PARÍS 2024 | BOXEO
El peso pesado, pocas horas después de la derrota de Lozano Jr., supera al armenio Davit Chaloyan y es el segundo metal del boxeo.
De las lágrimas de Rafa Lozano Jr., que se bajó del ring del Nord Arena de París contrariado, sin entender las decisiones de los jueces, al llanto de alegría del boxeo español. Este viernes, en otro carrusel de emociones, Ayoub Ghadfa (+92 kg), tras superar al armenio Davit Chaloyan en cuartos de final, por decisión unánime, como el gigante que es, aseguró la octava medalla de la delegación nacional en los Juegos Olímpicos. La suya, como la de Enmanuel Reyes Pla del día anterior, y la que puede conseguir José Quiles este sábado (15:30, en -57 kg), no será tangible hasta que dispute las semifinales y, ojalá, la final. La suya, como tantas otras en la Villa Olímpica, esconde muchas cicatrices.
Ayoub, un grandullón de corazón noble, temible sobre el ring y un trozo de pan fue de él, empezó en el boxeo para defenderse. De pequeño, sufrió acoso escolar. De mayor, es una máquina de machacar. Chaloyan, un tipo duro, abanderado de Armenia en la ceremonia de inauguración, un emblema en su país, que cumplió servicio en el ejército y aprovechó para colgarse un bronce en el campeonato militar, lo descubrió desde bien temprano. En su único enfrentamiento hasta el momento, se había llevado el pleito, pero no contra el Ghadfa de ahora, mucho más hecho, en su punto de ebullición.
Encontró el ring a su gusto. Caliente. Como las gradas, que habían vibrado con uno de los suyos, Djamel-Dini Aboudou, su próximo rival. Ayoub, en el último combate de la sesión, a hora de boxeo estelar, se encontró un público con la adrenalina a mil, que venía de cantar La Marsellesa y tenía ganas de fiesta. Se la dio. Quería sangre y, tras un choque fortuito de cabezas, se la dio. Salió con chispa, lanzando su derecha, queriendo cruzar, y midiendo las distancias al mismo tiempo que buscaba sorprender. No olvidaba los bloqueos y, con una agilidad impropia para su tamaño, evitaba las aproximaciones de un Chaloyan que, en su palmarés, cuenta con un subcampeonato mundial. Casi nada.
A un nivel estelar
Chaloyan mordió, estuvo a su nivel, pero Ayoub, cuya mano adelantada fue clave, rozó la perfección. Así lo estimaron los cinco jueces en el primer asalto, con un peno al 10. Así fue también en el segundo round, en el que, entre paradas para limpiar la sangre, el púgil español subió aún más la apuesta. Entraba, salía, bailaba ante un Chaloyan totalmente desquiciado, al que ya sólo le quedaba ir a la guerra. Y Ghadfa, sin miedo, porque se sentía capaz de todo, iba a la guerra. Cuando el combate entraba en el último minuto, hasta toreó para esquivar al acorazado armenio, que nunca tuvo opciones. Siempre estuvo controlado.
Con esa seguridad, Ghadfa , un chico con sus manías, que siempre utiliza los mismos calcetines para pelear, levantó los brazos y recogió el testigo de Reyes Pla para seguir catapultando su carrera, de altos vuelos últimamente (fue bronce mundial en 2023 y oro europeo este año), y al boxeo patrio, ese que en su día fue prácticamente una religión. Eran los tiempos en los que su seleccionador, Rafa Lozano, se colgó dos platas olímpicas (bronce en Atlanta 1996 y plata en Sídney 2000). Son unos tiempos que, con él y el hijísimo, ese al que vengó, pueden estar volviendo. Nunca antes el boxeo nacional había ganado dos medallas en unos Juegos. Hasta la llegada del gigante de España.
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