Ya estoy aquí con otra sesión de (NATIONAL PRESENT)de la sección de NATIONAL GEOGRAPHIC.
Esta semana toca hablar Las brujas de Zugarramurdi. A comienzos del siglo XVII, en esta localidad de Navarra se desató una
caza de brujas que concluyó con la quema de seis personas, las últimas
que perecieron en España por esta causa.Vamos a conocer mejor su historia y porque ha llegado tan lejos esta gran historia.
Pues no me enrollo más y vamos al grano.
Caza de brujas en España
Las brujas de Zugarramurdi
"El gran cabrón". Pintura que representa un aquelarre realizada por Francisco de Goya y Lucientes. 1821-1823. Museo del Prado, Madrid.
A comienzos del siglo XVII, en esta localidad de Navarra se desató una caza de brujas que concluyó con la quema de seis personas, las últimas que perecieron en España por esta causa.
A finales de 1608 la joven María Ximildegui volvió a su casa en un pequeño pueblo navarro, Zugarramurdi, en el valle del Baztán. Había pasado los últimos cuatro años al otro lado de los Pirineos, trabajando como sirvienta, y al volver contó que en ese tiempo una amiga de su misma edad la había llevado a unas asambleas que se celebraban en la playa, en las que bailaban y se divertían.
Cuando María descubrió que eran juntas de brujas, es decir, aquelarres, fue obligada a abjurar del cristianismo y a convertirse en bruja. Tras un año y medio empezó a tener remordimientos, cayó enferma y se confesó con un sacerdote de Hendaya, que la ayudó a librarse del demonio.
un aluvión de brujas
Pero María contó más cosas. Dijo que estando en Francia se trasladó a Zugarramurdi para participar en aquelarres celebrados allí, con brujas de la localidad. Mencionó incluso sus nombres. Una de las aludidas, María de Jureteguía, protestó, pero en un careo con Ximildegui, abrumada por los detalles de su relato, se desmayó y confesó que era una bruja. Luego declaró ante fray Felipe de Zabaleta, un monje del monasterio de Urdax que hacía las veces de párroco, y este la perdonó a cambio de su arrepentimiento público en la iglesia del pueblo.
María de Jureteguía abrumada por los detalles de su relato, se desmayó y confesó que era una bruja.
En ese momento todos los vecinos cayeron en una fiebre colectiva que les hacía ver apariciones de brujos y brujas por las noches. Un grupo de gentes del lugar empezó a asaltar las casas de los sospechosos de brujería en busca de niños supuestamente desaparecidos al otro lado de la frontera pirenaica. Al final hubo nueve personas que, empujadas a confesar, declararon haber practicado la brujería; algunas de ellas incluso aseguraron que habían enseñado el oficio a sus hijos o hijas.
En los primeros días de 1609, todos ellos confesaron su delito en la iglesia, ante los demás vecinos, y obtuvieron el perdón. Pareció que la calma volvía a la aldea navarra. Pero, entretanto, alguien había avisado a la Inquisición.
Interviene la Inquisición
En efecto, fray León de Araníbar, abad del monasterio de Urdax y superior directo de Zabaleta, asustado por la oleada de inculpaciones, confesiones y arrepentimientos en torno a las brujas de Zugarramurdi, dio parte al Santo Oficio. Fue así como acudieron al lugar dos comisarios de la Inquisición, que durante seis meses recogieron declaraciones sobre supuestos casos de brujería.
Sin embargo, los inquisidores de Madrid se mostraban escépticos y, para asegurarse de los pormenores, ordenaron que un inquisidor hiciera una visita por la zona. El elegido fue Juan del Valle Alvarado, un teólogo y jurista que estaba totalmente convencido de la existencia de las brujas y que además se sintió alarmado por los casos de brujería que en esos años se estaban produciendo al otro lado de la frontera, en la vecina Francia.
Las constantes incitaciones a denunciar a supuestos brujos y el hecho de que esas denuncias fueran secretas hicieron que se multiplicaran las delaciones entre los vecinos, en medio de un clima de psicosis y terror. De este modo se recogieron testificaciones contra 280 brujos en la comarca.
Finalmente, el tribunal de la Inquisición de Logroño, bajo cuya competencia se hallaba el valle del Baztán, procesó a 31 personas. Las acusaciones eran tan detalladas como inverosímiles: tomar la forma de cualquier animal con la ayuda del demonio, volar haciendo uso de palos o escobas, fornicar con Lucifer, provocar tormentas marinas y causar daños irreparables a las cosechas y a las personas, en forma de catástrofes o enfermedades.
Las acusaciones eran tan detalladas como inverosímiles: tomar la forma de cualquier animal, volar con una escoba, fornicar con Lucifer...
Mientras se desarrollaba el proceso, dos brotes de peste, que por entonces asolaba Logroño y su comarca, se llevaron la vida de casi la mitad de los encausados. Los médicos afirmaban no entender la causa de fallecimientos tan repentinos, y los inquisidores se mostraron convencidos de que la enfermedad era obra del demonio, que visitaba a las prisioneras con nocturnidad para tener acceso carnal con ellas y provocaba luego sus muertes para evitar su testimonio en el proceso.
Fueron tres los inquisidores que instruyeron la causa: Alonso Becerra Olguín, Juan del Valle Alvarado y Alonso de Salazar y Frías, que se añadió a la pareja en junio de 1609, ya comenzado el proceso. Los dos primeros estaban convencidos de la realidad del demonio y de las brujas y creían que había que mostrarse inflexibles. Alonso de Salazar, en cambio, era mucho más escéptico, y en particular ponía en duda los testimonios de niños, o confesiones de adultos que estaban más cerca del mundo de la fantasía que de la realidad.
El auto de fe de Logroño
Los inquisidores Becerra y Valle se impusieron y, para disgusto de Salazar y Frías, que votó en contra, el tribunal dictó once sentencias de muerte, cinco de las cuales correspondían a personas fallecidas a causa de la peste; eran aquellos que se habían negado a reconocerse brujos. Otros 19 procesados, los que habían confesado, sufrieron penas de cárcel y de confiscación de bienes.
Como establecía el protocolo de la Inquisición, las sentencias debían publicarse mediante un auto de fe solemne. Logroño se vistió de gala para el acto, que tendría su centro en la plaza del Ayuntamiento. Hubo una enorme concurrencia de forasteros. Un logroñés escribió al respecto: "Los nacidos no han visto tanta gente en esta ciudad [...] pasaron de treinta mil almas las que concurrieron de Francia, Aragón, Navarra, Vizcaya y Castilla".
Como establecía el protocolo de la Inquisición, las sentencias debían publicarse mediante un auto de fe solemne.
Después de que el sábado, 6 de noviembre de 1610, se celebrara una gran procesión, el domingo por la mañana comenzó el auto de fe. Fueron 53 las personas encausadas, 31 de ellas por brujería y el resto por otros delitos: judaísmo, bigamia, blasfemia... Los reos, que comenzaron a desfilar muy de mañana, iban descalzos y flanqueados cada uno de ellos por un par de cofrades; vestían sambenitos (unos grandes escapularios) y corozas, enormes conos de papel que se colocaban en la cabeza a modo de sombrero, adornados con pinturas alusivas al tipo de delito cometido.
Primero salieron 21, culpables de delitos menores; seis portaban un látigo al cuello en signo de que iban a ser azotados. Los 21 siguientes llevaban pintadas llamas vacilantes en hábitos y corozas, señal de que habían sido perdonados. Por último, salieron los once condenados a muerte, con demonios y llamas ondeantes en sambenitos y corozas; los cinco ya fallecidos aparecieron en efigie, en forma de una estatua de cartón-piedra dispuesta en lo alto de un palo, tras la que se transportaban ataúdes con sus restos, para quemarlos con la efigie.
La última quema de brujas
Cuando los acusados llegaron a la plaza, el prior dominico Pedro de Venero pronunció un sermón, a lo que siguió la lectura de las sentencias, que duró todo el día. Por la noche, los condenados a muerte fueron ejecutados. Al día siguiente, lunes, los demás brujos se reconciliaron con la Iglesia en otra ceremonia solemne. La crónica del auto de fe, publicada poco después, terminaba: "Y tras haber oído tantas y tan grandes maldades en dos días enteros que duró el auto [...] nos fuimos todos santiguándonos a nuestras casas".
Por la noche, los condenados a muerte fueron ejecutados. Al día siguiente, lunes, los demás brujos se reconciliaron con la Iglesia.
La historia no terminó ahí. Tras el auto de Logroño se desencadenó una persecución masiva de brujas en Navarra, Guipúzcoa y La Rioja. En marzo de 1611 se había identificado nada menos que a dos mil sospechosos de brujería. En ese momento los inquisidores de Madrid ordenaron a Salazar y Frías que investigara la situación.
Su informe, que comprendía 11.000 páginas y recogía 5.000 testimonios, llegaba a la conclusión de que las acusaciones y las confesiones eran falsas. En adelante la Inquisición sería muy cauta con las acusaciones de brujería, y en España no se volvió a quemar brujas, a diferencia de lo que sucedió en otros países de Europa.
TODA LA INFORMACIÓN LO HE
ENCONTRADO EN LA PÁGINA
OFICIAL DE NATIONAL GEOGRAPHIC
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