Ya estoy aquí con otra sesión de (NATIONAL PRESENT)de la sección de NATIONAL GEOGRAPHIC.
Esta semana toca hablar Franklin Delano Roosevelt, el presidente de los récords. Ya hace unos semanas hablamos de algunos presidentes EEUU ahora toca hablar de este gran presidente que tuvo Franklin Delano Roosevelt todos los records que consiguio y parte de su historia.
Pues no me enrollo más y vamos al grano.
Artífice del New Deal
Fue uno de los presidentes más importantes de la historia de Estados Unidos: ganó cuatro elecciones y permaneció en el cargo durante doce años.
Franklin Delano Roosevelt fue un presidente de récords. Es el gobernante estadounidense que más tiempo ha permanecido en el cargo (doce años, y habrían sido más de no ser por su muerte prematura) y el único que ha ganado cuatro elecciones consecutivas. Llevó el timón del país durante una de sus épocas más difíciles: los años 30 y la Segunda Guerra Mundial, y a pesar de todo los ciudadanos renovaron una y otra vez su confianza en él.
Los récords no fueron la única cosa que rompió Roosevelt: también se atrevió a poner en marcha políticas que eran muy ambiciosas en el contexto de la época y especialmente en Estados Unidos, puesto que implicaban una intervención importante del estado, algo que en el país norteamericano muchos no veían con buenos ojos. Él fue el artífice del New Deal, un programa político diseñado para paliar los efectos de la Gran Depresión y que permitió rescatar un país socialmente roto por el desempleo y el empobrecimiento general.
Aún hoy en día, Roosevelt se mantiene como uno de los presidentes mejor valorados en la historia de Estados Unidos y uno de los que merece mayor respeto incluso por parte de sus adversarios políticos, quienes a pesar de no estar a menudo de acuerdo con sus políticas, no pueden negarle el mérito de haber sacado a flote el país en la que fue seguramente la época más difícil de su historia desde la Guerra de Secesión.
Una dinastía de políticos
Los Roosevelt no eran ciertamente unos desconocidos en la política estadounidense. Theodore Roosevelt, que era su tío lejano, ya fue presidente del país entre 1901 y 1909. La familia estaba dividida en dos facciones, ambas implicadas en la política, solo que unos eran demócratas y otros republicanos. Franklin nació el 30 de enero de 1882 en el seno de la primera de ellas, siendo hijo del cónsul estadounidense en China, país donde transcurrió parte de su niñez.
Niñez que fue muy privilegiada y transcurrió entre los mejores pasatiempos de la jet set. Los Roosevelt tenían mucho dinero y participaban en política porque en la familia se había transmitido como un valor sacrosanto la dedicación al servicio público. Al ser el único hijo, Franklin estaba destinado desde la cuna a terminar en política; y tal vez por eso no se tomó especialmente en serio sus estudios, a pesar de asistir a dos prestigiosas instituciones del país, el Harvard College y la Universidad de Columbia.
Franklin y Eleanor Roosevelt con sus hijos Anna y James, retratados en 1908.
En 1903 Franklin asistió a una recepción en la Casa Blanca durante el mandato de su tío Theodore Roosevelt. Esa fue una ocasión doblemente importante para él: en primer lugar porque, a pesar de sus diferencias ideológicas, Franklin aprendió mucho de su tío sobre cómo triunfar en política; y en segundo lugar porque allí se reencontró con su prima lejana Eleanor, quien años después se convertiría en su mujer.
Tras graduarse en Derecho empezó a trabajar con Ledyard & Milburn, un prestigioso bufete de abogados de Wall Street. También se casó en 1905 con Eleanor, a pesar de la oposición de su madre, quien ejercía mucho control sobre él y que se convirtió en una suegra incómoda para ella. Le dio una hija y cinco hijos, uno de los cuales murió al cabo de pocas semanas.
El gran ascenso… y después, la caída
Como era de esperar en la dinastía Roosevelt, su carrera pública empezó pronto. En 1910, con apenas 28 años, se presentó a las elecciones legislativas del estado de Nueva York. A pesar de no tener experiencia previa en política, la fuerza del apellido Roosevelt y el dinero invertido por su familia en la campaña le permitieron entrar en el Senado de Nueva York: su llegada fue una auténtica sorpresa ya que en aquel momento los republicanos dominaban políticamente el estado y él, a pesar de su apellido, era un recién llegado a la palestra política.
Roosevelt defendió una agenda progresista, respaldando regulaciones para las grandes corporaciones, protecciones para los trabajadores y reformas en la administración estatal. Su energía juvenil y su entusiasmo lo hicieron destacar, y llamaron la atención de figuras prominentes del Partido Demócrata a nivel nacional. En 1912 Roosevelt respaldó a Woodrow Wilson en su candidatura presidencial; este, tras ganar las elecciones, lo nombró secretario adjunto de la Marina, cargo que desempeñó hasta 1920.

Roosevelt (sentado) junto al gobernador de Nueva York, Alfred Smith. Roosevelt le apoyó durante su candidatura al gobierno del estado y Smith, a su vez, le devolvió el favor cuando fue él quien se presentó.
Esta posición fue crucial para Roosevelt, ya que le permitió adquirir experiencia en la administración gubernamental y establecer contactos clave en el ámbito político. Pero pronto llegaría un duro revés: en 1920, aceptó la nominación como candidato a la vicepresidencia del país junto a James M. Cox; sin embargo, este fue un desastre electoral para los demócratas. Aunque esta derrota fue un golpe para Roosevelt, también le dio experiencia en campañas nacionales y lo posicionó como una figura emergente dentro del partido.
Por si aquello no fuera poco, en 1921 contrajo la poliomielitis, enfermedad que lo dejó parapléjico de por vida. Esto representaba no solo un problema de salud, sino también un obstáculo para su carrera política en una época en la que los líderes eran percibidos como símbolos de fortaleza. Durante los años siguientes, Roosevelt se retiró parcialmente de la vida pública para concentrarse en su rehabilitación. Sin embargo, lejos de abandonar la política, utilizó este tiempo para reflexionar sobre su enfoque y reforzar sus lazos con aliados clave dentro del Partido Demócrata.
Una última crisis se sumó a todo lo anterior, aunque de esta fue plenamente responsable: en 1918 su mujer descubrió cartas privadas que revelaban las múltiples infidelidades de Franklin. En un primer momento quiso pedir el divorcio, pero la madre de Roosevelt, Sara Delano, intervino en el asunto; un divorcio podría arruinar la carrera política de su hijo, por lo que llegaron a un acuerdo: mantendrían formalmente el matrimonio pero harían vidas separadas y, a cambio, Sara financiaría las actividades de beneficencia a las que Eleanor se dedicaba y que eran de gran importancia para ella.
En 1928 su mentor político, el gobernador de Nueva York Alfred Emanuel Smith, lo convenció de volver a la política activa y postularse para el cargo de gobernador del estado. Roosevelt aceptó el desafío a pesar de sus limitaciones físicas, y para sorpresa de muchos su campaña fue un éxito, en gran parte gracias a su carisma, su nombre reconocido y su enfoque en problemas concretos, como las reformas económicas y laborales. Al ganar, demostró que su discapacidad no era un impedimento para liderar.
Como gobernador, Roosevelt adoptó un atrevido enfoque progresista: implementó reformas laborales, promovió programas de asistencia social y defendió medidas para regular las empresas públicas. Su liderazgo durante los primeros años de la Gran Depresión lo convirtió en una figura de interés nacional, demostrando su capacidad para actuar con rapidez y medidas concretas en tiempos de crisis. Durante este tiempo perfeccionó también su habilidad para comunicarse con el público a través de discursos por radio, un medio que usaría a menudo durante su presidencia.
Un nuevo acuerdo
El colapso de la economía nacional en 1929 y la percepción de inacción del presidente Herbert Hoover crearon el clima político ideal para que Roosevelt emergiera como una alternativa viable: así, anunció su candidatura presidencial presentándose como un líder dinámico dispuesto a experimentar con nuevas políticas para sacar al país de la crisis. Roosevelt ganó las elecciones de 1932 con una victoria aplastante, impulsado sobre todo por su promesa de un “nuevo acuerdo” para el pueblo estadounidense.
Cuando Roosevelt asumió la presidencia en 1933, Estados Unidos estaba sumido en una profunda crisis económica. La Gran Depresión había destruido millones de empleos, provocado el cierre de negocios uno tras otro y sumido a Estados Unidos en un estado de desesperación generalizada. El país exigía soluciones rápidas y las expectativas sobre el nuevo presidente eran enormes. En sus primeros cien días, aprobó una cantidad histórica de legislación destinada a estimular la industria, crear empleo y establecer una red de seguridad para los más vulnerables. También derogó la Ley Seca, que había puesto al país en manos de la mafia.

Roosevelt durante su presa de posesión en 1933, junto al presidente saliente Herbert Hoover.
Roosevelt definió su política con un nombre que ha pasado a la historia: el “New Deal”, es decir, un nuevo acuerdo social basado en la redistribución de los recursos y la intervención estatal. Esta política transformó la relación entre los estadounidenses y su gobierno, estableciendo el modelo de un estado más activo: la combinación de reformas estructurales, programas de empleo y apoyo directo a los ciudadanos ayudó a mitigar los efectos de la Gran Depresión, aunque la recuperación económica fue gradual y enfrentó momentos de retroceso, como la recesión de 1937.
Sin embargo, como era de esperar, esto encontró mucha resistencia por parte de los sectores conservadores que acusaban a Roosevelt de expandir demasiado el gobierno federal y de coquetear con el socialismo: Estados Unidos era el país del liberalismo por excelencia y cualquier medida intervencionista era vista con suspicacia, en especial desde el nacimiento de la URSS. Algunas de sus iniciativas llegaron a ser declaradas inconstitucionales por la Corte Suprema.
Para superar estos obstáculos, Roosevelt desplegó su habilidad comunicativa, utilizando sus famosas charlas en la radio para explicar sus políticas directamente al pueblo estadounidense, ganándose su confianza. Y es que si algo no podían negarle sus detractores eran sus excelentes habilidades comunicativas, que resultaron determinantes para que fuese reelegido en tres ocasiones. Ese fue uno de los aspectos más extraordinarios de la presidencia de Roosevelt: ganar cuatro elecciones consecutivas era algo sin precedentes en la historia estadounidense (en parte, porque por tradición democrática ninguno había optado a un tercer mandato).
Presidente en tiempos de guerra
En 1940, en medio de la creciente amenaza de la guerra en Europa, Roosevelt rompió esta tradición casi sagrada, establecida por George Washington, de retirarse después del segundo mandato, argumentando que el país necesitaba continuidad en el liderazgo en unos momentos tan críticos. Inicialmente los Estados Unidos se mantuvieron neutrales, algo que reflejaba el sentimiento aislacionista predominante en el país tras la Primera Guerra Mundial y la percepción de que aquella guerra era algo que no iba con ellos.
Sin embargo, Roosevelt comprendió que el conflicto en Europa y Asia tenía implicaciones globales que eventualmente afectarían a Estados Unidos, como se materializó finalmente en el ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. El presidente respondió rápidamente y, haciendo gala de sus habilidades comunicativas, consiguió convencer al Congreso y al pueblo estadounidense con uno de sus discursos más famosos: “El día de la infamia”, que fue emitido en directo por la radio y se convirtió en la emisión radiofónica más seguida en la historia del país. El discurso logró algo que nunca más se ha logrado en la historia estadounidense: unir a los dos grandes partidos y al pueblo en torno a un liderazgo común. Al día siguiente, Estados Unidos declaró la guerra a Japón y, poco después, a Alemania y a Italia.

El discurso del "Día de la Infamia" logró unir a los estadounidenses y revertir el clima social contrario a la guerra.
Durante los años siguientes, Roosevelt lideró al país en un esfuerzo total de movilización económica y militar. Por cruel que resulte decirlo, la guerra permitió que la economía estadounidense pasara de la depresión a un boom industrial, dedicado en buena parte al esfuerzo bélico: las fábricas producían en masa armas, municiones, aviones y tanques. También dio salida a millones de desempleados que se unieron al ejército, la marina y la aviación, aunque muchos de ellos no volverían. Y finalmente, tuvo un impacto decisivo en la integración de la mujer al mundo laboral, cubriendo los puestos que dejaban vacantes los hombres que iban a la guerra.
Por supuesto, no todo le fue bien a Roosevelt; durante la guerra se enfrentó al desafío de mantener la unidad nacional en un país diverso y lleno de tensiones. Una de las medidas más polémicas fue la de los “enemigos internos”, es decir, la internación de estadounidenses de ascendencia japonesa en campos de concentración: la medida resultaba especialmente polémica por sus tintes racistas, ya que los descendientes de alemanes e italianos no sufrieron el mismo trato.
También trabajó estrechamente con los líderes aliados, especialmente Winston Churchill y Iósif Stalin, en conferencias clave que sentaron las bases del orden mundial posterior a la guerra. Churchill fue su socio más estrecho: ambos desarrollaron una gran colaboración que combinaba respeto mutuo y objetivos compartidos. Roosevelt confiaba en el primer ministro británico y consideraba al Reino Unido como su mejor aliado, como demuestran los préstamos que Estados Unidos le había concedido incluso antes de entrar directamente en la guerra.

Stalin, Roosevelt y Churchill en la Conferencia de Teherán, que se celebró entre noviembre y diciembre de 1943.
Más complicada fue la relación con Stalin, basada en un delicado equilibrio entre pragmatismo y desconfianza política. Aunque ambos eran ideológicamente opuestos, Roosevelt creía que podía manejar a Stalin y establecer una cooperación que fuera más allá de la guerra. Esta perspectiva le llevó a tratar al líder soviético con cuidado y evitar enfrentamientos innecesarios, mediando a menudo entre él y Churchill, quien no era famoso precisamente por su carácter conciliador.
No obstante, aunque esta relación fue funcional durante la guerra, marcó el inicio de las tensiones que conducirían a la Guerra Fría. Roosevelt subestimó la desconfianza soviética hacia Occidente y las ambiciones de Stalin en Europa del Este, y Stalin aprovechó esto para consolidar sus planes territoriales de expansión a medida que la contraofensiva soviética ganaba terreno al Tercer Reich. Curiosamente, no advirtió en él algo que sí le preocupaba en el líder de la Resistencia Francesa, Charles De Gaulle, al que veía como un general arrogante y autoritario, y al que dejó fuera de las conferencias de guerra en más de una ocasión.
La muerte de un símbolo
En las elecciones de 1944, que Roosevelt ganó por cuarta vez, algunos observadores notaron que el presidente estaba mucho más frágil y cansado de lo habitual. Aunque Roosevelt intentó mantener en secreto la gravedad de su estado, su salud comenzó a deteriorarse visiblemente durante su cuarto mandato: sufría de hipertensión severa, arteriosclerosis avanzada y problemas cardíacos que lo hacían vulnerable a un accidente cerebrovascular.
Durante la Conferencia de Yalta en febrero de 1945, Roosevelt apareció físicamente debilitado y mentalmente agotado, lo que alarmó a sus aliados y a sus asesores cercanos. Pocas semanas después, el 12 de abril se encontraba posando para un retrato en su retiro de Warm Springs, cuando se quejó de un fuerte dolor de cabeza. Aquello resultó ser una grave hemorragia cerebral: el presidente murió pocas horas después, a los 63 años, dejando al país conmocionado y sin su líder en un momento crucial de la guerra.
Su vicepresidente Harry S. Truman, que había asumido el cargo apenas tres meses antes, se convirtió inmediatamente en presidente por el resto del período, teniendo que lidiar con la recta final de la guerra. Esto fue decisivo en dos aspectos: el primero era que Truman no había sido un miembro del círculo íntimo de Roosevelt y estaba mal informado sobre aspectos clave de la guerra, incluidos los detalles del Proyecto Manhattan, que desarrollaba la bomba atómica; y el segundo, que su carácter no era tan conciliador como el de Roosevelt y veía a Stalin con mucha más desconfianza, previendo que podía convertirse en un potencial enemigo una vez la amenaza común del Eje se hubiera desvanecido.

Roosevelt en su casa de Hyde Park en 1941, junto con su nieta Ruthie Bie y Fala, su terrier escocés.
Roosevelt fue enterrado en su hogar de Hyde Park, en Nueva York, en una ceremonia sobria. Su muerte fue una pérdida muy importante para Estados Unidos, pero también para la relación de este país con el resto del mundo: la desaparición del presidente marcó el fin de una era de cooperación y el comienzo de un nuevo orden mundial marcado por la desconfianza que desembocaría en la Guerra Fría. Su visión para la posguerra, especialmente en la creación de la Organización de las Naciones Unidas, quedó en manos de Truman, quien adoptó muchas de sus políticas pero también marcó un rumbo propio marcado por la lucha internacional contra el comunismo.
A punto de cumplirse 80 años de su muerte, Roosevelt sigue siendo considerado como uno de los presidentes más importantes y mejor valorados en la historia de Estados Unidos. Su presidencia marcó uno de los períodos más transformadores en la historia estadounidense, enfrentando desafíos monumentales como la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, y consolidando un legado que sigue siendo palpable en la política, la economía y la sociedad del país.
En numerosas encuestas entre historiadores y ciudadanos, Roosevelt aparece constantemente en el top 3 de los presidentes más valorados de Estados Unidos, junto a Abraham Lincoln y George Washington. Este reconocimiento se debe no solo a sus logros tangibles, sino también a su capacidad para inspirar confianza y esperanza en tiempos de desesperación. Sus palabras todavía resuenan como ejemplos de liderazgo, algo que se desprende de una de sus frases más famosas, que pronunció en su primer discurso inaugural: “Lo único que debemos temer es al miedo mismo”.
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