domingo, 14 de abril de 2024

NATIONAL GEOGRAPHIC 139 (NATIONAL PRESENT) (La leyenda de Don Pelayo, el héroe de la batalla de Covadonga que dio comienzo a la Reconquista)

 

 

 

Ya estoy aquí con otra sesión de (NATIONAL PRESENT)de la sección de NATIONAL GEOGRAPHIC.


Esta semana toca hablar La leyenda de Don Pelayo, el héroe de la batalla de Covadonga que dio comienzo a la Reconquista. Esta semana se viene una de las grandes entradas para estos meses, vamos a conocer muy detalladamente sobre esta historia, que cosas son ciertas, como ocurrió, que es verdad que no es. Que se viene una gran entrada os la recomiendo no os voy a defraudar.

 

Pues no me enrollo más y vamos al grano.

 

 

Asturias contra el califato

 

La leyenda de Don Pelayo, el héroe de la batalla de Covadonga que dio comienzo a la Reconquista

 

Don pelayo es elegido rey de Asturias. Óleo por José Madrazo. Siglo XIX. Basílica de Covadonga.

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En el año 722, un puñado de guerreros cristianos derrotó en Covadonga al ejército del gobernador musulmán de Gijón. En torno a su caudillo, Pelayo, surgió pronto una leyenda que lo convirtió en el héroe iniciador de la Reconquista.

 

Considerado tradicionalmente como el primer soberano del reino de Asturias, Don Pelayo es un personaje de cuya existencia histórica apenas nadie duda, pero cuyos orígenes, vida y logros militares están envueltos en toda suerte de leyendas. Más conocido con el título de «don» (es decir, dominus, «señor») que con el de «rey», su figura está asociada a un único hecho histórico: la batalla de Covadonga, supuestamente acaecida en 722 y siempre considerada la primera gran victoria de los cristianos frente a los árabes que habían invadido la Península en 711.

Tras vencer al rey Rodrigo en Guadalete ese mismo año y destruir el reino visigodo, los musulmanes habían progresado hacia el norte sin hallar resistencia suficiente o, al menos, efectiva. Su avance sólo empezó a frenarse y encontrar dificultades a raíz de la victoria de Pelayo, que, a su vez, significó el comienzo de la marcha cristiana hacia el sur. 

Pertenece Pelayo a ese linaje de héroes que en diferentes literaturas y culturas están asociados a relatos fundacionales de pueblos, a victorias épicas y decisivas sobre enemigos terribles, y a hechos trascendentales que han cambiado la historia. Es cierto que no ha tenido la fortuna literaria de un Eneas o un Rómulo, fundadores de Roma, o del célebre Arturo de Inglaterra –rey mítico que ha dado origen a la tan fecunda literatura «artúrica»–, pero, aun así, son muchas las fuentes que transmiten sus gestas, reales o supuestas. 

Desde las primeras crónicas cristianas, como la Crónica Albeldense y la Crónica de Alfonso III, redactadas a finales del siglo IX, hasta las más tardías, como el Chronicon Mundi, de Lucas de Tuy, ya en el siglo XIII, se fue consolidando su imagen de primer rey de España, de restaurador del reino de los godos y de iniciador de la denominada Reconquista, la empresa que conduciría a la expulsión final de los musulmanes en 1492. 

 

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Santa Cristina de Lena. Esta iglesia es posiblemente de origen visigodo, aunque la estructura actual se erigió
a mediados del siglo IX, bajo el reinado de Ramiro I o de su hijo Ordoño I.

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A partir del testimonio de estas crónicas, en muchas ocasiones y épocas se ha presentado la figura histórica de Pelayo, de forma interesada, como el nexo de unión entre la monarquía visigoda y los primeros reinos cristianos. De esta forma se evitaba un vacío cronológico (el que media entre la destrucción del reino visigodo y el surgimiento del reino astur) y, sobre todo, se modelaba una historia de la España católica que muchos remontan hasta la época del III concilio de Toledo de 589, fecha de la conversión del soberano visigodo Recaredo al catolicismo.

En esa secuencia continua, Pelayo marca un hito trascendental como el primer rey cristiano que, tras la invasión árabe, hizo frente al nuevo poder y cambió la historia al vencer a los ejércitos enemigos en los estrechos desfiladeros del valle de Cangas de Onís, cerrados por la montaña de Covadonga.

Los relatos sobre Pelayo son muy dispares, en especial en lo que se refiere a sus orígenes. Se le han atribuido diferentes procedencias: astur o cántabra, vascona e incluso bretona, mientras que las crónicas antiguas siempre señalan que era de origen godo, hasta de estirpe regia.

Esta última tesis es problemática, pues resulta difícil admitir que los astures, que al igual que cántabros y vascones habían ofrecido resistencia a la monarquía visigoda en diferentes momentos, especialmente en tiempos de Wamba, eligieran ahora como líder a un noble godo. 

 

¿UN CAUDILLO ASTUR? 

Parece lógico pensar que Pelayo fuese un astur que acaudillara a sus compatriotas para hacer frente a la opresión de los musulmanes que controlaban sus tierras. De hecho, la denominada Crónica mozárabe de 754, que narra la invasión musulmana de la Península desde la perspectiva de la población visigoda, no registra el episodio de la batalla de Covadonga.

Por otra parte, salvo su hijo Favila (o Fáfila), también personaje semilegendario, los sucesores de Pelayo no llevan nombres godos, por lo que cabe pensar que éste pertenecía a una familia de nobles o acomodados hispanorromanos de Asturias. De hecho, sabemos que poseían importantes dominios en Siero, según se deduce del testamento de Alfonso III, uno de los más famosos monarcas del reino de Oviedo y descendiente de Pelayo. 

 

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Soldados musulmanes marchando al combate. Miniatura de las Cantigas de Santa María, Siglo XIII.

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Sea cual sea el verdadero origen de Pelayo, lo cierto es que ya las primeras crónicas cristianas lo presentan como de ascendencia goda y también de linaje real. Ello se explica por la ideología «neogoticista» que imperaba en la corte de Oviedo desde finales del siglo IX, mediante la cual se quería vincular el reino astur al pasado de la monarquía visigoda. Así, la Crónica Albeldense indica que Pelayo era hijo de Favila, un dux o gobernador provincial del rey Witiza, mientras que la Crónica Rotense le hace spatarius (miembro del séquito real) de Witiza y, luego, de Rodrigo, el último soberano visigodo.

En el Cronicón de Lucas de Tuy se compilan las informaciones de las fuentes estableciendo una genealogía más compleja, que no sólo enlaza a Pelayo directamente con los reyes godos, sino que explica, en cierta medida, las consecuencias de las rivalidades entre unas facciones y otras en el final de la monarquía visigoda. Según este autor, Witiza, una vez asociado al trono por su padre, el rey Ervigio, se trasladó a la ciudad de Tuy para gobernar la zona del antiguo reino suevo de la Gallaecia. Junto con él envió al dux Favila, a quien este escritor hace hijo de un soberano anterior, Chindasvinto. 

 

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Santa maría del Naranco. Esta iglesia fue originalmente un palacio del rey asturiano Ramiro I. Su construcción, a mediados del siglo IX, coincide con la elaboración de crónicas en las que Pelayo se presenta como primer rey de Asturias.

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Lucas recoge la anécdota de que el rey Witiza, instigado por su esposa –sin que sepamos cuál fue la causa concreta–, propinó un golpe en la cabeza a Favila, a consecuencia del cual éste murió. Reinando en solitario, el cruel soberano, famoso por sus crímenes y abusos (había mandado cegar al noble Teudefredo, dux de Córdoba y padre del futuro rey Rodrigo), pretendió también capturar a Pelayo, el hijo de Favila, y aplicarle el mismo castigo que a Teudefredo.

Sin embargo, Pelayo consiguió huir y refugiarse en el norte. Al mismo tiempo, Witiza nombró obispo de Sevilla y de Toledo a Oppas, uno de sus hijos, contraviniendo la legislación al respecto. Este personaje, también a caballo entre la leyenda y la historia, aparecerá de nuevo enfrentándose a Pelayo, como veremos. 

 

LA INVASIÓN MUSULMANA 

Después de la derrota de Rodrigo ante los musulmanes en la batalla de Guadalete –en la que algunas fuentes quieren situar al propio Pelayo combatiendo entre los partidarios de Rodrigo–, cabe suponer que muchos nobles godos huyeron hacia tierras más al norte. Entre ellos debió contarse Pelayo, acompañado de parte de su familia, al menos de su hermana Ermesinda (también llamada Adosinda), a la que se hace mención en las fuentes.

Otro de los relatos sobre Pelayo indica que, en su huida hacia el norte, fue acompañado por Urbano, obispo de Toledo, y que ambos llevaron con ellos los tesoros más preciados de la Iglesia toledana, como el Arca Santa de Jerusalén y las reliquias contenidas en ella. Una vez en Asturias, Pelayo y Urbano escondieron el tesoro sagrado en el monte denominado desde entonces Monsacro, próximo a Oviedo. 

 

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Puerta de bisagra, del siglo IX, en Toledo. Según las crónicas, Pelayo se refugió en Toledo tras la invasión musulmana, para luego pasar a Asturias.

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Durante los años siguientes, los árabes fueron ocupando territorios, e instalaron en la Meseta central y en el norte a bereberes que se ocupaban de controlar el país y contener a los pueblos de las montañas cantábricas. En Gijón se nombró a un valí o gobernador bereber llamado Munuza (al que otras fuentes llaman Muza), que según Lucas de Tuy fue compañero de Tariq, comandante de las primeras fuerzas islámicas que cruzaron el estrecho de Gibraltar.

Al igual que ocurría en los demás territorios, este valí no sólo tenía el cometido de someter a la población y mantener el orden, sino que también debía recaudar los impuestos que el emirato de Córdoba imponía a los habitantes no musulmanes.Tales impuestos consistían en contribuciones territoriales (jaray) y personales (yizia); como garantía de pago, el valí tomaba a menudo rehenes entre las familias nobles o destacadas del lugar, a los que trasladaba a la capital de al-Andalus. 

 

ESTALLA LA REBELIÓN 

Forzados a sobrevivir bajo este sistema, en un momento dado Pelayo y otros cristianos decidieron rebelarse. Las tradiciones divergen en cuanto a las razones que los empujaron a la insurrección. En algunos relatos se dice que hacia el año 717 Munuza, enamorado de la hermana de Pelayo, decidió deshacerse de él enviándolo a Córdoba con el importe de los tributos e incluso constituyendo él mismo parte de la garantía.

Un año después, una vez cumplida su misión –o tal vez porque logró escapar de Córdoba–, Pelayo volvió a Asturias y se encontró con que Munuza iba a desposarse con su hermana. Tal habría sido el detonante de la revuelta. 

 

Don Pelayo, rey de Asturias (Museo del Prado)

 

Don Pelayo, rey de Asturias. Óleo de Luis de Madrazo, 1854, Museo del Prado.

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Por toda la región se extendió el rumor de que Pelayo pensaba rebelarse y numerosos seguidores se sumaron a su movimiento. Alertado, el emir de Córdoba envió tropas para ayudar a Munuza a capturarlo, pero Pelayo logró zafarse tanto de Munuza como de los refuerzos cordobeses.

Tras atravesar el río Piloña, que desemboca en el Sella, y esconderse en los montes astures, encontró refugio en los valles de Cangas de Onís, presididos por el monte Auseva, donde se encontraba la cueva que hoy da nombre al monte, quizá denominada en la época Cova Dominica, es decir «Cueva de la señora», que la tradición vincula a la Virgen María y donde tendría lugar la célebre batalla.

Según la Crónica Rotense, Pelayo se encontró en el monte Auseva con un grupo de montañeses reunidos, según su costumbre, para tomar decisiones que atañían a las diferentes localidades y habitantes; la Crónica Sebastianense, en cambio, dice que se encontró con un grupo de godos, refugiados como él.

Fueran astures o godos, proclamaron jefe a Pelayo y le siguieron en la decisión de rebelarse contra los sarracenos. Lucas de Tuy dice que «todos los astures» eligieron «príncipe» a Pelayo. A partir de aquí se inicia el relato del famoso enfrentamiento de Covadonga. 

 

LA BATALLA DE COVADONGA 

La organización de la resistencia de Pelayo hizo que el emir de Córdoba, Ambasa (o el propio Tariq, según otros), enviara un ejército al mando de Alqama. Acompañaba a este ejército el citado obispo Oppas –hijo de Witiza en algunas tradiciones, según hemos comentado–, cristiano pero acomodado con los nuevos gobernantes, quien trató de convencer a Pelayo para que se rindiera, en lo que se juzga en las fuentes cristianas como un claro acto de traición.

 

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Cueva de Covadonga, considerada el escenario de la batalla entre don Pelayo y Alqama. En ella se encuentra la tumba de Pelayo, cuyos restos fueron trasladados aquí en el siglo XIII, a iniciativa del rey Alfonso X el Sabio.

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Las crónicas cristianas elevan el número de hombres de este contingente militar a la cifra realmente extraordinaria de 180.000 sarracenos. Frente a ellos, Pelayo contaba sólo con 300 hombres, número quizá bastante próximo a la realidad. La superioridad numérica de los musulmanes quedó, no obstante, contrarrestada por la angostura del valle de Cangas, que impedía el movimiento de un ejército organizado, así como por el factor sorpresa. 

Según la tradición, doscientos de los rebeldes se situaron en los montes, y Pelayo y los otros cien se escondieron en la cueva. Desde las colinas, los cristianos arrojaban flechas y piedras a los sarracenos, cuyas saetas resultaban ineficaces contra los atacantes. Cuando más desorientados estaban los musulmanes, Pelayo salió de la cueva con su centenar de combatientes y se lanzó sobre aquellos. En el combate murió Alqama y el obispo Oppas fue apresado. Los soldados musulmanes emprendieron la huida, aunque con poca suerte porque al llegar a la actual localidad cántabra de Cosgaya se produjo un movimiento de tierras que los sepultó o los lanzó al río, donde perecieron todos.

 

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Don Pelayo en una crónica de la batalla escrita en el siglo XII. Biblioteca Nacional de España.

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Estos extremos del combate, tal como se recogen en las fuentes cristianas, toman en algunos momentos tintes épicos y milagrosos. Una tradición refiere que, durante la batalla, el cielo se abrió y se vio la figura de una cruz. Entonces Pelayo formó un crucifijo con dos palos y lo alzó en plena contienda gracias a lo cual comenzaron a llover piedras sobre los musulmanes.

También se narra que cuando Pelayo levantó la cruz, Alqama murió y sus hombres se dispersaron, momento en el que la corona de la Virgen, que estaba dentro de la cueva, brilló con gran esplendor. Esa cruz es la que, se dice, sirvió de modelo a la que mandó forjar Alfonso III el Magno, conservada en la catedral de Oviedo y que figura hoy en el escudo de la bandera de Asturias. 

Como es de suponer, las fuentes árabes relatan de manera muy distinta el famoso episodio de Covadonga. Frente a la magnificación del enemigo y la trascendencia histórica que le atribuyen las fuentes cristianas, las crónicas árabes minimizan su importancia, si bien conceden que allí estaría el origen del reino cristiano que se expandiría progresivamente hacia el sur. En los relatos musulmanes, la rebelión de Pelayo se inserta dentro de la narración de las grandes conquistas y expediciones llevadas a cabo por los ejércitos de al-Andalus.

En poco tiempo, éstos habían llegado hasta Narbona conquistando Álava, Pamplona y Galicia, sin que ningún lugar de la Península escapase a su dominio. La única excepción era un pequeño territorio controlado por Pelayo (llamado Belay en árabe) y sus hombres. Los musulmanes los acosaron y atacaron hasta el punto de que, a causa del hambre, los 300 seguidores con que contaba Pelayo quedaron reducidos a treinta hombres y diez mujeres. 

La Crónica de al-Maqqari, escrita hacia 970- 990, dice, concretamente, que los soldados árabes, al ver que todas las fuerzas de Pelayo se reducían a «treinta asnos salvajes», los despreciaron y abandonaron su persecución, diciendo: «¿Qué daño pueden hacernos?». El cronista, sin embargo, añade que Pelayo gobernó durante 19 años y que años después «reinó Alfonso [...] abuelo de los Banu Alfonso [los soberanos de Asturias], que consiguieron prolongar su reino hasta hoy y apoderarse de lo que los musulmanes les habían conquistado». 

 

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San Miguel de Lillo, iglesia prerrománica erigida por el rey Ramiro I en el año 842 sobre la ladera del monte Naranco, cerca de Oviedo, la ciudad que había sustituido a Cangas de Onís y Pravia como capital del reino de Asturias.

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Refiere Lucas de Tuy que tras la victoria de Covadonga el valí Munuza huyó con sus hombres hacia tierras de León, pero allí fue interceptado y atacado por los cristianos rebeldes en la población denominada Olalies (probablemente, el actual valle de Proaza), donde murió junto con los suyos. 

 

NACE UNA LEYENDA 

Gracias a la victoria de Covadonga, Pelayo se consagró ante la historia como el héroe fundacional del reino de Oviedo. En realidad, Pelayo, que vivió hasta su muerte en 737 en la pequeña población de Cangas de Onís, fue más un jefe que un rey. No es extraño, pues, que en la historia sea más conocido con el título de «don» (señor) que con el de «rey» que le otorgaron las fuentes escritas posteriores.

Casado con Gaudiosa, tuvo como sucesor a su hijo Favila, que reinó sólo dos años, al ser muerto por un oso en una cacería, pero que construyó en la misma Cangas la iglesia de la Santa Cruz. El siguiente rey, ya el primero de los Alfonsos de la dinastía ovetense, será su yerno, casado con su hija Ermesinda, e hijo, a su vez, de otro godo, el dux Pedro de Cantabria, descendiente del linaje de Recaredo. 

 

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Don Pelayo en una estatua por José María López Rodríguez, situada en la plaza del Marqués de Gijón. 1891. El soberano levanta la Cruz de la Victoria como se cree que hizo en Covadonga.

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Pelayo aparece, de este modo, como fundador del primer reino cristiano independiente tras la invasión musulmana y, a la vez, como restaurador del orden visigodo. El cronista Lucas de Tuy lo recordaba varios siglos después. Tras la gesta de Pelayo escribe: «El pueblo de los godos, surgiendo como de un sueño, comenzó a recuperar paulatinamente el orden de sus padres y a observar las costumbres de sus antiguos derechos, a seguir sus enseñas en la guerra, a conservar el legítimo gobierno en el reino, a fundar iglesias en la paz y a ilustrarse con el estudio devotísimo... Todos alababan a Dios por haber permitido a unos pocos hombres triunfar sobre una multitud de enemigos».

 

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 Pirata Oscar 

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