico tardío, 600 d.C. Museo De Young.

Foto: Wikimedia Commons
 

El Códice de Dresde tuvo especial importancia porque el gran erudito alemán Alexander von Humboldt reprodujo cinco de sus páginas en uno de sus libros, poniendo así este material al alcance de sus colegas. En cuanto a las inscripciones, fueron conociéndose a medida que se exploraban las antiguas ciudades mayas y se publicaban grabados detallados de estelas, dinteles o altares decorados con esos símbolos. Particular importancia tuvo el libro del estadounidense John Lloyd Stephens, fruto de su expedición por América central en 1839-1841, en la que visitó lugares como Copán, Uxmal y Palenque, con espléndidos grabados del inglés Frederick Catherwood.

Inicialmente, los estudiosos se sintieron desconcertados ante todos aquellos símbolos. Algunos pensaron que eran meramente decorativos, aunque el hecho de que estuvieran alineados en columnas y se repitieran de un yacimiento a otro sugería un paralelismo con los jeroglíficos egipcios, que acababan de ser descifrados por Champollion. En el caso de la escritura maya, sin embargo, el proceso de interpretación fue mucho más lento y dificultoso, y de hecho no quedaría encarrilado hasta la década de 1950.

 

Números y fechas

La aventura del desciframiento empezó por los números. En la década de 1830, un estudioso estadounidense, Constantine Samuel Rafinesque, comprendió que los puntos que aparecían en muchos símbolos tenían un valor numérico, de 1 a 4, y que las rayas verticales y horizontales equivalían al 5. A finales del siglo XIX, el bibliotecario y lingüista alemán Ernst Förstemann descubrió, a partir de un detenido estudio del Códice de Dresde, que aquella numeración correspondía a un sistema vigesimal (no decimal, como el nuestro) e identificó un glifo que representaba el cero.

Förstemann también estableció que los símbolos mayas debían leerse de arriba abajo y no de izquierda a derecha, y supo ver que los numerales se usaban para indicar fechas del calendario, ya se refiriera a ciclos periódicos que seguían el movimiento de los planetas, como el llamado ciclo de Venus, ya se tratara de la llamada «cuenta larga», un sistema de datación absoluta que comenzaba por un punto en el tiempo que consideraban el origen del mundo.

 

 

Los números mayas se escribían mediante rayas (5) y puntos (1), 

Foto: Cordon Press
 

Los hallazgos de Förstemann y de los autores que desarrollaron sus tesis –por ejemplo, fue Joseph Goodman, un editor de periódicos norteamericanos, quien determinó la «fecha cero» del calendario maya en el año 3114 a.C.– permitieron por primera vez interpretar, siquiera en parte, los códices e inscripciones mayas, pero al mismo tiempo tuvieron una consecuencia negativa, pues los estudiosos llegaron a la conclusión de que los textos mayas tenían únicamente un contenido astronómico.

De hecho, el Códice de Dresde constituye una suerte de almanaque en el que se explican los ciclos agrícolas, rituales periódicos, etcétera. Tal era el parecer del primer gran especialista moderno en el mundo maya, el inglés Eric S. Thompson (1898-1975), quien consideraba que los mayas escribían en sus textos sobre deidades, cálculos calendáricos o astronomía, pero no sobre hechos históricos o cotidianos.

 

 

Mediante la escritura jeroglífica los mayas inmortalizaron las gestas de sus gobernantes y los hechos más importantes de su historia.

Foto: Wikimedia Commons
 

Su erudición era superior a la de cualquiera, lo que le permitió presentar al público prácticamente todo lo que se conocía de la cultura maya; pero, a la vez, esa superioridad le hizo reticente a los cambios de opinión. Por eso, cuando en 1951 un lingüista ruso llamado Yuri V. Knorosov sostuvo que los glifos mayas, lejos de ser meros símbolos religiosos o calendáricos, tenían un valor fonético y constituían un sistema de escritura completo, como los que se habían desarrollado en el Viejo Mundo, desde Mesopotamia y Egipto hasta la India y China, Thompson lo desdeñó como una hipótesis sin fundamento.

 

Un ruso encuentra la clave

Knorosov había tomado como punto de partida un documento del siglo XVI: la Relación de las cosas de Yucatán del obispo Diego de Landa. La obra se conservaba en la biblioteca de la Real Academia de la Historia en Madrid, pero estuvo traspapelada hasta que en 1862 la localizó el abate francés Brasseur de Bourbourg, quien la publicó dos años después. La importancia del libro de Landa para la interpretación de la escritura maya reside en que incluía una ilustración del «alfabeto» maya, una lista de símbolos mayas con su correspondencia en letras de alfabeto latino. En realidad, el «alfabeto» de Landa erraba al suponer que cada símbolo corresponde a un sonido, cuando en realidad lo que representan son sílabas, justo lo que supo ver Knorosov.

El lingüista ruso relacionó la escritura maya con otras de la antigüedad (había estudiado también egiptología) y comprendió que, dado que la escritura maya tiene unos 800 signos, no podía ser ni puramente alfabética (no se necesitarían más de 40 signos) ni ideográfica, pues ninguna lengua tiene tan sólo 800 palabras. Debía ser, por tanto, una combinación de logogramas y de signos silábicos, como la escritura cuneiforme, que tiene 600 signos.

 

 

Estela en la que se detalla la celebración de un ritual por Sahal K'utim encontrada en el yacimiento de Piedras Negras, hacia 795 d.C., Cleveland Museum of Art.

Foto: Wikimedia Commons
 

El descubrimiento de Knorosov fue recibido con gran escepticismo por sus colegas de otros países, en particular por Thompson. Eran los años cincuenta, en plena Guerra Fría, y ni Knorosov pudo mostrar con libertad sus descubrimientos, ni Thompson –que desarrolló la mayor parte de su carrera académica en Estados Unidos– quiso dar paso a nada que viniera del otro lado del Telón de Acero. Pese a ello, los buenos profesores tienen alumnos contestatarios, y afortunadamente eso sucedió con Thompson: los mayistas que le siguieron no aceptaron su obstinación.

Ése fue el caso de Tatiana Proskouriakoff, estadounidense de origen ruso, quien conocía y tradujo los trabajos de Knorosov, y que en la década de 1960 descubrió que las inscripciones del yacimiento de Piedras Negras, en Guatemala, mencionaban hechos biográficos de los reyes, como su nacimiento, su ascenso al trono y sus títulos o nombres propios. Con ello mostró por primera vez que las inscripciones mayas no se referían únicamente a la religión y el calendario, sino que hablaban de la historia política de cada ciudad maya. Su exposición resultó tan clara que incluso Thompson no tuvo más remedio que darle la razón.

 

 

Glifos hechos con estuco descubiertos en la ciudad de Palenque

Foto: Wikimedia Commons
 

A partir de las aportaciones de Knorosov y Proskouriakoff, los especialistas posteriores no han dejado de profundizar en la interpretación de la escritura maya. La posibilidad que hoy tenemos de leer casi todas las inscripciones mayas ha cambiado radicalmente nuestro conocimiento de esta antigua civilización. Los textos nos cuentan la historia de las élites gobernantes, lo que éstas querían que perdurara en el tiempo. Al fin y al cabo, sólo esas élites tenían acceso a la lectura y escritura, y ésta era vista como un instrumento de poder.

Es reveladora, por ejemplo, la estela 12 del yacimiento de Piedras Negras en la que se describe la captura de un escriba, que tiene los dedos fracturados y al que espera la tortura y el sacrificio. El escriba era un blanco prioritario en las guerras, no sólo porque era de condición noble, e incluso podía pertenecer a la familia real, sino porque eliminándolo se borraba la historia misma del Estado vencido, sustituyéndola por la que escribían los escribas vencedores.

 

La lengua de los glifos

Se ha avanzado mucho en el conocimiento de la lengua en la que están escritos los textos jeroglíficos. En la mayoría de los casos se trata de la que se conoce como lengua maya clásica. Hermana de lenguas como la maya yucateca o la tzeltal (que aparecen ocasionalmente también en textos) se convirtió en una lengua de prestigio en toda el área maya, de un modo similar a lo que ocurrió con el latín en la Europa medieval y renacentista. Hoy puede conocerse a través de dos lenguas derivadas: el chortí –hablado en pequeñas regiones de Guatemala y Honduras– y el chol –arraigado en la región chiapaneca de México–, mientras que el yucateco y el tzeltal también siguen vivos en México.

 

 

Cada signo maya se corresponde con una sílaba, las cuales se unen entre sí para componer palabras.

Foto: Wikimedia Commons
 

Los primeros epigrafistas apenas hablaban lenguas mayas contemporáneas, lo que dificultó el proceso de desciframiento, pues la relación de vocabulario y estructuras gramaticales actuales con los antiguos textos es muy directa. Para los estudiosos de hoy en día, en cambio, es casi obligatorio aprender una lengua maya moderna, lo que ha facilitado un avance más rápido en el desciframiento de las, hasta no hace mucho, enigmáticas inscripciones mayas.

 

 

TODA LA INFORMACIÓN LO HE 

ENCONTRADO EN LA PÁGINA 

OFICIAL DE NATIONAL GEOGRAPHIC


 




 Pirata Oscar 

No hay comentarios:

Publicar un comentario