Seguimos con la sección de CULTURA Y ARTE con las dos entradas conjuntas son pequeñas pero os resultarán curiosas.
Para esta semana seguimos hablando en la primera noticia (El descubridor de Estados Unidos). Y la segunda noticia (Garrote
vil).
Esta
semana nos toca El descubridor de Estados Unidos y Garrote vil.
El descubridor de Estados Unidos
Fue el primer europeo que pisó el norte de América y quien dio nombre a la península de Florida. Algunos creen que Ponce de León iba tras la fuente de la eterna juventud. Este aventurero con vida de película murió abatido por los indios hace ahora quinientos años.
Una nube de flechas con puntas impregnadas de veneno de cobra se precipitó sobre los españoles. Montado sobre su caballo, Juan Ponce de León luchó con bravura contra los indios calusas que lo rodeaban. Fue una orgía de sangre, aullidos y lamentos. Al tiempo que tronaban los arcabuces, un puñado de jinetes trató de romper el cerco. Pero los enemigos llegaban en oleadas. Todo fue inútil. En plena lucha, el jefe de los españoles recibió un flechazo en el muslo que lo dejó malherido. Acosados por los calusas, los colonos abandonaron el asentamiento que habían construido con tanto esfuerzo en Florida.
Dejando atrás a sus compañeros muertos, los pocos que sobrevivieron embarcaron en sus naos y partieron hacia La Habana, donde pocos días después Juan Ponce de León no pudo superar los efectos letales del veneno. Así murió, en julio de 1521, hace ahora quinientos años, el descubridor de Florida, el primer territorio de Estados Unidos explorado por los españoles.
Ponce de León -que había sido paje de Fernando el Católico cuando era adolescente- era un guerrero de origen noble venido a menos que combatió en la conquista de Granada. Ambicioso y despiadado, llegó a las Indias en 1502, donde puso en pie un pequeño imperio financiero que lo ayudaría a descubrir Florida.
Colonizó Puerto Rico, donde fue nombrado gobernador, pero el hijo de Colón -su rival- lo depuso; entonces, Ponce de León buscó nuevas tierras
Participó en las cruentas batallas contra los indios taínos en La Española, la isla donde Cristóbal Colón estableció la primera colonia castellana y en la que actualmente se asientan Haití y la República Dominicana. Luchó con tanta bravura que el gobernador Nicolás de Ovando lo premió con unos terrenos junto al río Yuma y con un elevado número de indígenas en régimen de encomienda.
En ese lugar se asentó junto con su esposa, una mujer indígena que se bautizó con el nombre de Leonor, con la que tendría tres hijas, Juana, Isabel y María, y un hijo llamado Luis. Un lustro más tarde, Ponce de León comenzó la colonización de Puerto Rico, siendo designado por la Corona española como máxima autoridad de la isla.
El 29 de octubre de 1508, Diego Colón -hijo del descubridor de América- fue nombrado gobernador general de las Indias, un puesto que le permitiría controlar las posesiones españolas en el Nuevo Mundo. Su primera medida fue retirar a Ponce de León de su cargo en Puerto Rico.
Su sustitución le hizo perder algunas posesiones, aunque siguió siendo un hombre muy rico gracias a las ganancias que le proporcionaban otras plantaciones y negocios. Sin ocupación oficial alguna, Ponce de León logró que Fernando el Católico le concediera una capitulación para explorar Bímini, una isla virgen en la que podría aumentar su patrimonio y su prestigio.
La expedición partió el 29 de enero de 1513 del puerto de Yuma, en La Española. La componían dos naos, la Santa María de la Consolación, pilotada por Juan Bono de Quejo, y la Santiago, al mando de Antón Alaminos, a la que poco después se incorporó el bergantín San Cristóbal, cuyo bajo calado lo hacía insustituible para explorar la costa.
Un siglo antes que el Mayflower
El 27 de marzo, los españoles divisaron lo que ellos creyeron que era la isla de Bímini. El tiempo no acompañaba y Ponce de León tuvo que esperar cinco días para desembarcar en una playa situada en la costa oriental de la península de Florida, probablemente entre los actuales Jacksonville y cabo Cañaveral.
Desde ahí divisó un paisaje plano y boscoso que se extendía hasta el horizonte. Su descubrimiento tuvo lugar el Domingo de Resurrección, festividad conocida también como el día de la Pascua Florida, motivo por el que la nueva posesión de la Corona de Castilla fue bautizada con el nombre de La Florida.
Aquellos aguerridos exploradores no podían saber que esa región era parte integral del continente americano y que en él se fundarían los Estados Unidos de América siglos más tarde. Ponce y sus hombres se adelantaron 107 años a los peregrinos puritanos que llegaron a bordo del Mayflower a las playas de Massachusetts.
Los cronistas de la época afirmaron que los españoles se adentraron en Florida para buscar oro y localizar la mítica fuente de la eterna juventud, cuyas aguas hacían rejuvenecer. Los que piensan que buscaban ese misterioso manantial recuerdan que la mayoría de las expediciones en las Indias tuvieron sus raíces en informaciones indígenas que aseguraban la existencia de reinos llenos de prodigios o de míticas ciudades de oro.
Una fuerte corriente para regresar a España
Tras reclamar las nuevas tierras para la Corona española, los españoles levaron anclas y continuaron la navegación hacia el sur, doblando el 8 de mayo de 1513 una punta del litoral de Florida que el jefe de la expedición llamó cabo Corrientes (el futuro cabo Cañaveral). Si alguien le hubiera contado que cuatro siglos y medio después partiría desde esas tierras un cohete que llevaría al primer ser humano a la Luna, no habría dado pábulo a semejante despropósito.
En una laguna con forma de cruz, que los españoles bautizaron como río Crucis, Ponce de León ordenó erigir un pilar de piedra labrada coronado con una cruz de madera. Cuando estaban rezando ante aquel altar improvisado, los exploradores sufrieron un ataque indígena que los obligó a huir a toda prisa. Navegaron hacia el sur y bordearon los actuales cayos de Florida.
Durante la travesía, Antón Alaminos localizó una corriente marina muy fuerte que discurría de sur a norte y conducía las naos a toda velocidad. Aquella fuerza oceánica se conocería más tarde como la Corriente del Golfo y sería la que empujaría los galeones españoles cargados de oro y plata hacia España.
Tras descubrir Florida, Ponce de León viajó a Castilla en 1514 para informar al rey de las supuestas riquezas que albergaban esos territorios y reafirmar sus derechos sobre ellos. Fernando el Católico le concedió una nueva capitulación para poblarlo y le advirtió de que debía leer a los indios que lo habitaban el requerimiento para que se convirtieran amistosamente a la fe católica; de lo contrario, él y sus hombres tenían autorización de la Corona para hacerles la guerra y esclavizarlos.
La muerte de su mujer, una indígena bautizada con el nombre de Leonor, retrasó sus planes de partir con dos carabelas hacia Florida
En la capitulación no se mencionaba la búsqueda de ninguna fuente de la eterna juventud, pero sí contenía instrucciones para el reparto del oro que Ponce de León encontrara en esas tierras. Asimismo, el rey le concedió el título de adelantado, un puesto desde el que incrementaría su ya desahogado patrimonio. El descubridor de Florida era extremadamente rico y sus plantaciones estaban bien provistas de esclavos.
Pero el propósito del nuevo adelantado de La Florida no era el oro, sino localizar nuevas posesiones que catapultasen su prestigio en las Indias. Una vez regresó a Puerto Rico, Ponce de León lo preparó todo para regresar a Florida, pero las revueltas indígenas que se produjeron en Puerto Rico y la enfermedad y muerte de su mujer, Leonor, retrasaron sus planes.
Finalmente, el 26 de febrero de 1521 partió de la isla caribeña con dos carabelas que transportaban 50 caballos, 200 hombres y algunas mujeres, así como animales de granja y todo tipo de aperos para agricultores y artesanos. Con ese primer contingente de colonos, el conquistador trataría de poner en pie un primer asentamiento en los nuevos territorios.
Aunque no hay pruebas documentales de que el descubridor de Florida intentara encontrar la misteriosa fuente de la eterna juventud, lo cierto es que cerca del lugar donde desembarcó, en el pueblo de Saratosa, se encuentra el balneario de Warm Mineral Springs, cuyas aguas medicinales podrían ser el origen de la leyenda. En su entrada hay un cartel que dice: «Este manantial es el que buscó en vano Ponce de León. Oyó de los indios su existencia, y en 1521 hizo su segundo viaje para la búsqueda de esta fuente». El cartel afirma que los españoles sufrieron una emboscada de los indígenas calusas en las cercanías de aquella fuente termal.
El colonizador español Gonzalo Fernández de Oviedo describió aquella encerrona: «Ponce de León salió herido malamente de un flechazo, y acordó irse a curar a Cuba para volver con más pujanza; pero llegado al puerto de La Habana, vivió poco, y murió como católico».
Sus restos descansan en la catedral de San Juan de Puerto Rico.
Garrote vil El cruel invento español que alimentó la leyenda negra
Hace 43 años de la abolición de la pena de muerte en España. Rescatamos la historia del garrote de ajusticiar, un invento que nos retrotrae a tiempos por fortuna superados.
El 2 de marzo de 1974 se realizaron las dos últimas ejecuciones con garrote practicadas en España, la del anarquista Puig Antich en Barcelona, con el modelo ‘de corredera’ de la Audiencia de Madrid, y la del vagabundo alemán Georg Michael Welzel en Tarragona, con el garrote ‘de alcachofa’ de la Audiencia de Sevilla.
El garrote permitía al reo morir sentado, en contraste con el degradante pataleo del ahorcado
El verdugo que ejecutó a Welzel, José Moreno Moreno, llevaba varios años cobrando la nómina como ejecutor de la Audiencia, pero no tenía experiencia alguna ni nadie le había explicado el funcionamiento del garrote. Después de examinar el artilugio concluyó erróneamente que aquello se ponía en torno al cuello del reo y se giraba la manivela hasta que los dientes de la alcachofa penetraban en su cerebelo. «Lo mismo que cuando se apuntilla a un toro» -comentó al ujier de la Audiencia que le entregaba el aparato-.
Confortado por la ingestión de coñac y moscatel, el condenado se dejó atar de pies y manos a una silla. Había una docena de personas presentes, pero ninguna cayó en que faltaba el imprescindible poste en el que se debe apoyar el garrote. Tampoco disponían de la preceptiva capucha con la que cubrir la cabeza del reo, pero la improvisaron con la funda de un cojín.
A las nueve en punto, don Gregorio Mesquida -director de la prisión- ordenó la ejecución. José Moreno extrajo el garrote de su envoltorio. Si pretendía accionar el manubrio con ambas manos, lo que parecía obligado, tenía que contar con el concurso de alguien que lo sostuviera a la altura adecuada. Dos funcionarios de prisiones fueron reclutados como improvisados ayudantes. Situados a ambos lados de la silla sostendrían en vilo las guías del garrote «para que esté derecho y no se mueva mientras yo le doy a la manivela».
Nervioso, Welzel respiraba dificultosamente dentro de la cretona. José Moreno Moreno accionó el manubrio. La alcachofa avanzó rápidamente hasta la parte posterior del cuello y se clavó en la carne. El desventurado Welzel aullaba intentando incorporarse. El verdugo presionaba con el aparato para evitarlo. Se hizo evidente que el artilugio no apretaba lo suficiente para quebrar el cuello del reo.
Para complicar las cosas, uno de los funcionarios que aguantaban el aparato sufrió un ataque de histeria. José Moreno Moreno culpaba de su incompetencia al cuello del reo, que era demasiado estrecho. El comandante Muro le zanjó el razonamiento con una sonora bofetada.
Algo había que improvisar. José Moreno Moreno desmontó el garrote y estrechó el corbatín añadiéndole un taco de madera. La operación se demoró un cuarto de hora mientras el reo gemía y sangraba. José Moreno volvió a colocar el garrote. Después de otros veinte minutos de padecimiento cesaron los estertores de Welzel. El médico certificó su defunción.
– Que nadie cuente lo que ha ocurrido aquí, o se atenga a las consecuencias– advirtió la autoridad competente.
El garrote se despedía de España. A los cuarenta años de la abolición de la pena de muerte en España (por la Constitución de 1978), algunas Audiencias españolas comienzan a rescatar de sus trasteros los garrotes de ejecutar y los exhiben en vitrinas.
El garrote forma parte de la leyenda negra que proclama en el extranjero la crueldad de los españoles. Sin embargo, en un principio se consideró una forma de ejecución humanitaria que ahorraba sufrimientos al reo.
Diversos modelos, mismo fin
Gregorio Mayoral (1863-1928), un famoso verdugo de Burgos, ideó un garrote cuyo tornillo atravesaba el poste y empujaba el cuello del reo hacia el corbatín, de atrás hacia delante, al contrario de los garrotes convencionales. Lesionaba así directamente el bulbo raquídeo, seccionando incluso la médula espinal, lo que acarreaba una muerte fulminante.
Otro tipo de garrote empezó a usarse en la Audiencia de La Habana hacia 1880: se trataba de un garrote más evolucionado que los convencionales. En él, un potente tornillo de hasta seis pasos accionaba el corbatín contra una cogotera fija, de acero, en forma de media luna que comprimía la base del cráneo, a la altura de la primera vértebra, lo que aseguraba el desnucamiento.
A finales del siglo XVIII, los franceses habían humanizado sus ejecuciones mediante la guillotina; y los ingleses habían adoptado el ahorcamiento con «caída larga» que desnucaba al reo en lugar de asfixiarlo. Con el mismo propósito humanitario España sustituyó la horca por el garrote a fin de que «el suplicio de los delinquentes no ofrezca un espectáculo demasiado repugnante a la humanidad y al carácter generoso de la Nación Española». En ello coincidieron los dos bandos de la guerra de la Independencia, tanto el francés (Real Decreto de José I del 19 de octubre de 1809) como las Cortes de Cádiz (enero de 1812). Aparte de la intención humanitaria es posible que el legislador valorara que el garrote contribuiría a evitar los fraudes. Ocurrían demasiados ahorcamientos fallidos por rotura de cuerda o quebranto de palo, en cuyo caso era costumbre indultar al reo. La justicia comenzó a sospechar que el reo o sus deudos sobornaban al ejecutor.
Fernando VII, en desacuerdo con toda disposición liberal, reinstauró la horca para el villano (decreto del 4 de mayo de 1814), pero finalmente cedió a la presión social y determinó la definitiva adopción del garrote en 1832: «Para señalar con este beneficio la grata memoria del feliz cumpleaños de la Reina mi muy amada esposa; y vengo en abolir para siempre en todos mis dominios la pena de muerte por horca; mandando que en adelante se ejecute en garrote ordinario la que se imponga a personas de estado llano; en garrote vil la que castigue los delitos infamantes sin distinción de clase; y que subsista, según las leyes vigentes, el garrote noble para los que correspondan a la de hijosdalgo».
Fuera noble, ordinario o vil, a la postre, el reo se encontraba ante el mismo collarín metálico. La absurda distinción, heredera del Antiguo Régimen, se abolió en 1848.
¿Cómo funcionaba el garrote?
El garrote primitivo era un simple torniquete de cuerda que estrangulaba a la víctima. El verdugo solía ayudarse de un poste a través del cual pasaba la soga, para inmovilizar al condenado. El moderno, el metálico, el artilugio que aplasta el cuello del condenado hasta reducirlo a un par de centímetros de espesor, se menciona por vez primera en 1651: «Un instrumento ingenioso compuesto de dos mitades metálicas, que el ejecutor junta dando vueltas al tornillo y en un abrir y cerrar de ojos se está en la otra vida».
Estos primeros garrotes eran del modelo llamado ‘de alcachofa’: una manivela accionaba un tornillo que retraía una pieza móvil hasta aplastar contra el poste el gaznate del condenado sin efusión de sangre.
Este garrote permaneció inalterado durante tres siglos, y después coexistió con el garrote moderno o ‘de corredera’, aparecido hacia 1880 en el que el collarín presiona contra un marco de hierro. El resultado es el mismo: aplastamiento de la garganta incluso triturando las vértebras.
La muerte de Antich
El 2 de marzo de 1974, Antonio López Guerra, titular de la Audiencia de Madrid, ejecutó a Salvador Puig Antich, militante anarquista, condenado por matar a un policía. Un funcionario de prisiones, testigo presencial, relató así la ejecución. «El verdugo comenzó a arremangarse y dijo algo así como ‘venga, que vamos a terminar rápido’. Entonces hicieron sentar a Salvador en un sillón de los que corrían por la prisión. Él no quería que lo ataran ni que lo encapucharan, pero el verdugo dijo que sí, y le puso la capucha y lo ató a la silla. Luego se puso detrás, dio dos o tres vueltas y ya estuvo. El sacerdote decía unas plegarias y de los demás no se movía nadie. La ejecución no produce prácticamente ningún ruido. El verdugo le quitó luego los trastos del cuello, le quitó la capucha y lo cogió en brazos para, con ayuda de algunos funcionarios, ponerlo en un ataúd que estaba preparado al lado».
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