Seguimos con la sección de CULTURA Y ARTE esta semana el nuevo artículo es Las mujeres científicas que cambiaron el devenir de la guerra, grandes científicas que han hecho historia en las guerras y porque, se viene una gran entrada.
Las mujeres científicas que cambiaron el devenir de la guerra
Al ser enviados los hombres al frente de batalla, se abrió una puerta para que las mujeres científicas desarrollaran todas sus capacidades. En muchas ocasiones, sus nombres quedaron en el olvido o a la sombra de los de sus compañeros como ocurrió con Lise Meitner, a quien su colega Otto Hahn le 'robó' el Premio Nobel en 1944
Las mujeres en la ciencia representan menos del 30% de los investigadores del mundo. Si ese dato es actual, pensemos que en el mundo de entreguerras la presencia femenina era casi testimonial. Todo cambió cuando llegó la contienda. Con los hombres en el frente, hubo matemáticas, físicas, químicas o biólogas que trabajaron investigando en diferentes campos. El enfrentamiento bélico abrió así la puerta de la ciencia a mujeres con unos conocimientos y habilidades que, de otro modo, habrían languidecido como secretarias o amas de casa.
Sin embargo, sus logros, muchos de ellos definitivos para el curso de la Segunda Guerra Mundial, se ocultaron de modo sistemático, se minusvaloraron, se obviaron y el protagonismo se lo apropiaron los hombres. «La participación de las mujeres en la ciencia se ha ocultado y no se ha reconocido. Eso es un trabajo que se ha hecho muy recientemente. Por otro lado, se piensa que la guerra la hacen los hombres, con esa vieja idea de que si las mujeres gobernaran no habría guerras, porque somos cuidadosas y cuidadoras; cuando eso no es verdad, porque las mujeres también pilotaron aviones y bombarderos», advierte Eulalia Pérez Sedeño, profesora de Investigación en Ciencia, Tecnología y Género del CSIC y catedrática de Lógica y Filosofía de la Ciencia.
Porque también fueron mujeres las que descubrieron cómo ocultar torpedos, esconder aviones a los radares, calcular trayectorias de proyectiles e incluso la fisión nuclear que llevaría a la bomba atómica. «Estas mujeres, que a principios del siglo XX desafiaron el mundo universitario alcanzando posiciones reservadas para los hombres, respondían generalmente a un perfil muy concreto: nunca se casaron y dedicaron su vida y su tiempo a la investigación», apunta la doctora Pilar Vélez, profesora de Matemáticas de la Escuela Politécnica Superior de la Universidad Nebrija y exrectora de esta institución.
Lise Meitner, el Nobel robado de la fisión nuclear
Lise Meitner (Viena, 1878) nació en el seno de una familia judía. «El emperador Francisco José había prometido un trato de igualdad para los judíos y nuevas leyes. Lise entró en la Universidad de Viena a los 23 años», explica la periodista Mª José Casado, autora de Las damas del laboratorio (Debate), licenciada en Ciencias de la Información e Historia Moderna y Contemporánea. Estudió física. Durante el doctorado en Berlín conoció al joven químico Otto Hahn y su amistad y relación profesional se prolongaría tres décadas. Publicaron varios trabajos sobre el actinio y el proactinio. Meitner incluso llegó a colaborar de manera temporal con Albert Einstein, quien la bautizó como «nuestra Marie Curie».
La situación política lo cambió todo. En 1938, escapó a Estocolmo huyendo de las leyes antisemitas. Continuando las investigaciones que había desarrollado con Hahn, fue la primera en explicar la fisión nuclear. Lo detalló en un artículo publicado en la revista Nature. Su teoría se comprobó de inmediato y se constató su potencial como nueva fuente de energía. En 1942, se le ofreció participar en un grupo internacional para conseguir una bomba atómica y terminar con los nazis, el llamado Proyecto Manhattan. Ella rehusó. ¿Sabía Meitner que sus investigaciones fueron el punto de partida al arma más letal de la historia? «Creo que ella sería consciente en un determinado momento de lo que tenía entre manos, aunque este conocimiento le llegó poco a poco. En la carrera por conocer los secretos del átomo, al principio nadie sabía para qué servirían los hallazgos», indica Casado.
Pero en 1944 se le concedió el Nobel de Química a Otto Hahn, pese a que la nominación había sido conjunta. Él no reivindicó el trabajo de su compañera. «Es de suponer que no quiso compartir su premio, posiblemente por egoísmo y porque la sociedad machista de entonces estaba de su lado. Casi no había antecedentes de que una mujer científica lograse un descubrimiento de ese calibre; ese “casi” era Marie Curie, que tuvo un entorno más propicio y honesto. Pero esas no parece que fueran las circunstancias que se dieron en el caso de Lise Meitner. También, los que sabían o sospechaban que la mente intuitiva que guiaba la investigación era Lise miraron para otro lado. Algunos lo dijeron claramente, pero no les atendieron porque lo tenían bien montado sin su reconocimiento», manifiesta Casado.
En su opinión, Meitner encajó el «robo» institucionalizado del Nobel con resignación. «Esto no le hizo perder los nervios, ni rompió con su entorno porque se lo veía venir. Estaba acostumbrada a que le hicieran invisible y le dieran un empujón a la segunda fila a la hora de la “foto” o de recoger el premio. También debió de ser muy doloroso para ella que su compañero de investigación y amigo Otto Hahn le hiciera eso, aunque presentara argumentos convenientes como el hecho de que fuera judía», concluye.
Lina Stern, medicina bélica
La bioquímica y fisióloga Lina Solomónovna Stern se especializó en Medicina Bélica, ayudó a salvar la vida de miles de combatientes, luchando contra el tétanos, el tratamiento de los soldados traumatizados y el desarrollo de un medicamento contra la meningitis tuberculosa, lo que le valió el premio Stalin en 1943.
Stern nació en 1878 en Liepāja, ciudad del antiguo Imperio ruso, actual Letonia. Por las políticas antisemitas del zar, estudió en Alemania y más tarde se graduó en Medicina en la Universidad de Ginebra. Su carrera investigadora se centró en la oxidación y en la permeabilidad de la barrera hematoencefálica entre los vasos sanguíneos y el sistema nervioso central. Fue profesora y directora del departamento de Fisiología Química de la Universidad de Ginebra. Al terminar la Primera Guerra Mundial, simpatizó con el movimiento revolucionario soviético. En 1939, se convirtió en la primera mujer en la Academia de las Ciencias de URSS. En la Segunda Guerra Mundial se especializó en Medicina Bélica y salvó a miles de soldados de morir por tétanos. Pese a todo, era judía y feminista. Eso provocó que, tras la guerra, fuera detenida y torturada. Estuvo en prisión tres años y logró que se conmutara la pena de muerte por destierro.
Hedy Lamarr, la bella actriz precursora de la comunicación
Fue la primera actriz en salir desnuda en el cine y en interpretar un orgasmo. Conocida como «la mujer más bella del mundo», la belleza también estaba en su intelecto. En plena Segunda Guerra Mundial, fue la precursora de una de las tecnologías de comunicación sin las que hoy no se entiende el mundo: el wifi.
Hedwig Eva Maria Kiesler nació en Viena en 1914. Su propia vida es digna de una película: estudió ingeniería, poseía una mente portentosa, un físico espectacular, tuvo un matrimonio no deseado con un esposo celoso, traficante de armas de Hitler y Mussolini, y huyó a Estados Unidos para convertirse en una estrella en los años dorados de Hollywood, cambiando su nombre por el de Hedy Lamarr.
En las reuniones de trabajo de su marido, Fritz Mandl, Hedy pudo recopilar mucha información sobre la última tecnología armamentística nazi y, una vez en Estados Unidos, decidió aportar sus conocimientos a los aliados. Junto al compositor George Antheil creó un sistema de retransmisión de ondas por radiofrecuencia que permitía la detección de los torpedos teledirigidos basándose en un principio musical. Ambos registraron la patente y la ofrecieron gratis a Estados Unidos, que por diferentes motivos decidió no utilizarla y mantenerlo en secreto. A largo plazo, este hallazgo fue esencial para el desarrollo futuro del wifi, el GPS y el bluetooth.
«Las actitudes predominantes en la época no anticipaban que una mujer fuera hermosa y brillante a la vez. De hecho, una mujer “brillante” se consideraba la excepción más que la regla, y habría sido bastante difícil ser tratada como muy inteligente si era excepcionalmente atractiva, como en el caso de Hedy. Este fue un obstáculo que tuvo que superar y, dado su intelecto, habría sido bastante consciente de ello mientras intentaba que sus inventos se tomaran en serio», explica a Muy Historia Heather Terrell, abogada estadounidense que ha centrado su trayectoria en la defensa de los derechos de las mujeres y es autora de novelas biográficas para visibilizarlas, como el caso de La única mujer (Planeta), firmado con el pseudónimo Marie Benedict, donde cuenta la excepcional historia de Lamarr.
«La mente brillante de Hedy Lamarr dio fruto a una variedad de creaciones a lo largo de su vida», recuerda Terrell. Como una tableta sobre la que poner un vaso de agua y convertirla en bebida carbonatada, que esperaba que hiciera refrescos instantáneos.
Zinaída Iermólieva, «Señora Penicilina»
La microbióloga Zinaída Vissariónovna Iermólieva nació en Frolovo (antiguo Imperio ruso) en 1898. En 1915, decidió convertirse en médica después de que su compositor favorito, Piotr Tchaikovsky, muriera de cólera. Se consagró a la lucha contra esta enfermedad y estudió en la Universidad Estatal Técnica del Don, donde se diplomó en 1921. Al año siguiente, en plena epidemia de cólera, decidió utilizarse a sí misma como conejillo de Indias y bebió un vaso de agua contaminada para experimentar los resultados de la infección.
Gracias a su audacia, se creó la metodología de cloración del agua. En 1925, fue nombrada directora del Departamento de Bioquímica Microbiana en la Academia de Ciencias de la URSS. En 1939, viajó a Afganistán, donde inventó un método rápido de diagnóstico del cólera y un medicamento eficaz contra esta enfermedad y también contra la fiebre tifoidea y la difteria. Durante la Segunda Guerra Mundial, Iermólieva impidió la propagación del cólera entre las huestes asentadas a las afueras de Stalingrado. Gracias a la producción de bacteriófagos, vacunaciones en masa y el programa de cloración, se salvaron miles de vidas.
Uno de sus principales logros fue la creación del primer antibiótico ruso, el kroustozine, un análogo de la penicilina, lo que le valió el título de «señora penicilina».
Rosalind Franklin, máscaras de gas y ADN
Nació en Londres en 1920 y se graduó en Ciencias Naturales por la Universidad de Cambridge. En agosto de 1942, aceptó un trabajo para estudiar el carbón en la British Coal Utilisation Research Association. «El carbón vegetal era un combustible de gran protagonismo y trascendencia en la época de la guerra, porque se empleaba como filtro en las máscaras de gas. Rosalind analiza los distintos tipos de carbón, cuáles son más impermeables que otros al gas y por qué motivo», relata Mª José Casado en Las damas del laboratorio. Con su investigación sobre el carbón consigue doctorarse y contribuye a fabricar una máscara de gas más eficaz. Pasada la contienda, Franklin tenía 30 años cuando generó una fotografía, conocida como Foto 51, que fue clave para demostrar por primera vez cómo debía ser la estructura tridimensional del ADN.
Katherine Blodgett y los vidrios invisibles
Nació en 1898 en Schenectady, Nueva York. Fue la primera mujer en doctorarse en Física en Cambridge. Ya en la Primera Guerra Mundial se interesó por las aplicaciones militares de la física. Centró buena parte de su trabajo en el estudio de las capacidades de adsorción (un proceso mediante el cual un gas es fijado en un sólido) del carbón en las máscaras de gas. También inventó un método para quitar el hielo de las alas de los aviones. Pero su principal hallazgo fue la invención de vidrios «invisibles», cristales que no reflejaban la luz, por lo que eran más difíciles de detectar. Se utilizaron para anteojos, microscopios, telescopios, periscopios o cámaras espía de aviones, con grandes aplicaciones durante la Segunda Guerra Mundial.
Joan Clarke, descifrando Enigma
Nacida en West Norwood, Londres, en 1917, Joan Clarke fue parte del equipo que descifró Enigma, aunque su nombre no trascendió tanto como el de Alan Turing. Ambos trabajaron juntos para la Escuela de Códigos y Cifrado del Gobierno de Reino Unido, situada en el palacete Bletchley Park, a 80 kilómetros de Londres. «El secretismo que rodeó todo lo relacionado con Bletchley Park, no olvidemos que se trataba de un centro de inteligencia en tiempos de guerra, hace difícil determinar los logros de cada uno. El trabajo realizado allí se mantuvo en secreto hasta los años 70, en que fue desclasificado», advierte la profesora Pilar Vélez.
En Bletchley llegó a haber más de 6.000 mujeres (las llamaban «chicas»), entre ellas Ann Mitchell, Margaret Rock, Mavis Lever y Ruth Briggs, que destacaron como decodificadoras.
Turing era el director del proyecto encargado de Enigma, la máquina de cifrado usada por los alemanes durante la contienda. «Joan Clarke, a pesar de haber realizado estudios de Matemáticas en Cambridge, ingresó como secretaria, pero enseguida destacó por sus habilidades matemáticas. Acabó ascendiendo a subdirectora y convirtiéndose en una de las mayores expertas en Enigma. Juntos descifraron Enigma». Posiblemente, el papel de Clarke fue tan transcendente o más que el de Turing, nunca lo sabremos», agrega Vélez.
Joan Curran, señuelos de Radar
Joan Strothers nació en Swansea (Gales) en 1916 y estudió en el Newnham College de la Universidad de Cambridge. Durante su doctorado en Física en el laboratorio Cavendish conoció a Samuel Curran, con quien acabaría casándose.
Fueron destinados al Establecimiento de Investigación de Telecomunicaciones en 1940, donde se investigaba un método para ocultar aviones de la detección del radar enemigo. El equipo estaba dirigido por el físico Reginald Victor Jones, principal asesor científico de Churchill durante la Segunda Guerra Mundial, quien más tarde escribiría el libro Most Secret War.
La tecnología desarrollada por Curran consistía en paquetes de tiras de aluminio que se arrojaban desde los aviones. Estos señuelos —a los que se conoció como chaff, o paja— eran capaces de crear la impresión sónica de que había un objeto grande. Incluso podían hacer pensar al enemigo que estaba ante un gran ataque, aunque en realidad solo fueran un par de aviones.
La invención de Curran se puso a prueba con éxito en la Operación Gomorra de los aliados en Hamburgo, en 1943, y fue definitiva en las vísperas del Día D. Los nazis confundieron los señuelos de radar con cientos de paracaidistas más al norte de Francia, lejos de las playas de Normandía.
Las «Top Secret Rosies»
Tras el asalto de Pearl Harbor, Estados Unidos reclutó a un grupo de mujeres matemáticas, conocidas como las «Top Secret Rosies». El papel de estas científicas fue muy importante, ya que crearon un computador capaz de realizar cálculos que sirvieron para mejorar la eficacia de los ataques, acortando la guerra.
El equipo de programadoras del ENIAC (Electronic Numerical Integrator and Computer), más conocidas como «Top Secret Rosies», estuvo compuesto por seis mujeres estudiantes de la Universidad de Pensilvania, Betty Snyder, Ruth Lichterman, Marlyn Wescoff, Frances Spence, Kay McNulty Antonelli y Betty Jean Jennings.
Al frente de este gran proyecto estaban los ingenieros John Presper Eckert y John William Mauchly. EL ENIAC se considera el primer ordenador totalmente digital y era capaz de calcular las trayectorias de los proyectiles. Las «Top Secret Rosies» realizaron cálculos de gran precisión sobre trayectorias balísticas y sus modelos de ecuaciones diferenciales, desarrollado también nuevas bases para la programación que hicieran funcionar el ENIAC.
«Por su puesto que la historia no les ha hecho justicia. Fueron los ingenieros Eckert y Mauchly quienes se llevaron todo el reconocimiento, ellas aparecieron en algunas fotos al lado del ENIAC, pero su papel permaneció oculto y se llegó a decir incluso que eran modelos. No fue hasta 2010 cuando salió a la luz su verdadero papel en el proyecto. Téngase en cuenta que el trabajo de estas mujeres no solo fue determinante para la construcción del primer ordenador electrónico que supuso un aceleramiento del final de la II Guerra Mundial, sino que también sentó las bases para el posterior desarrollo de la programación», subraya la doctora Pilar Vélez, profesora de Matemáticas de la Escuela Politécnica Superior de la Universidad Nebrija y exrectora de esta institución.
Nadie sabía en qué estaban involucradas. «A las “Top Secret Rosies” se les hizo firmar un documento por el que ni siquiera su familia sabía en qué trabajaban. Después de la Segunda Guerra Mundial, clausuraron la sala y jamás se volvió a saber lo que se había hecho ahí, debido a muchos factores, como el desconocimiento y falta de reconocimiento del trabajo de las mujeres en todos los niveles y en ciencia más, unido a que era un proyecto secreto y a que después de la II Guerra Mundial empezó la Guerra Fría. Y el resultado siempre es el mismo: la invisibilización de la mujer», denuncia Eulalia Pérez Sedeño, profesora de Investigación en Ciencia, Tecnología y Género del CSIC y catedrática de Lógica y Filosofía de la Ciencia.
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