PARÍS 2024 | ESCALADA
El español, que estaba 14º tras los bloques, es el mejor en la cuerda, su especialidad, para darse la oportunidad de defender el oro en Tokio.
Se había dejado trabajo por hacer y lo hizo. Este miércoles, el vigente y primer campeón olímpico de escalada, Alberto Ginés, accedió a la final de los Juegos (este viernes, desde las 10:15) como cuarto clasificado. El lunes, en la prueba de bloques, en la que fue 14º, terminó “frustrado”, pero mirando hacia adelante. La otra disciplina de la que se compone la combinada en París (la velocidad, la diferencia de Tokio, va por fuera), la cuerda de dificultad (un muro de 15 metros en el que se van sumando puntos por zonas alcanzadas a lo largo de seis minutos), es su especialidad. Confiaba en ella y lo podía hacer. En un día que dejó fuera o tocados a muchos favoritos, Ginés fue el mejor con 72 puntos (para un total de 100.7) y presentó, de nuevo, candidatura. Tendrá la oportunidad de defender su pionero oro y “volver a soñar”.
La mañana se fue cobrando sus víctimas desde temprano. El esloveno Luka Potocar, que también tenía en la dificultad su gran esperanza (plata europea en 2022 y mundial en 2021), se quedaba en 24 puntos (para 43.6) y, con un puñetazo contra la pared, se despedía de sus opciones. Como él, tantos otros. Hasta la llegada de Ginés, todas las actuaciones habían sido muy discretas. Tras su paso por el muro, que le dejó primero durante cuatro turnos, sólo le superaron el japonés Sorato Anraku (68 y 137 puntos), el británico Toby Robertos (68.1 y 122.2) y el checo Adam Ondra (68.1 y 116.8). Este último, una leyenda, era el primero en levantarle de la silla caliente. Un error inesperado de otro de los grandes, el alemán Alexander Megos, bronce mundial, aseguró su presencia en la final, “en la que todo es posible”. Un alivio.
“¡Vamos, Alberto, Vamos!”, gritaba el entrenador de Ginés, David Macià, antes de que su pupilo empezara la remontada hasta la final. Bajo un sol abrasador en Le Bourget Sport Climbing, también le mandaba sus ánimos Felipe VI, que quería estar al lado de un campeón en apuros. Y, con las manos totalmente blancas, con magnesio a tutiplén, como le gusta, después de mirar hacia arriba durante unos segundos, Alberto emprendía su Everest. Lo hacía con mucha seguridad, sabedor de sus capacidades. Arriba, arriba, arriba, sin problemas. En las primeras diez presas, un punto cada una, calentó motores. En la siguiente decena, que ya valían doble, donde muchos hasta ese momento habían desistido, empezaba su exhibición.
La actuación de Ginés, muy superior a todo lo visto, condicionó todo lo que quedaba por ver. El español, que antes de caer sólo había pasado alguna dificultad en la zona azul del tercer nivel, donde había cedido el británico Hamish McArthur, líder general en ese momento (entró a la final como octavo), fue el primer escalador en llegar hasta el tramo más alto (cuatro puntos por presa), en el que se despegó de la pared con el trabajo hecho. “Ya no sé escalar mejor”, decía luego entre risas. Quedaban muchos rivales por salir a competir, pero sabía que sus 72 puntos podían valer para estar entre los ocho mejores otra vez. Así fue. Apretó los puños, levantó al presidente del COE, Alejandro Blanco, y al Rey de sus asientos y le recordó a todo el mundo que el campeón olímpico está en París.
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