martes, 27 de junio de 2023

Muere Carmen Sevilla, la actriz y mito de las mil vidas

 


 

Muere Carmen Sevilla, la actriz y mito de las mil vidasEL MUNDO (Vídeo y foto)

 

Antes de convertirse en un mito de la cultura popular por su trabajo en televisión, la actriz fue junto a Sara Montiel la primera gran estrella moderna e internacional del cine español

 

Una improbable biografía de Carmen Sevilla podría titularse Las mil vidas de la hija de Kola (ese fue el sobrenombre de su padre, el letrista José García Padilla). Como a todos los mitos de la cultura popular, a ella le perteneció el don de la ubicuidad, de la presencia constante en cualesquiera de las imaginaciones de da lo mismo la generación desde los años 50 a nuestros días. Desde la dictadura a la Transición pasando por Mediaset; desde México, Francia y Estados Unidos a la España que se autodenominó eterna; del cine a la copla sin olvidar el Telecupón, Cine de barrio o, mucho más atrás, el anuncio de Phillips; desde el folclore más evidente al amago de ruptura con casi todo que ensayara en los 70 el director Eloy de la Iglesia; desde Carmen a Sevilla, Carmen Sevilla siempre estuvo ahí.

Carmen Sevilla ha muerto este martes en Madrid a los 92 años. El lunes fue ingresada. La noticia de su hospitalización apenas dejó espacio a lo irremediable. Aquejada de Alzheimer desde 2009, la actriz vivía alejada del ruido de las cosas desde hace ocho años. Ha muerto y su legado se antoja a la vez eterno y, por qué no, en un país tan dado a la desmemoria como éste, algo injusto. Habrá quién solo la recuerde por sus frases fácilmente convertibles en trending topic. Y, sin embargo, ella fue mucho más, lo fue todo. Ella y Sara Montiel fueron quizá las dos primeras estrellas modernas y mundiales de las que fue capaz nuestro cine.

La biografía duda sobre el año de nacimiento. Dicen que fue en 1930 cuando en verdad parece que fue algo más tarde, 12 meses después, por aquello de la mayoría de edad exigida para trabajar. María del Carmen García Galisteo (es fue su nombre de pila) debuta con apenas 13 años de la mano de Estrellita Castro. Tras protagonizar Jalisco canta en Sevilla (1948), de Fernando de Fuentes, su carrera adquiere de golpe fama internacional. El sueño de Andalucía (1950), de Robert Vernay y protagonizada por Luis Mariano, hace de ella la actriz de cabecera del floreciente negocio de las coproducciones franco-españolas que viera nacer Violetas imperiales (1952), de Richard Pottier, o La bella de Cádiz (1953), de Raimond Bernard.

A la vez que se convierte en el rostro más internacional de una España que empieza a salir del aislacionismo y de la pesadilla de la autarquía, Carmen Sevilla es, de forma casi radical, España, toda ella. Es la España del folclore, cerrado y sacristía de La revoltosa (1950), de José Díaz Morales, o La hermana san Sulpicio (1952) y Un caballero andaluz (1954), las dos de Luis Lucia. Pero también lo es de la España que, aunque de forma tibia, comienza a hacerse preguntas. Su aparición en películas como La fierecilla domada (1955), de Antonio Román, y, sobre todo, La venganza (1957), de Juan Antonio Bardem, la colocan más allá de las formas más obvias y caducas del régimen. Esta última, no en balde, y con el sufrir de los segadores explotados como telón de fondo, llegó a estar nominada a los Oscar de Hollywood.

Pocas actrices del momento (o, mejor, ninguna) acumula en su biografía tanto director internacional. Los años 50 hicieron de ella la bandera de España en el mundo. Para el mexicano Emilio Fernández rodó Reportaje (1953); para el argentino León Klimowsky, La pícara molinera (1954); para el franco-estadounidense John Berry, El amor de don Juan (1956); para el italiano Alessandro Blasetti, Europa di notte (1959), y para el estadounidense de maneras violentas Don Siegel completó Spanish Affair (1956). Mención a parte merece quizá su participación transformada en una María Magdalena irrefutable en la más célebre de todas las producciones de las que intervino: Rey de reyes (1961), de Nicholas Ray.

En los 60 su estrella declinó en parte. Fue entonces cuando la crónica rosa la encumbró por culpa de su boda en 1961 con Augusto Algueró. Cuentan que hasta el papa de Roma Juan XXIII tuvo a bien mandarle un telegrama de felicitación. Pese a que no es difícil encontrar aún películas notables pese a su irregularidad como Camino del Rocío (1966), de Rafael Gil, o, más atrás, El secreto de Mónica (1961), de José María Forqué, lo cierto es que Carmen Sevilla se dejó ver mucho menos.

Y así hasta el arranque de los años 70 cuando Eloy de la Iglesia obligó al mito de Carmen Sevilla a tomar consciencia de sí, de su tamaño y de sus grietas. Películas como El techo de cristal (1970) y Nadie oyó gritar (1972) devolvieron a la audiencia una imagen inédita de la actriz convertida ahora en una suerte de fantasmagoría compartida. La Carmen Sevilla que hasta entonces había sido quizá espejo de una España embargada por sus propias mentiras, adquiría de golpe la textura de una pesadilla común. Las de Eloy de la Iglesia son películas de terror para un tiempo de ansiedades, miedos e incertezas.

 

Carmen Sevilla (izquierda), en Cine de Barrio
 
 
Carmen Sevilla (izquierda), en Cine de Barrio

La actriz iba camino de despedirse del cine, pero detrás de sí dejaba un legado completo que no renunciaba a nada, ni al brillo ni a la tinieblas, ni al esplendor ni a la autocrítica. La cera virgen (1971), de José María Forqué, No es bueno que el hombre esté solo (1973), de Pedro Olea, o Beatriz (1976), de Gonzalo Suárez, son los algunos de los últimos ejemplos de una época que igual llamaba al destape que a la libertad; que de la misma manera que clamaba por un nuevo tiempo aún era incapaz de desprenderse de las sombras de antes. Y, en medio, siempre, Carmen Sevilla. Que en 1972 completara en el papel de Octavia Marco Antonio y Cleopatra, basada en la obra de Shakespeare y a las órdenes del mismísimo Charlton Heston, cuenta como gloriosa excentricidad a la altura misma, otra vez, del mito.

Lo que viene después es de sobra conocido. Que si sus gazapos, que si sus ovejas, que si las uvas de fin de año, que si "paralítico, que bonita profesión", que si el Telecupón, que si Cine de barrio... Carmen Sevilla siempre supo quebrar su propia leyenda con el desparpajo, la gracia y la desenvoltura de, en efecto, las leyendas. Tuvo mil vidas y cada una de ellas vale por la imaginación de todos nosotros.

 

 


 

 

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