Ya estoy aquí con otra sesión de (NATIONAL PRESENT)de la sección de NATIONAL GEOGRAPHIC.
Esta semana toca hablar La gran migración, cómo los sapiens poblaron el mundo . Esta semana se viene un gran historia vamos a conocer porque la migración tan larga tuvieron los sapiens. Donde llegaron, que consiguieron, que vamos a conocer mejor su historia.
Pues no me enrollo más y vamos al grano.
Elisabeth Daynes, escultora francesa que colabora con paleoantropólogos, recreó así el aspecto de un hombre que vivió hace 28.000 años en la cueva de Cro-Magnon (Francia).Museo de Historia Natural, Viena.
Viaje colosal
Hace algo más de 70.000 años, Homo sapiens salió de la tierra donde
había nacido, África, para poblar el mundo. Pero, ¿cuándo surgió nuestra
especie y cómo se extendió desde su primer hogar?
A finales del siglo XIX, algunos naturalistas, entre ellos Charles Darwin, defendieron la idea de que el origen de nuestra estirpe tenía que hallarse en África. Esta suposición carecía de fundamentos sólidos en una época en que los estudios prehistóricos iniciaban su camino y todos los restos fósiles de humanos modernos conocidos procedían de Europa.
Hoy ya no cabe duda de que nuestra especie, Homo sapiens, se gestó en el continente africano y emprendió desde allí la más espectacular de las migraciones, que le llevó a colonizar todos los rincones del planeta. ¿Cuándo y dónde aparecieron sus primeros representantes? ¿Cómo eran? ¿En qué momento y por qué se lanzaron a aquel viaje colosal?
Nuestro origen
Desde mediados del siglo XX, antes de que los estudios genéticos entraran en escena, los especialistas comenzaron a plantear dos teorías para explicar el origen de nuestra especie a partir de los restos fósiles y utensilios de piedra que se habían hallado en diferentes partes del mundo. La primera teoría, conocida como «hipótesis multirregional», proponía que las poblaciones que se expandieron por el globo tras las primeras migraciones hacia el Viejo Mundo de humanos hoy extintos (como Homo erectus asiático) acabaron desembocando en Homo sapiens. Este resultado se habría debido a la existencia de intercambios sexuales entre todas ellas, que habrían mantenido la unidad biológica y propiciado la convergencia en los humanos modernos (nosotros).
La alternativa a este modelo es la «hipótesis monogenista», conocida popularmente como «Eva africana». Según esta perspectiva, todas las poblaciones humanas actuales descenderían de una población originaria localizada en África que se extendió por todo el planeta y sustituyó a las especies humanas que allí vivían. El apoyo fundamental a esta hipótesis provino de los primeros estudios genéticos sobre el ADN o ácido desoxirribonucleico, la molécula portadora de la información genética de los seres vivos.

Cráneo de Homo Ergaster perteneciente a la colección del Museo de Historia Natural de Gotemburgo, Suecia.
En 1987, un estudio concluyó que todo el ADN mitocondrial humano actual (es decir, el ADN que se transmite por vía materna) procede de una secuencia ancestral africana: hace 200.000 años existió en África una mujer –la única entre una población supuestamente muy reducida de humanos modernos– cuyos datos genéticos se han perpetuado en una cadena continuada de madres e hijas hasta el presente.
Una historia de dos millones de años
En el largo camino de la evolución humana podemos identificar hitos especialmente importantes. Hace 1,8 millones de años apareció en África Homo ergaster, especie que disponía de un cuerpo con una proporción moderna y había desarrollado comportamientos más complejos que los vistos hasta entonces, como la innovación técnica de la talla achelense, el aumento de la caza, la expansión por territorios más abiertos y un incipiente desarrollo de las relaciones sociales. Hace entre 700.000 y 500.ooo años, Homo ergaster desembocó en una especie distinta, Homo rhodesiensis, con un cerebro mucho más grande.
Esta especie guarda importantes semejanzas con Homo heidelbergensis, extendida por Europa desde hace unos 600.000 años y particularmente abundante en el yacimiento de la Sima de los Huesos de Atapuerca (Burgos). Es probable que los rhodesiensis africanos y los heidelbergensis europeos formaran parte de una misma población inicial africana que emigró exitosamente hacia Eurasia.
El grupo que se instaló en las tierras europeas, adaptado a las particularidades de la Edad del Hielo, acabaría desembocando en los neandertales. El grupo que se quedó en África sería el ancestro más plausible de Homo sapiens. Lo que pasó en suelo africano a partir de esa bifurcación está lleno de incógnitas. Grupos que podrían ser más modernos que Homo rhodesiensis conviven o preceden a otros con rasgos arcaicos.

Imagen aérea de la depresión de Afar, en Etiopía, surcada por el río Awash. Esta zona, junto al mar Rojo, es fundamental en el estudio de la evolución: en ella han aparecido fósiles de Ardipithecus, Australopithecus, Homo erectus y Homo sapiens.
En el marco de esta diversidad aparece Homo sapiens, hace 195.000 años. Sus primeros representantes son los fósiles hallados en Omo Kibish, al sur de Etiopía. Allí fueron descubiertos restos del cráneo y el esqueleto de un individuo que los arqueólogos llamaron Omo I y asignaron a sapiens. En él, en efecto, ya están representadas las características craneales distintivas de nuestra especie (dejando de lado las dimensiones del cerebro): una bóveda craneal particularmente alta, que permite la existencia de una frente despejada y vertical; el reborde óseo muy atenuado alrededor de nuestras órbitas oculares y la presencia de barbilla.
Pero el camino a la «modernidad» humana en África no fue uniforme. El reciente análisis de los restos humanos exhumados en el abrigo de Iwo Eleru, en Nigeria, de apenas 13.000 años de antigüedad, revela unos rasgos físicos sorprendentemente arcaicos. Esto indica que nuestra especie floreció en un marco evolutivo más complejo de lo que sospechábamos, probablemente debido a que durante mucho tiempo coexistieron poblaciones muy diferenciadas o bien aisladas geográfica y demográficamente.

Mapa de la expansión del Homo sapiens según el modelo africano, con fechas en años antes de nuestra era.
En consonancia con el proceso de gestación de Homo sapiens, la arqueología detecta algunos cambios. Durante más de millón y medio de años no hubo transformaciones relevantes en la tradición cultural africana. La innovación tecnológica iniciada por Homo ergaster hace 1,7 millones de años, conocida como achelense, se caracterizaba por la elaboración de grandes hachas de mano: los bifaces, hendedores, picos y cuchillos que permitieron llevar a cabo las múltiples tareas de supervivencia. El achelense fue un exitoso invento que trascendió el tiempo, los continentes y las especies: son achelenses, por ejemplo, los útiles empleados por heidelbergensis y hallados en Atapuerca.
Pero hace unos 250.000 años se inició una nueva innovación tecnológica en África oriental, conocida como Edad de la Piedra Media (MSA, Middle Stone Age). Las grandes hachas de mano fueron sustituidas por un instrumental lítico de pequeñas dimensiones, sobre todo puntas que se enmangaban en astiles de madera, a modo de lanzas. Ello indica que las tácticas de caza pasaron a apoyarse en un armamento arrojadizo que permitía abatir las presas a mayor distancia. La MSA africana surgió casi a la vez que la tecnología de los neandertales europeos, el musteriense, y es muy similar a ésta.
Atrapados en África
Las aisladas y escasas comunidades africanas de Homo sapiens estuvieron ligadas a la tradición cultural de la MSA durante más de cien mil años. En ese largo y oscuro período de tiempo conocemos algunas tímidas salidas a las puertas de África: hacia el Próximo Oriente y posiblemente hacia Arabia, salidas que no tuvieron trascendencia para la colonización posterior del planeta. Sabemos, en efecto, que hace unos 100.000 años, en un momento más húmedo que el actual, grupos de Homo sapiens emigraron hacia el territorio costero de lo que hoy es Israel a través de la península del Sinaí.

Raspador de piel hecho con técnica Levallois. Museo de Birmingham.
En las cuevas de Skhul, en el Monte Carmelo, y de Qafzeh, en las montañas de Galilea, han aparecido restos de al menos once individuos sapiens que, en algunos casos, fueron objeto de un enterramiento ritual. Pero el rastro de los habitantes de Skhul y Qafzeh se pierde hace unos 75.000 años. Quizá se extinguieron debido a los rigores climáticos que acompañaron los inicios de la última glaciación.
Tras su desaparición, fueron los neandertales, procedentes de Europa, quienes se adentraron en este mismo territorio y habitaron cuevas vecinas. Muchos especialistas están de acuerdo en que la presencia de sapiens y neandertales en este pequeño rincón fue una coincidencia, y que ambas especies nunca llegaron a verse cara a cara en este escenario.
La gran explosión
Si algo caracteriza a Homo sapiens, más allá de algunos rasgos físicos exclusivos, es lo que se ha llamado «comportamiento humano moderno»: las innovaciones cognitivas y culturales que llegan hasta hoy y que constituyen otro gran hito en la historia de la evolución humana. La arqueología identifica ese comportamiento en el desarrollo de una tecnología más potente, diversificada y eficaz para adaptarse a ecosistemas muy variados; en la capacidad de aprovechar muchos más recursos alimenticios (incluidos los de ríos y mares); en el surgimiento de redes de intercambio de bienes e ideas entre poblaciones alejadas entre sí, y sobre todo en el comportamiento simbólico. Nuestra especie es capaz de dar un contenido simbólico a todos los aspectos de la vida cotidiana mediante el lenguaje, el arte y la ornamentación personal.

Recreación de una familia neandertal por Mauricio Antón.
Durante muchos milenios tras su aparición, Homo sapiens no se distinguió culturalmente de sus parientes neandertales. La modernidad anatómica de sapiens precedió en mucho tiempo a su modernidad cultural, cuyos comienzos podríamos situar hace unos 80.000 años. En esas fechas, yacimientos arqueológicos de distintas regiones africanas (sobre todo en el sur del continente) atestiguan la aparición de nuevas técnicas de talla destinadas a producir láminas: lascas muy alargadas y delgadas a partir de las cuales se desarrollaron microlitos, unos útiles más pequeños que permitieron crear un armamento arrojadizo aún más sofisticado.
Estos cambios en las tradiciones culturales están acompañados por la aparición de armamento en hueso y el consumo intensivo de recursos marinos. Y también por la irrupción de elementos como las cuentas de collar de conchas perforadas (que son un ejemplo tanto de ornamentación personal como de identidad de un grupo), o los grabados de tipo geométrico sobre fragmentos de ocre o de cáscara de huevo de avestruz, que prueban un incipiente desarrollo de códigos simbólicos cuyo significado se nos escapa. Además, el origen de algunas rocas utilizadas para la talla y de algunos abalorios se encuentra a grandes distancias de estos asentamientos, lo que indica la existencia de redes comerciales.
El éxodo sapiens
Hoy, los avances científicos permiten utilizar otras fracciones del ADN, como el cromosoma Y (transmitido por vía masculina), para reconstruir los pasos de nuestra especie. Esta gran empresa comenzó hace algo más de 70.000 años, con un pequeño grupo de sapiens africanos diezmado por los rigores climáticos, aislado en algún rincón de África oriental y pertrechado con sus capacidades para el desarrollo de un comportamiento simbólico y moderno.

Por el estrecho de Bering (arriba) cruzó el Homo sapiens de Asia a América.
La puerta de salida hacia el mundo fue un paso (hoy cubierto por la subida del nivel del mar) en el estrecho de Bab el Mandeb, al sur del mar Rojo, que separa el Cuerno de África de la península arábiga. Siguiendo rutas costeras, debieron de alcanzar la India: allí, en Jwalapuram, encontramos huellas de la presencia de Homo sapiens en torno a los 70.000 años.
Desde esta zona del sur de Asia, algunos grupos siguieron su camino hacia el Lejano Oriente y llegaron a Australia hace unos 50.000 años o quizás antes, familiarizados ya con el uso de embarcaciones rudimentarias. Las barreras climáticas y ambientales probablemente atrasaron la llegada a Europa, que se produjo hace unos 45.000 años a través del Mediterráneo oriental, a partir de un grupo proveniente de Asia. Finalmente, los grupos que acabaron asentándose en Asia Central fueron responsables de una ola expansiva que, hace aproximadamente 15.000 años, los condujo, a través de las tierras entonces emergidas del estrecho de Bering, a la conquista del inmenso continente americano.
Neandertales y denisovanos
Cuando los sapiens emprendieron el gran éxodo de África no estaban solos en el planeta. Otras especies humanas, fruto de migraciones más antiguas, sobrevivían en diferentes regiones de Eurasia, como Homo erectus. Recordemos que la hipótesis de la Eva africana suponía que nuestra especie, una vez llegada a esas tierras, sustituyó a las demás especies. Pero los últimos descubrimientos sobre la relación que Homo sapiens estableció con dos de ellas, neandertales y denisovanos, han alterado algunas ideas sobre cómo se produjo nuestra conquista del planeta.

Caza de un mamut por un grupo de sapiens.
Los neandertales, descendientes de los heidelbergensis, habían hecho de la fría Europa su hogar durante milenios. Se desvanecieron hace unos 30.000 años en sus últimos reductos en el sur europeo, coincidiendo con la llegada de los sapiens a su territorio. Hoy sabemos que, a través del intercambio sexual, los neandertales traspasaron en torno al dos por ciento de su genoma a todas las poblaciones actuales no africanas. Los cruces pudieron ser muy intensos: uno de los fósiles más antiguos de Homo sapiens en Europa, procedente de Pestera cu Oase (Rumanía) y fechado en 40.000 años, contiene hasta un nueve por ciento de genoma neandertal.
El caso de la cueva de Denisova, en la región siberiana del Altai, es mucho más asombroso. Los denisovanos son la única especie humana fósil que ha sido definida sólo a través del ADN. Los escasísimos restos fósiles de denisovanos son tan poco reveladores que primero se creyó que eran neandertales; de hecho, ambas especies proceden de un mismo tronco y empezaron a divergir no hace más de 400.000 años. Los denisovanos han contribuido hasta en un cinco por ciento al genoma de poblaciones de regiones tan dispares como Oceanía, el oriente euroasiático y América.

Fragmentos de hueso pulido para obtener extremos apuntados. Pudieron usarse como puntas de armamento arrojadizo y para perforar cuero o conchas.
A la vista de estos últimos datos genéticos, ¿deberíamos dar por válida la antigua hipótesis multirregional? ¿Deberíamos aceptar que las diferencias biológicas, culturales y sociales entre neandertales y sapiens fueron mucho más pequeñas de lo que se ha pensado? Neandertales y denisovanos han dejado su impronta genética en todos los humanos actuales no africanos. Aunque su contribución es pequeña, sugiere que el éxodo de nuestra especie y su encuentro con otros humanos fue mucho más sutil, complejo y cargado de matices de lo que jamás hubiéramos sospechado.
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Pirata Oscar
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