Seguimos con la sección de CULTURA Y ARTE con las dos entradas conjuntas son pequeñas pero os resultarán curiosas.
Para esta semana seguimos hablando en la primera noticia (La enfermera que revolucionó la sanidad pública).
Y la segunda noticia (Henry Dunant, el hombre que 'curando a dos bandos' creó la Cruz Roja).
La enfermera que revolucionó la sanidad pública
Florence Nightingale se negó a seguir su destino de dama de la alta sociedad victoriana y estudió matemáticas y enfermería. Se embarcó a la guerra de Crimea y cambió el sistema sanitario. Nacida hace 115 años, es la fundadora de la enfermería moderna.
Las 39 mujeres llegaron a las barracas del hospital militar de Scurati, a las afueras de Constantinopla, en el otoño de 1854 y se toparon con un panorama desolador de toses, gemidos, mal olor, suciedad, enfermos hacinados, médicos agotados y oficiales indiferentes.
Florence Nightingale –la jefa e instructora de este grupo de mujeres– abroncó a los militares y se puso a dar instrucciones. Lo primero, instalar una lavandería: sábanas limpias, pijamas en condiciones para los pacientes e uniformes impolutos para las enfermeras, ordenó Miss Nightingale.
Después, inspecciones del sistema de desagüe y alcantarillado; separación de las camas de los pacientes, ventilación y mucha atención a las comidas: más fruta, más variedad de alimentos, más verdura… Florence Nightingale estaba fundando la enfermería moderna mientras cuidaba a los soldados británicos en la guerra de Crimea.
Niña bien y desobediente
Esta mujer es una de las heroínas de la medicina. Para serlo, lo primero que hizo fue desobedecer. Se enfrentó a su familia cuando se empeñó en estudiar matemáticas y después convertirse en enfermera, en una época en la que esta profesión se equiparaba a la de criada.
Florence era una niña bien de la clase alta en la época victoriana, sus padres eran cultos, viajeros (ella se llamó así porque nació en Florencia) y tradicionales: el destino incuestionable de sus hijas era el matrimonio. Ella rechazó a varios pretendientes y se empeñó en ser enfermera tras haber visitado la comunidad religiosa luterana de Kaiserwerth en Alemania, donde atendían a enfermos marginados: allí se formó y se fijó en cómo detalles como la limpieza afectaban en la mejoría de los pacientes. También tomó ideas tras visitar el hospital de Laboisière de París, con amplios pabellones perfectos para que circularan la luz y el aire fresco.
Era conocida como ‘La dama de la lámpara’ porque inspeccionaba los pabellones hospitalarios por la noche, sola, iluminándose con un candil
En 1853 consiguió su primer trabajo como enfermera. La nombraron superintendente en el ‘Instituto para el cuidado de señoras enfermas’, un sanatorio para mujeres de la alta sociedad. No le pagaban, pero Florence recibia una generosa pensión de su padre. Ese mismo año comenzó la guerra de Crimea y por primera vez, gracias a la información de los periodistas, llegaban noticias a Londres de la dura realidad de la contienda: la opinión pública británica estaba escandalizada por las bajas y las condiciones de sus tropas.
Mujeres en la guerra
El ejército se puso en contacto con Florence Nightingale, ella formó a 38 enfermeras y emprendió viaje a Constantinopla. En el hospital de Scurati durante el día bregaba con los oficiales, daba órdenes y organizaba un sistema de anotación de todo que resultó crucial: Florence utilizó sus conocimientos matemáticos para hacer estadísticas de la evolución de los pacientes, de la relación de su estado con lo que habían comido… «Para entender los pensamientos de Dios debemos estudiar las estadísticas dado que estas son las medidas de su voluntad», dijo Florence. Fue pionera en aplicar la estadística a la sanidad y fue la primera mujer admitida en la Royal Statistical Society.
También se ocupó de la atención psicológica de los enfermos: abrió salas de lectura y juegos para que se entretuvieran. Y las enfermeras escribían cartas a las familias de los pacientes para que se mantuvieran en contacto con ellos. Durante la noche, Florence inspeccionaba los pabellones de enfermos iluminándose con un candil: por eso comenzaron a llamarla ‘la dama de la lámpara’.
«Hay cinco puntos esenciales para asegurar la salubridad de las viviendas: aire puro, agua pura, desagües eficaces, limpieza y luz», escribió. Su manual ha instruido a enfermeras de todo el mundo.
Sus tareas hicieron que las cosas mejoraran, pero no inmediatamente. El primer invierno en el hospital de Scurati fue duro: fallecieron allí unos 5000 soldados. No acabaron con ellos las heridas del campo de batalla, sino el tifus, el cólera, la disentería… Hay fuentes que aseguran que en Crimea hubo 16.000 muertos por enfermedad frente a 4.000 en el campo de batalla.
Con el tiempo los resultados de las medidas impuestas por Florence Nightingale fueron abrumadores: la mortalidad de los pacientes cayó de un 40 a un 2 por ciento. Así ha figurado en el Dictionary of National Biography británico.
Aire, agua, limpieza, luz y desagües
Florence regresó a Inglaterra como una heroína. Le llovieron los reconocimientos. Ella siguió trabajando. Fundó la Escuela de Entrenamiento Nightingale en el Hospital Saint Thomas –la primera escuela de enfermería laica del mundo– que ahora pertenece al King’s College de Londres; formó a enfermeras para ofrecer un sistema de asistencia a domicilio que se considera antecedente del Servicio Nacional de Salud británico, y supervisó el diseño del Royal Buckkinghamshire Hospital, el primero no militar en el que se cambió el sistema de ventilación, se ampliaron zonas de paso y escaleras… incluso se colocaron armarios según indicaciones de Florence.
Además, esta mujer revolucionaria escribió varios libros, entre ellos Notas sobre enfermería: qué es y que no es, donde decía: «Hay cinco puntos esenciales para asegurar la salubridad de las viviendas: aire puro, agua pura, desagües eficaces, limpieza y luz». Su manual ha instruido a generaciones de enfermeras de todo el mundo.
Hay cientos de objetos que hacen referencia a su labor: fotografías, su cuaderno de acuarelas… incluso una muñeca Barbie que la representa con su lamparita.
Fue una trabajadora incansable. «Prefiero diez veces morir en el mar, nadando hacia un nuevo mundo que quedarme quieta en la playa con los brazos cruzados», es una de sus frases memorables. No se detuvo a pesar de que regresó enferma de Crimea (ahora se sabe que padeció brucelosis) y la fatiga y los dolores musculares la obligaban a quedarse en la cama. También se cree que sufrió síndrome de estrés postraumático y depresión.
La visita de Dickens y una muñeca Barbie
A su casa de Mayfair, en Londres, acudieron a visitarla el primer ministro William Gladstone y Charles Dickens, entre otras personalidades. No siempre recibía a las visitas. «No soportaba la adulación», explica David Green, director del Museo Florence Nightingale de Londres.
Sí, Florence es homenajeada con estatuas, da nombre a calles y clínicas y a un museo dedicado por entero a ella: hay fotografías, su cuaderno de acuarelas… y también una muñeca Barbie que la representa con su lamparita.
La medicina le debe mucho a esta mujer terca y tenaz que pronunció frases muy adecuadas a la actualidad. Como éstas: «Los héroes más grandes son aquellos que cumplen con sus deberes diarios y sus asuntos domésticos mientras el mundo va girando como una peonza enloquecida»; o: «Es muy poco lo que se puede hacer bajo el espíritu del miedo».
Henry Dunant, el hombre que 'curando a dos bandos' creó la Cruz Roja
Daba igual el bando, el objetivo era salvar vidas en medio de la batalla. Así surgió la Cruz Roja –como un hospital de campaña en la batalla de Solferino, en 1859– de la mano de Henry Dunant, precursor de la que en la actualidad es la institución humanitaria más importante del mundo. Hoy cumpliría 194 años.
Una calurosa tarde de verano, Henry Dunant, un hombre de negocios suizo, presenció una batalla en el norte de Italia. Más de 100.000 soldados se enfrentaron cerca del pequeño pueblo de Solferino. Había austriacos, franceses, italianos… Fue una contienda como muchas otras de aquellos tiempos: cruel, salvaje, hombre contra hombre, que se libró en un solo día.
6.000 soldados murieron en las primeras horas, decenas de miles de heridos quedaron tendidos en el campo de batalla, abandonados a su suerte, sin nadie que los atendiera. Ante aquel horror, Dunant decidió interrumpir su viaje y convenció a los civiles para organizar un pequeño hospital de campaña en el que atenderlos, sin importar cual fuese el bando. «Tutti fratelli» (todos hermanos) fue su grito de guerra.
Aquel conflicto le marcó para siempre. Cuando regresó a Suiza escribió sobre lo que había vivido en Italia. Su libro Una memoria de Solferino fue, entre otras cosas, una súplica a las naciones del mundo para formar sociedades de socorro que brindasen ayuda a los heridos en las guerras. Lo tenía todo pensado: primero, debían crearse organizaciones cuyas caras visibles fueran personajes influyentes que captasen la atención de los ciudadanos. Así se encontrarían voluntarios para curar a los heridos. El segundo paso pasaba por el apoyo de alguna gran organización. Fue dicho y hecho. El 9 de febrero de 1863 la Sociedad Ginebrina para el Bienestar Público llevó a cabo la primera reunión de lo que muy pronto sería la Cruz Roja.
Dunant fue un hombre generoso y altruista que entregó su vida a las luchas humanitarias. Tanto fue así que se desentendió de sus negocios, se arruinó, y acabo viviendo de la caridad de sus amigos y conocidos. En 1895, tras varios años de retiro de la escena pública, un periodista rescató la historia del creador de la Cruz Roja y fue conocido en toda Europa. Su gran recompensa llegó cuando en 1901 se convirtió en el primer Premio Nobel de la Paz.
El emblema de la Cruz Roja –una cruz roja sobre un fondo blanco- fue elegido como reconocimiento a la labor del suizo Henry Dunant, basándose el diseño en la bandera de su país.
Cruz Roja, una historia de guerra en guerra
1909
Perros para localizar a los heridos
El Mayor Richardson, de la Cruz Roja de Inglaterra, se ofreció a ir a la guerra que se estaba librando en Melilla con sus perros para localizar y recoger a los heridos en el campo de batalla. En vez de ladrar, estos animales estaban entrenados para recoger una pertenencia del soldado herido y guiar a los médicos hasta él. Se estima que hasta 20.000 perros salvaron vidas durante la Primera y Segunda Guerra Mundial.
1912
Voluntarios en los Balcanes
Antes de la primera 'gran guerra' la Cruz Roja ya había echado a andar. En 1912, numerosos voluntarios se desplazaron a los campos de batalla durante las Guerras de los Balcanes para servir a los heridos de ambos bandos. En la imagen, dos voluntarios de la Cruz Roja búlgara conducen a un soldado herido al hospital de Pogdorica.
1914
Atención a los prisioneros de guerra
La casilla de salida para que el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) despegase del todo fue el estallido de la Gran Guerra. En pocos meses se pasó de diez a 1200 miembros. Ese mismo año se crearon secciones como la Agencia Internacional de Prisioneros de Guerra, que contó con más de 3.000 colaboradores –la mayoría, voluntarios de la alta burguesía ginebrina– cuya función era localizar a los heridos y ponerlos en contacto con sus familiares. Al final de la contienda, la agencia había localizado a más de dos millones y medio de personas.
1915
El día de los heridos
Desde sus orígenes, la labor de los voluntarios de la Cruz Roja ha consistido, además de en el trabajo directo sobre el terreno, en la organización, sensibilización y acercamiento de las acciones a la población civil para captar socios y/o voluntarios. Este grupo de mujeres londinenses repartían souvenirs de la organización en las calles con motivo del día de los heridos de guerra.
1916
Un movimiento mundial
Una enfermera traslada a dos heridos civiles al Hospital de Nish, en Serbia, uno de los muchos países que contaba entonces con una sección nacional de Cruz Roja. Ahora hay 192 integrados en el Movimiento de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja. Durante la guerra, las relaciones entre las sociedades nacionales se mantuvo intacta. El CICR, considerado la matriz del movimiento, fue el encargado de mantenerlas informadas a través del Bulletin International de la Croix-Rouge y de garantizar la ayuda entre ellas.
1945
El desembarco de las damas de gris
Siete meses después del desembarco en Normandía, llegó a las costas de la Riviera francesa un barco con mujeres. Eran enfermeras y personal de Cruz Roja enviadas desde Estados Unidos para cubrir las necesidades de los heridos en la Segunda Guerra Mundial. En Estados Unidos se las conocía como las 'damas de gris' y durante años brindaron a los soldados ayuda de naturaleza no médica: les leían y escribían cartas, y los acompañaban en su soledad mientras estaban ingresados. Durante la Segunda Guerra Mundial fueron casi 50.000 mujeres.
LOS PRINCIPIOS FUNDAMENTALES
Humanidad. Para aliviar el sufrimiento, sea del tipo que sea, vinculado o no a guerras. Favorece la cooperación entre los pueblos.
Imparcialidad. Para no hacer discriminación por nacionalidad, raza religión, condición social o credo político.
Unidad. Para que en cada país solo pueda existir una sociedad de la Cruz Roja o Media Luna Roja
Neutralidad. Nada de armas, nada de política. Las leyes humanitarias internacionales son explicadas a todos los soldados. Para mantener la confianza de las partes.
Voluntariado. Se trata de hacer el bien, no de ganar dinero. Para que sea un acto desinteresado.
Independencia. No dejarse corromper. Para poder actuar siempre de acuerdo a los valores del movimiento.
Universalidad. Para extenderse por todo el mundo.
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