Comer roscón de Reyes el día 6 de enero, Día de Reyes, se remonta a una fiesta cristiana del siglo XI y no es una tradición exclusiva de España.
En España no hay Navidad que se precie o más concretamente Día de Reyes en el que no se deguste un buen pedazo de roscón de Reyes. Este postre, que se elabora con masa endulzada, se rellena o no con nata, crema o chocolate, y se cubre con fruta confitada y almendras, se ha convertido en un imprescindible de estas fiestas. Su forma redonda imita una corona y en su interior esconde una o dos sorpresas cuyo significado varía según el país. Esto último es así porque el roscón de Reyes no solo se consume dentro de nuestras fronteras sino también en Francia (galette des rois, en el norte del país y en Bélgica y gâteau des rois o couronne des rois, en el sur) Bélgica, Portugal (bolo reis), México y Venezuela (rosca de reyes).
Sobre su origen, se cree que el roscón es muy antiguo y es que parece que se sitúa en la Antigua Roma, en las fiestas de Saturnalia o Saturnales, jornadas en las que los romanos festejaban que los días se iban haciendo más largos. Estos días era costumbre repartir entre las clases bajas unas tortas redondas elaboradas con higos, dátiles o miel que escondían en su interior un haba. Aquel esclavo que tuviera la suerte de encontrarla sería nombrado ‘rey de reyes’ por un tiempo limitado y recibiría toda clase de favores y comodidades. Cuando el cristianismo dejó de ser perseguido y se convirtió en la religión oficial del Imperio, la tradición se preservó, aunque perdió parte de su importancia.
Fue en el siglo XI, en Francia, cuando la tradición volvió con fuerza y se planteó de una manera parecida a la actual. Esta nueva fiesta, heredera directa de la practicada en Roma, se conocía como ‘rey del haba’ e imitaba la adoración de los Reyes Magos al niño Jesús. Cada pueblo ofrecía un bollo dulce a los niños más pobres para celebrar la Epifanía y el que encontrara el haba era coronado y agasajado con regalos, ropa y manjares de todo tipo. Esta tradición acabó por extenderse también en el ámbito familiar con su propio roscón y la recompensa de presidir la mesa durante la cena.
También en Francia, pero unos siglos más tarde, en el XVIII, se escondió en el roscón de Luis XV un medallón de oro y brillantes. Este nuevo premio hizo que nadie quisiera el haba y apareciese la dualidad entre recompensa y castigo. Felipe V acabaría por introducir esta modalidad en España y la idea de “premio bueno” y “premio malo” se generalizó. Desde ese momento, habría que diferenciar a la persona que encontrase la moneda o figurita (rey de la fiesta) y aquella que se quedase con el haba y que en la actualidad tiene que pagar el roscón (tonto del haba).
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