Lola Flores ha sido una de las artistas más revolucionarias de nuestro país: actriz, bailaora y cantante, embajadora de la copla y del flamenco
El sábado 21 de enero se cumplen cien años del nacimiento de la artista, reconocida más allá de nuestras fronteras
Comenzó a actuar en algunas fiestas privadas y espectáculos pequeños hasta que, en 1939, debutó en el evento Luces de España celebrado en un teatro de Jerez. Entre el público estaba el director de cine Fernando Mignoni, que la fichó para la película Martingala. El rodaje la llevó a Madrid y convenció a su familia para trasladarse allí.
La trayectoria imparable
En la capital de España, fue cogiendo experiencia hasta que en 1943 el empresario Adolfo Arenaza la contrató para actuar en un espectáculo fusión de copla y flamenco denominado Zambra junto al cantaor Manolo Caracol. El éxito fue absoluto y se mantuvo en cartel varios años en distintas ciudades españolas, lanzando a Lola al estrellato definitivo de la mano de canciones tan conocidas hoy en día como La Zarzamora.
Tal fue la repercusión generada por Lola y Manolo Caracol que, además de trabajar juntos, mantuvieron una relación sentimental entre 1943 y 1951, etapa durante la que grabaron dos películas, Embrujo (1947) y La niña de venta (1951). Pero el amor se terminó y decidieron emprender rumbos separados.
La Faraona se casó en 1957 con Antonio González El Pescaílla, un talentoso guitarrista gitano al que se le atribuye, junto a Peret, la paternidad de la rumba catalana. La boda en la basílica de El Escorial se celebró a las 6 de la mañana y casi en la clandestinidad: El Pescaílla tenía un hijo con una sobrina de la bailaora Carmen Amaya y Lola temía que pudiera aparecer alguien del clan para impedir el enlace. La pareja tuvo tres hijos: Lolita, Antonio y Rosario. Los tres heredaron las dotes artísticas de sus padres y, la saga, está asegurada, porque los nietos de la pareja también se dedican al mundo artístico: Alba Flores, hija de Antonio, y Elena Furiase, de Lolita, son actrices mientras que Guillermo Furiase, hijo de Lolita, se dedica a la música.
Lola continuó su trayectoria y firmó varios contratos televisivos y abrió la puerta de América. Llegaron películas como ¡Ay, pena, penita, pena! (1953), Morena Clara (1954), La Faraona (1956), de la que procede su apodo, Lola Torbellino (1956), Maricruz y Sueños de Oro (1957), María de la O y Venta de Vargas (1959) o La gitana y el charro (1963).
La intensidad de trabajo fue acompañada por una gira por países como México, Cuba, Brasil, Argentina e incluso Estados Unidos, donde protagonizó una crítica en The New York Times en la que animaban al público a que no se la perdieran. Lola Flores fue parte de ese grupo de folklóricas imprescindibles de la época como Carmen Sevilla, y anfitriona de las mejores fiestas de Madrid: Ava Gardner, que no se perdía una, estuvo en el bautizo de su hijo Antonio Flores.
La época más dura
Rondando los años 90 vivió quizá lo más duro en su vida personal. Llegaron los problemas con Hacienda y le diagnosticaron un cáncer de mama. Ella se reía de sus propios pesares: "Que este año nos traiga salud, que nos queramos mucho y haya dinero para Hacienda, pero también para uno", llegó a decir en televisión. En 1987, Hacienda le reclamó a la Faraona 50 millones de las antiguas pesetas, acusada de no haber presentado la declaración de la Renta durante cuatro ejercicios. Al final recurrió y no pagó, dejando para la posteridad el mítico ruego de que todos los españoles podían colaborar con una peseta, anticipándose al actual 'crowdfunding': "No me merezco esto, porque soy un mito", decía.
El cáncer la acompañó durante más de 20 años. Ella se negó a la extirpación ante el miedo de que el cambio en su figura perjudicara a su carrera. En este tiempo dio el salto a la televisión con un personaje en la serie Juncal y como presentadora en varios programas. La enfermedad terminó con su vida el 16 de mayo de 1995 en su casa El Lerele, en la urbanización madrileña de La Morajela, a los 72 años. Fue una figura arrolladora que forjó un personaje único que, a día de hoy, es considerada la musa del empoderamiento y, sin pretenderlo, se convirtió en diva y referente del colectivo LGTB.
De Lolita Flores a la Zarzamora
Lola Flores nace como artista en una España de posguerra, cartillas de racionamiento y estraperlo
Durante este año se organizan diferentes actos para homenajear el centenario de su nacimiento, en el barrio jerezano de San Miguel
Lola Flores nace como artista en el Jerez de la Frontera de la dura posguerra, dentro de una España en blanco y negro, cartillas de racionamiento y estraperlo. Sus raíces se encuentran ahí. Un mundo de taberna, vino y flamenco bronco, de fiesta de señoritos, cortijo y gitanos, donde la mujer quedaba relegada siempre a lo marginal, a lo prohibido.
Pronto hará de la necesidad virtud, y verá en esos ámbitos tan adversos una oportunidad para brillar con luz propia y crearse un nombre en el mundo del espectáculo, pues “bailando, oro de ley… esa llega a donde quiera”, tal y como escribe Caballero Bonald sobre uno de sus personajes en Dos días de setiembre.
Flamenca y gitana impostada, la entonces “joven canzonetista y bailarina”, según la publicidad de la época, debuta en el teatro Villamarta, como “Lolita Flores Imperio de Jerez”, con el pasodoble Cuna cañí, que toma del repertorio de Pastora Imperio.
Lola Flores "Cuna cañí"
Lo hace como telonera en la compañía de Custodia Romero y Melchor de Marchena en su espectáculo de variedades Luces de España, en una función que se anunciaba como gitanería. Todo ello ocurre el 10 de octubre del 1939, recién terminada la guerra civil. Comienzan los “cuarenta años de paz” del régimen; en realidad, la terrible posguerra. Lola Flores solo tenía dieciséis años.
Pastora Imperio -- NO-DO (1964)
En ese preciso momento, Lola Flores comienza a crear su propio personaje dentro y fuera de los escenarios. Para ello se sirve de Manolo Caracol, uno de los mejores cantaores flamencos de su tiempo, y sus famosos romances escénicos Zambra (1944-1949) de Quintero, León y Quiroga, unos espectáculos líricos donde se combinaban copla, flamenco y variedades, una especie de musical de Broadway pero a la española.
Poco antes ya había triunfado con El Lerele, de los maestros Currito y Genaro Monreal de 1941, otra exótica copla-zambra más o menos ocasional que en su particular interpretación consiguió llamar la atención de empresarios, públicos y otros artistas: “De pronto, más que una cantaora-bailaora, un huracán, una gran artista flamenca nos dejó pasmados. No se olviden de este nombre: Lola Flores”, según el crítico teatral de Informaciones.
Lola Flores - El lerele
La Salvaora
Lo cierto es que en esas zambras recogía la artista el testigo flamenco de la mejor Edad de Plata de la cultura española, gracias a figuras tan relevantes del baile, el cante, la música, la poesía o el teatro como la Argentina, la Argentinita, Rafael Escudero, Pastora Imperio, el Lorca del Romancero Gitano y Bodas de sangre o el Falla de El amor brujo.
Pero lo hacía con un sentido pasional de la copla, una expresividad muy naturalista, una interpretación presidida por la impostura de una exuberante sexualidad y una modernidad que desafiaba la moral del régimen. Algo así como una manera “neorrealista” de teatralizar el cante y el baile, que será su marca personal hasta el final.
Porque la Salvaora –otro de sus apodos– supo dar cuerpo y vida a todas esas historias de la copla de una manera muy singular. Historias de un pasado oscuro de madres solteras y amantes abandonadas al alcohol que se repiten una y otra vez en La Parrala, La Lirio, La Ruiseñora, La Lola, Elvira la cantaora, flamencas todas con “sus volantes enredados entre espinas”. Mujeres de mala vida y condición –Ojos verdes, Tatuaje, Yo soy esa, Rosa la de los lunares– que parecían desafiar un mundo único de hombres.
Lola Flores - Ay pena, penita, pena -
8 - Ay pena, penita, pena
Eran protagonistas de historias que recordaban la larga estirpe de la maldita y rebelde Lilith –la primera compañera de Adán antes de Eva–, aquella figura legendaria, libre e indomable de la mitología antigua y el folclore judío. Ejemplos de otra moral que siempre se habían expuesto como el canon de la perversidad femenina.
La presencia escénica de Lola Flores, además de su vida personal, tenía mucho de todo aquello: “porque también era anécdota picante –afirma Terenci Moix– que llenó la pudibundez de la posguerra con leyendas pasionales de una temperatura considerable”. Ella representaba la sociología de Petenera, según Francisco Umbral: esa mujer empoderada de ancestros flamencos transformada ahora en fetiche de sí misma.
La Niña de Fuego
La Zarzamora fue una de sus interpretaciones-creaciones más genuinas. En la pieza musical, casi autobiográfica, creada por Quintero, León y Quiroga ex profeso para ella, se entremezclaba ficción y realidad en torno a una pasional flamenca, un amor imposible y una fatalidad “entre parmas y alegría”.
LOLA FLORES LA ZARZAMORA
Esta copla, en ritmo de marcha y con una teatralidad desbordante, cuenta un trágico argumento en torno a una cantaora “que siempre reía / y presumía de que partía los corazones” de sus amantes, pero que enloquece víctima de un amor no correspondido. Con gran fuerza descriptiva y una rápida dramatización, a veces expresionista y otras impresionista, alude metafóricamente a su condición de mujer “traidora” cuyos misteriosos ojos se comparaban con los frutos rojos con espinas característicos de la zarzamora: "Se lo pusieron de mote porque disen que tenía los ojos como la mora".
También destaca la metáfora religiosa y emocional de la Vía Dolorosa y del color morado, color litúrgico de cuaresma, abnegación y sacrificio –“que la trae y que la lleva / por la calle del doló”–. Se remite aquí al calvario y sufrimiento de la protagonista como si de un nuevo Cristo en versión femenina se tratara. Esto simboliza a modo de tragedia griega el desenlace inevitable. La historia condenaba a la protagonista, sin posibilidad de regeneración, a la condición de mujer fatal, pues su amante “lleva anillo de casao”.
En resumen, un personaje y un folletinesco relato de amor imposible y moralizante desenlace final. Una barroca y castiza estampa de prostitución más o menos encubierta ubicada en “er Café de Levante” que sirve para dibujar esta mujer fatal made in Spain que tan bien representaba la artista de Jerez frente a los otros modelos de la mujer natural según la época –esposa, madre, sumisa y abnegada–.
manolo caracol - la niña de fuego 1947
(baila lola flores)
La impostura, la belleza ojerosa y el cuerpo provocativo de la Niña de Fuego desafiaban todo aquello que, fuera del teatro, se predicaba desde las mentes pensantes del franquismo y la recatada sociedad civil.
* Alberto Romero Ferrer es catedrático de Literatura Española (Literatura y Teatro) de la Universidad de Cádiz
No hay comentarios:
Publicar un comentario