El
abanico es un instrumento de mano ideado para mover el aire y facilitar
la refrigeración con un simple movimiento de muñeca. Se tiene
constancia de la existencia de instrumentos de mango fijo con
terminaciones de plumas tanto en Mesopotamia como en el Antiguo Egipto, antes de la existencia de los abanicos de varillas plegables. En la tumba de Tutankamón se
depositaron como parte de su ajuar dos abanicos fijos con mangos largos
de metales nobles y plumas de avestruz, que solían utilizarse por
cortesanos en el entorno al faraón en las recepciones públicas tanto
para prestarle sombra como para espantar las moscas y refrescar el
ambiente. Este tipo de flabelo se denominaba «shut», y simulaba la
palmera y la flor de loto. Servía también como insignia real ya que
acompañaba a las barcas solares.
El abanico fijo de metal pasó a Grecia, como consta en vasos de cerámica ática que se distribuyeron por el Mediterráneo. Aunque
el flabelo había sido atributo del poder masculino, en época
helenística empieza a asociarse al ajuar femenino como refleja la vasija
de figuras rojas sobre fondo negro que representa a Eros ofreciendo a
una dama un espejo y un abanico de mango corto como atributos de la
femineidad, preservado en el Museo Arqueológico de Milán. También se
usaron estos abanicos de metal durante el periodo etrusco, siendo
encontrados en algunas tumbas de Cerveteri y Tarquinia.
En
Roma, hubo diferentes tipos de abanicos: el «flabelum», de mango largo y
fijo sobre el que se instalaban las plumas como el egipcio; el
«vannum», con pantalla en forma de lanza y mango corto; el «muscarium»,
de crines de caballo para espantar moscas, y la «tabulae», un abanico de
carácter popular fabricado con láminas vegetales pero no plegado. En
sus «Epigramas», el poeta Marco Valerio Marcial hace alusión a los
excesos de Zoilo, quien daba grandes banquetes, y en los que un invitado
ebrio es abanicado por una concubina. También hablaron de él Ovidio,
Tíbulo y Propercio. Los abanicos plegables, de tipo baraja o brisé se
inventaron en Japón en el siglo VIII d.C, el «sensu», imita a las alas
de murciélago. De hecho, los primeros abanicos plegables se
denominaron «komori», en japonés, murciélago, como el catalogado en un
templo budista en Kioto (877). Sin embargo, este tipo de abanicos no
llegaría a Europa hasta el siglo XIV con los primeros contactos con el
Oriente lejano, utilizándose el clásico «flabelum» romano en la liturgia
cristiana como aparece recogido en un texto del siglo IV, las
Constituciones Apostólicas, donde se establecía que dos diáconos debían
portarlos a cada lado del altar para ahuyentar a las moscas. Los
flabelos con plumas de avestruz acompañaban las procesiones papales.
En la corte y la aristocracia
La
referencia documental más antigua relativa a un abanico en los reinos
hispanos aparece en la Crónica del Pedro IV de Aragón, mencionándose que
el rey llevaba un abanico ya que, finales de la Edad Media, era un
instrumento utilizado tanto por hombres como mujeres. Durante el siglo
XVII, con la instalación de la Corte en Madrid, la ciudad llegó a tener
famosos abaniqueros como Juan Sánchez Cabezas o Jerónimo García. Junto a
ellos, pintores profesionales decoraban las telas de los abanicos, como
Juan Cano de Arévalo. Estos abanicos tenían defectos técnicos que
hicieron que la producción fuese superada por los fabricantes franceses e
italianos. En la corte de Luis XV y Luis XVI no faltaron en
Versalles, decorándose según el gusto del rococó con temas mitológicos
que exaltaban el papel de la mujer y la seducción. Anne- Louise
Germaine Necker, conocida como Madame de Staël distinguía a las damas en
los salones parisinos por la forma de mover el abanico: «hay tantas
maneras de mover el abanico que puede distinguirse a primera vista una
princesa de una condesa, y una marquesa de una plebeya.
Es
más una dama sin abanico es como un caballero sin espada». A partir de
1825, se instalaron en Valencia fabricantes de abanicos franceses como
Fernando Coustelier y Simounet , junto a valencianos como Baltasar
Talamantes, Mateu, Chafarandes, o José Colomina quien inventó diferentes
estilos, como el cristino durante la regencia de Maria Cristina de Borbón (1833-1844), o los de pericón contemporáneos a la regencia de María Cristina de Habsburgo (1855-1896),
ejemplares de gran tamaño con un fondo de tul. Desde el siglo XVII su
uso fue exclusivamente femenino, llegándose a desarrollar un código de
lenguaje que permitía la seducción en público de modo discreto, si
cerrado se apoyaba sobre la mejilla derecha era un sí, pero si lo hacía
sobre la izquierda era una negativa. Si dejaba caer el abanico delante
de un hombre era una declaración apasionada, si se cubría la cara le
indicaba al destinatario que la siguiese cuando se fuera. Ya hemos
olvidado esos códigos, pero el abanico sigue siendo un compañero
inseparable cuando aprieta el calor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario