La campeona olímpica, en un Arena Porte de La Chapelle repleto de banderas españolas, supera a Ohori para acceder a semifinales.
En París, en un Arena Porte de La Chapelle que parece el Palacio de Deportes de Huelva, plagado de rojigualdas, empiezan a llegar vientos de Brasil. Este sábado, después de superar a la japonesa Aya Ohori, de 27 años y 10ª en el ranking, por 21-13 y 21-14 en 52 minutos, Carolina Marín (4ª) accedió a las semifinales de los Juegos Olímpicos. Un maravilloso viaje en el tiempo que empezó cuando la onubense se destrozó la rodilla izquierda, a dos meses de Tokio, y que parece tener definido su destino. Con esa resiliencia. Con esa forma de caer y levantarse, ahora, la onubense se podría medir con la vigente campeona olímpica, la china Chen Yu Fei (2ª), la jugadora que se apoderó de ese oro en su ausencia. Las medallas, un imposible cuando el ligamento y los meniscos dijeron basta, están a un solo paso. Quién lo diría entonces. Cuánto ha pasado desde entonces.
Lo último, sin ir más lejos, el partido anterior. Carolina, acostumbrada a bailar en el alambre, venía de sufrir, de ver el precipicio ante sí mucho antes de lo deseado. Después de una fase de clasificación muy plácida, puro trámite, se topó con una Beiwen Zhang que llevó al límite a la española. La estadounidense, vecina en el ranking de Ohori, señalaba el mal tiempo: lo serio había empezado. Y Marín, que lo estudia todo al milímetro, que lleva días analizando el viento del pabellón mientras suma puntos, pluriempleada, que ha decidido quitarse las redes sociales en París, fuera tonterías, se preparó. El ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, pero Caro es de otra especie.
Ohori llegaba después de ganar el Open de Australia (Super 500), con 25 victorias esta temporada, y ya sabía qué significa ganar a Carolina. Tenía motivos para creer. Por ello, salió brava. Su entusiasmo, sin embargo, fue prontamente apagado. Todos contribuyeron al asunto. “¡Carolina, Carolina!”, gritaron esas gradas tan españolas con la primera desventaja (2-1). “A por ella, oé”, siguieron con el 3-2 para la nipona. “¡Cuidado eso, cuidado eso!”, empezó a ordenar el entrenador de Marín, Fernando Rivas, desde temprano, mientras los puntos empezaban a pesar más en un lado del marcador. Aya, zurda como su pupila, buscó las cosquillas; Carolina, sin embargo, tras el susto del día anterior, no estaba para juegos. Su nivel fue extraordinario, “el mejor momento de su carrera”, como adelantaba estos días. Su mente está en el oro. Su realidad permite pensar en él.
Dos parciales definitivos
El primer set, de menos a más, se rompió tras el 8-7 para Carolina. Entonces, la española enlazó cinco puntos seguidos para dispararse. Sin oposición. “Va a querer levantarte la red para dominar. Si vemos que está delante, metemos presión a la derecha desde el fondo. Da un paso adelante y, si puedes jugar con los cruzados, mejor”, fueron las indicaciones para encarar la segunda manga, que siempre estuvo en la raqueta de la española. Cogió el mando desde temprano (5-1) y lo defendió aguantando los tirones de Ohori, que sólo pudo minimizar las distancias hasta el descanso (9-12). Tras el mismo, con cuatro tantos seguidos, Carolina se disparó. En tierras francesas, pero como si estuviera en casa. “¡Viva España!”, gritó un aficionado antes del primer punto de partido. París es de Carolina y las medallas pueden serlo pronto.
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