Ya estoy aquí con otra sesión de (NATIONAL PRESENT)de la sección de NATIONAL GEOGRAPHIC.
Esta semana toca hablar "El descubrimiento de las ciudades mayas de Yucatán".Vamos aprender un poco de la historia de las ciudades mayas más importantes y su descubrimiento.
Pues no me enrollo más y vamos al grano.
El descubrimiento de las ciudades mayas de Yucatán
La Pirámide del Adivino en Uxmal. En esta ciudad maya le contaron a Stephens que esta gigantesca pirámide de 35 metros fue erigida en una noche por un enano, hijo de una hechicera, y que como resultado se convirtió en gobernante de Uxmal. rente a ella se halla una construcción con columnas, el llamado Edificio de la Iguana.
En 1840, dos intrépidos exploradores, el norteamericano John Lloyd Stephens y el británico Frederick Catherwood, emprendieron una expedición por el Yucatán que reveló al mundo los fabulosos vestigios de la civilización maya
Durante los siglos XVI y XVII, clérigos y conquistadores escribieron sobre la vida y las costumbres de los pueblos mayas que poblaron Mesoamérica, pero con el tiempo, su historia y sus proezas arquitectónicas fueron cayendo en el olvido. A mediados del siglo XIX, la idea que se tenía sobre los mayas se basaba en las comunidades indígenas instaladas en el sur de México, a las que se consideraba incapaces de grandes logros.
De hecho, algunos autores afirmaron que los antiguos monumentos que habían aparecido en la zona eran obra de fenicios, egipcios o judíos. Fueron dos intrépidos aventureros, un británico y un estadounidense, quienes sacaron a la luz las fastuosas construcciones de los mayas que se ocultaban en la profundidad de la selva tropical, y con ello revelaron en toda su amplitud una civilización de insospechada riqueza.
John Lloyd Stephens nació en Shrewsbury, Nueva Jersey, pero antes de cumplir los dos años su familia se trasladó a Nueva York. Tras estudiar derecho en Connecticut ingresó en las filas del partido demócrata para dedicarse a la política. Pero su vida dio un cambio radical cuando los médicos le recomendaron viajar a Europa para recuperarse de una afección respiratoria. Recorrió Roma, Nápoles, Sicilia y Grecia, y continuó por Esmirna, Constantinopla, Odesa y Varsovia. En noviembre de 1835 llegó a París para regresar a Estados Unidos, pero no pudo obtener un pasaje debido a la enorme afluencia de emigrantes.
Resignado, Stephens decidió aplazar el regreso y aprovechó para viajar al Próximo Oriente. En lo que hoy es Jordania adoptó el seudónimo de Abdel Hassis, y pudo visitar la fascinante ciudad de Petra tras pagar al jeque de la región. En Egipto recorrió los principales yacimientos del país gracias a un salvoconducto proporcionado por Mehmet Alí, el gobernador otomano de Egipto. Plasmó sus vivencias en dos libros: Incidentes de viaje en Arabia Pétrea (1837) e Incidentes de viaje en Grecia, Turquía, Rusia y Polonia (1838), que tuvieron gran acogida.
Durante una escala en Londres, Stephens conocería a quien iba a ser su compañero de viaje durante los años siguientes, Frederick Catherwood, con quien conectó inmediatamente. El londinense Catherwood era tan polifacético como su amigo Stephens. Nacido en el seno de una familia acomodada, hablaba fluidamente árabe, italiano y griego, y leía perfectamente el hebreo. Arquitecto, ingeniero y dibujante, había participado en varias expediciones arqueológicas.
Aventura en Centroamérica
De regreso en Nueva York, Stephens utilizó sus contactos en la política para obtener el nombramiento como embajador de Estados Unidos en la República Federal de Centroamérica, con la intención de aprovechar el cargo para investigar los vestigios arqueológicos en la región. Desde finales del siglo XVIII se habían explorado algunos yacimientos, en particular el de Palenque, sobre el que Stephens había leído las obras de Antonio del Río (1787) y de Guillermo Dupaix (1805-1807).
También conocía los escritos del embajador de México en París, Lorenzo de Zavala Sáenz. Stephens contactó con su amigo Catherwood, al que contrató por 1.500 dólares como arquitecto, delineante, topógrafo y dibujante. La publicación de Arabia Pétrea se había convertido en un best-seller y con sus beneficios económicos ambos se lanzaron a la aventura; el 3 de octubre de 1839 pusieron rumbo a Belice a bordo del Mary Ann.
Su primer objetivo fue Copán, en la actual Honduras. Para acceder a ella tuvieron que pasar por caminos embarrados intransitables y soportar la humedad, el calor y los insectos. Se abrieron paso a golpe de machete entre la maleza. Cuando por fin pudieron contemplar aquellas pirámides, tan distintas de las que habían visto en Egipto, quedaron extasiados. Revisaron esculturas, estelas y grabados, convenciéndose de que aquellas obras delicadas habían sido realizadas por una civilización indígena desarrollada.
El propietario de los terrenos donde se asentaban las ruinas, José María Acebedo, les puso muchas trabas puesto que no quería extraños merodeando por allí. Entonces Stephens, lejos de arredrarse, se vistió con su magnífico traje de embajador y, haciendo gala de sus dotes diplomáticas, convenció a Acebedo para que le vendiera la ciudad por «la increíble cantidad de cincuenta dólares». Así, el 17 de noviembre de 1839 dieron inicio los trabajos arqueológicos con ánimo científico en Copán. Stephens dirigió las labores de desescombro, mientras Catherwood, provisto de un teodolito, levantó el plano de la ciudad y realizó dibujos de extraordinaria precisión gracias al uso de una cámara lúcida, un dispositivo óptico que ayuda al artista a dibujar.
Desafío a las autoridades
Antes de explorar Copán, Stephens se trasladó a Guatemala para obtener los permisos necesarios. Entretanto, Catherwood recorrió los alrededores del yacimiento maya y descubrió Quiriguá, un emplazamiento situado 50 kilómetros al norte, donde encontró una impresionante colección de estelas mayas.
A continuación, los exploradores emprendieron la marcha hacia Palenque. Durante el viaje pasaron por enclaves naturales de gran belleza, como el lago Atitlán, en Guatemala, y finalmente llegaron a Comitán, en la frontera del estado de Chiapas. Allí descubrieron que el general Santa Anna, presidente de México, había ordenado que nadie visitara la ciudad, pese a lo cual los viajeros continuaron hasta llegar a la aldea de Palenque, próxima a las ruinas, después de un penoso viaje.
Empapados tras cruzar el curso de agua que divide el yacimiento en dos sectores, y acribillados por los mosquitos, contemplaron sobresaliendo de las copas de los árboles las hermosas crestas que coronan los edificios de Palenque, obras maestras de la arquitectura maya. A pesar de la prohibición, levantaron el campamento allí y se instalaron en el edificio que hoy conocemos como el Palacio. Las estructuras estaban completamente cubiertas por la vegetación y decidieron desbrozar algunos de los edificios más notables, como el propio Palacio, donde Catherwood inmortalizó los grandes bajorrelieves de piedra del patio principal.
También plasmó en sus dibujos el templo de las Inscripciones, cuyo interior ocultaba la tumba de Pakal el Grande, señor de Palenque –que no sería descubierta hasta 1952 por el arqueólogo Alberto Ruz–; el templo de la Cruz Foliada, y el templo del Sol, con sus intrincados grabados. Todos estos edificios fueron estudiados por primera vez desde una perspectiva científica. Stephens documentó rasgos comunes entre las distintas ciudades mayas y afirmó que muchos de los relieves que encontraron contenían complicados jeroglíficos que contaban una historia; una intuición genial teniendo en cuenta que la escritura maya no ha sido descifrada casi por completo hasta hace pocas décadas.
Stephens trató de comprar Palenque, como había hecho con Copán, puesto que tenía la intención de trasladar piedra a piedra los monumentos de las antiguas ciudades mayas y crear en Nueva York un gran museo dedicado a esta cultura. Aunque ofreció 1.500 dólares por Palenque, las leyes mexicanas no permitían que un extranjero fuera propietario de tierras, salvo que estuviera casado con una mexicana, pero las fuertes convicciones de Stephens sobre la soltería frustraron la compra. Así, tras casi dos meses de trabajo, el 1 de junio de 1840 tuvieron que desmantelar el campamento.
Emprendieron viaje hacia el golfo de México decididos a explorar la antigua ciudad de Uxmal, que localizaron gracias al rudimentario mapa que el propio dueño del terreno, el terrateniente yucatecto Simón Peón, había facilitado a Stephens en Nueva York. Sin embargo, cuando llegaron a Uxmal, el 24 de junio de 1840, Catherwood se hallaba gravemente enfermo y debilitado por el paludismo, y aunque documentaron su estancia en aquel yacimiento, tuvieron que regresar pronto a Nueva York para recuperarse.
Triunfo literario
A pesar de todas las dificultades, el viaje había resultado un éxito. Stephens y Catherwood habían redescubierto las antiguas ciudades mayas de Copán, Kabáh, Mérida, Palenque, Quiriguá, Utatlán, Sayil, Toniná, Topoxte y Uxmal. Además, aunque no visitaron Tikal, en la guatemalteca selva del Petén, observaron las altas crestas de sus pirámides sobresaliendo de la espesura y registraron su ubicación aproximada.
En Nueva York, Stephens ordenó todo el material y publicó un nuevo libro, Incidentes de viaje en América Central, Chiapas y Yucatán, que superó el éxito obtenido en Viaje por Arabia Pétrea. Su obra narraba, con un estilo de gran viveza que encandiló a los lectores de la época, las peripecias sufridas en un viaje tan difícil como fascinante, en medio de un entorno mágico, poblado de ciudades desconocidas y misteriosas.
Enseguida Stephens y Catherwood decidieron emprender un segundo viaje a Yucatán, que prepararon minuciosamente. Partieron el 9 de octubre de 1841, y exploraron las ciudades de Aké, Chichén Itzá, Dzibilnocac, Itzamal, Labná, Mayapán, Tulum y de nuevo Uxmal. El naturalista Samuel Cabot les acompañaba para estudiar la fauna local. El resultado fue el libro Incidentes de viaje en Yucatán, que contenía 120 grabados de Frederick Catherwood y fue publicado en Nueva York en 1843.
Separados por la muerte
En 1847, Stephens fue nombrado vicepresidente y director de la Ocean Steam Navigating Company, y en 1850, mientras ostentaba el cargo, le ofrecieron participar en la construcción del Ferrocarril de Panamá. Stephens llamó a Catherwood para que le sustituyera en el puesto mientras él viajaba a Panamá. Ésta fue la última vez que se vieron.
Stephens falleció en Nueva York el 13 de octubre de 1852. Su muerte, como su vida, estuvo rodeada de un aura de leyenda: se dijo que había muerto recostado en una gran ceiba (el árbol sagrado de los mayas) en Panamá, aunque al parecer lo hallaron desvanecido bajo una ceiba y lo trasladaron a Nueva York, donde falleció. En 1947, se colocó sobre su lápida una placa con glifos mayas en la que se le reconocía como precursor de los estudios sobre esta civilización.
Su amigo Frederick Catherwood tuvo una muerte más trágica.
El 20 de septiembre en 1854, el barco en el que viajaba de Liverpool a
Nueva York, el Arctic, naufragó y el dibujante que inmortalizó las
ruinas de las ciudades mayas rescatadas de la espesura de la selva pereció junto a 385 pasajeros. Su muerte pasó desapercibida por la opinión pública de la época.
TODA LA INFORMACIÓN LO HE
ENCONTRADO EN LA PÁGINA
OFICIAL DE NATIONAL GEOGRAPHIC
No hay comentarios:
Publicar un comentario