La Academia de Cine presenta este proyecto, un repositorio de entrevistas realizadas a profesionales cinematográficos que estará en continua actualización
La Academia de Cine ha presentado el proyecto Memoria Colectiva del Cine Español, una iniciativa de archivo vivo, audiovisual y accesible a todos los públicos con testimonios de algunas de las personalidades de los diferentes oficios de nuestro cine. Todas ellas conforman un repositorio de entrevistas realizadas por periodistas especializados.
Se trata de un archivo permeable que sirve de testimonio común mientras se continúa escribiendo la historia del cine español, integrado dentro de una web que también visibiliza la diversidad y pluralidad de los principales agentes veteranos de nuestro cine, y que estará en continua actualización.
Para el presidente de la Academia, Fernando Méndez-Leite, que a su vez es otro de los protagonistas de este proyecto, este proyecto "responde a uno de los objetivos de la institución, desde su fundación", y "sirve de espacio para hacer memoria de nuestra cinematografía": "El cine, que va para el siglo y medio de existencia, ha servido para mostrar los cambios históricos y reflexionar sobre el pasado y el futuro. Pero el mismo cine también necesita que existan espacios donde fijar y archivar su historia".
Además del propio Méndez-Leite, los protagonistas de esta iniciativa son el diseñador de vestuario y escenógrafo Pedro Moreno; las actrices Marisa Paredes, Gemma Cuervo y Julieta Serrano; los actores José Sacristán y Antonio Resines; los cineastas Cecilia Bartolomé y Adolfo Aristarain; la directora de producción Sol Carnicero; y el director de fotografía José Luis Alcaine.
Estos once testimonios se suman al proyecto que se inició en 2016, con otras figuras como el actor y director Antonio Banderas, la diseñadora de vestuario Yvonne Blake, el director y guionista Jaime de Armiñán, el actor Juan Diego, o la actriz, directora y escritora Emma Cohen; junto una veintena de testimonios más, que fueron grabados con la colaboración de TCM, la Universidad Europea de Madrid y Fundación SGAE.
Durante el acto de presentación, celebrado en la Academia, el periodista Matías G. Rebolledo, uno de los entrevistadores, puso en valor la apuesta de la institución este proyectos: "En tiempos donde se discute la verdad, este proyecto te acerca a la fuentes principales de nuestro cine. Una iniciativa que es útil para las nuevas generaciones de jóvenes, para que se enfrenten a la Memoria del cine español, y que vean cómo funcionan su oficios".
La periodista Andrea G. Bermejo también habló de su participación en la iniciativa, y coincidió en el valor que tiene este repositorio de entrevistas: "Traslada a todos los públicos testimonios, no sólo de actores y directores, sino de todos los oficios, que son igual de importantes".
La periodista Andrea G. Bermejo también habló de su participación en la iniciativa, y coincidió en el valor que tiene este repositorio de entrevistas: "Traslada a todos los públicos testimonios, no sólo de actores y directores, sino de todos los oficios, que son igual de importantes".
Gemma Cuervo
Actriz
Los ojos de Gemma Cuervo brillan cada vez que recuerda algo de su trabajo como actriz. Se ilumina la cara de una de las intérpretes más populares del cine, el teatro y la televisión. Su carrera la dedicó al teatro, un medio en el que fue feliz. Disfrutaba de los compañeros, de las giras, hasta de los hoteles. Por eso, fundó una compañía, junto a Fernando Guillén, su marido, padre de sus tres hijos, y parte indispensable de su carrera. En esa compañía trajeron obras europeas que todavía no se habían representado en una España franquista, como las de Albert Camus o Edward Albee. Siempre hubo un compromiso, con la calidad, con la necesidad de contar buenas historias e interpretarlas, con la interpretación y, por ende, con el público. Algo que emerge de sus recuerdos y sus palabras sobre cualquier papel de su carrera.
Dice que el cine no la quiso tanto. O quizá el cine tuvo una censura que el teatro logró evitar. Es probable que la fuera la censura la culpable de que no la viéramos en papeles tan inquietantes, apasionados e increíbles como el de Luisita, esa mujer que quiere ser libre en El mundo sigue, la película de Fernando Fernán Gómez, película maldita en su momento y hoy considerada como una de las cumbres del cine español de todos los tiempos.
Cada vez que se nombra su título, los ojos de Gemma Cuervo vuelven a iluminarse, que volvió a ver la película hace unos años, tras su restauración y puesta en valor. Ese filme fue importantísimo para ella, como actriz y como mujer.
Trabajadora incansable, amante de su oficio y sin rencores por lo que pudo haber sido y no fue. Gemma Cuervo es una actriz feliz, que da gracias por la carrera que ha tenido, por el privilegio de haber sido actriz. Se puede considerar a esta actriz como una pionera del teatro español, que cuenta con una de las carreras más largas. Cuenta más de 70 obras a las que hay que sumar su trabajo en el teatro filmado o aquella cosa fantástica que fue Estudio 1 y que acercó el teatro a los espectadores de todo el país. También cantera de actores y actrices. Ahí fue donde ganó el primer Ondas. Con una voz potente y una mirada penetrante, Gemma Cuervo fue siempre una actriz valiente y fuerte que tuvo, en su vejez, un reencuentro con el público en uno de los papeles más queridos de la televisión, junto al de sus dos compañeras, Mariví Bilbao y Emma Penella. Quién iba a decir que verlas a ellas con más de setenta años, era el aliciente para ver el fenómeno televisivo que fue Aquí no hay quien viva. Esas tres mujeres, con sus personalidades diferentes, sus cuitas vecinales y su humor negro, emocionaron y conectaron con espectadores y espectadoras de todas las edades, clases sociales y lugares. Divertida, entrañable, cariñosa y profesional, Gemma Cuervo es historia del cine español, quizá sea el medio en el que menos ha trabajado, pero ha estado en películas como Historia de una chica sola, de Jorge Grau; Best-seller, el premio de Carlos Pérez Ferre; pero su rostro y su tesón siempre quedarán en el imaginario de nuestro cine, por haber representado uno de los papeles femeninos más valientes e importantes.
Pepa Blanes
Gemma Cuervo I MCE
Marisa Paredes creció soñando con la fantasía y la bohemia del teatro. Desde su casa, situada en la plaza de Santa Ana de Madrid, frente al edificio del Teatro Español, observaba fascinada la vida de la farándula y de las grandes damas de la escena. Su primera oportunidad le llegó gracias a la compañía de Conchita Montes, donde trabajaba de meritoria. La fiebre había prendido y pese a la negativa de su padre, obstinada, siguió con su empeño gracias al apoyo incondicional de su madre, el gran referente de su vida. En los años sesenta se curte sobre todo en el teatro y en la televisión gracias al célebre programa escénico Estudio 1. Entre sus primeros pinitos en el cine destaca El mundo sigue (1960), de Fernando Fernán-Gómez. Pero su carrera en el cine no despega hasta los años ochenta. Actúa en Ópera Prima (1983), debut de Fernando Trueba, y tres años después en Entre Tinieblas, de Pedro Almodóvar. En 1986 llegará uno de los grandes puntos de inflexión de su trayectoria gracias a Tras el cristal, de Agustí Villaronga, creador esencial en su vida.
A partir de ahí su carrera entra en una de sus etapas más reconocidas, dentro y fuera de España, gracias a su intensa colaboración con Almodóvar en Tacones Lejanos (1991); en La flor de mi secreto (1995), donde logra una de las mejores interpretaciones de su carrera; en Todo sobre mi madre (1999) y en La piel que habito (2011). En su extensa filmografía también destaca su trabajo para Arturo Ripstein (Profundo carmesí, 1986) o Guillermo del Toro (El espinazo del diablo, 2001). Temperamental, combativa, sensible y elegante, Paredes está considerada una de las grandes divas del cine español. Fue Premio Nacional de Cinematografía en 1996, Goya de Honor en 2018 y presidenta de la Academia entre 2000 y 2003. Tiene una hija, la actriz María Isasi, fruto de su relación con el cineasta Antonio Isasi-Isasmendi. Desde 1983 su pareja es el fotógrafo y exdirector de la Filmoteca Española José María Prado.
Elsa Fernández-Santos
Marisa Paredes I MCE
Oda al hombre llano
Entre dioses, mitos y leyendas del séptimo arte, más allá de los egos, las alfombras rojas y los premios son los mortales los que acaban estrechando la distancia entre la butaca y el objetivo, reduciendo cual Prometeo el abismo de la más bonita de las mentiras para convertirla en la verdadera cultura de masas. En el cine español es difícil explicar cómo se prende esa identificación, cómo ese paralelismo con el hombre de a pie se hace carne del verbo sin hablar de Antonio Resines. Con bigote y sin bigote, a risa y llanto, el actor llano vino del norte para instalarse en el imaginario colectivo patrio como hombre tranquilo, casi pasivo de tan solo aguantar, y acaso reflejo de la masculinidad que echó a andar en nuestra cinematografía a la par que la Democracia. De punta en blanco y entre cómics de Tintín, Resines comparece atareado, guionizado a puro nervio impasible como la gran mayoría de sus personajes y sorprendido, por la ocasión de verse entre los grandes de nuestro cine y por los recuerdos que va desenmarañando al recorrer la maratón de la nostalgia.
Ahí salen a su encuentro los Fernando Trueba, José Luis Cuerda o Emilio Martínez-Lázaro, pero también el anecdotario de una carrera llena de casualidades: pasó en un par de años de no poder estudiar cine, por miedo institucional y censura al arte, a trabajar a las órdenes de todo un Mario Camus, casi como pidiendo permiso e intentando no estorbar demasiado. “Jamás”, responde Resines, preguntado acerca de la escamosa condición de deidad, tentación misma con la que se escribe su profesión, pero es en realidad esa misma negación, quizá duda cauta, lo que le revela como un maestro de la interpretación más natural y menos impostada. De nuevo, más nuestro y hasta más auténtico, capaz de emborronar la suspensión de la incredulidad y de conectarla a tierra. Por eso mismo Resines es capaz de presidir su salón en roble y Goya, y por eso mismo la pequeña pantalla, la más popular, también le ha regalado un lugar de excepción en su catódica y caótica historia. El hombre común, quizá el menos común de sus pares, habla en plata cuando toca y eleva la prosa para hablar de sus maestros, todo sin olvidar que su mito se ha escrito a trabajo y casualidades, y que la última palabra la tiene siempre quien paga la entrada.
Matías G. Rebolledo
Antonio Resines I MCE
“Yo me ataba unas cuantas plumas de gallina a la cabeza y me plantaba desafiante delante de mi abuela. ‘Virgen santa, un indio’ gritaba mi abuela. ‘Se lo ha creído’, decía yo”. El indio, el emigrante, el médico, el asesino, el político homosexual, el comediante, el soldado, el abogado travestido por la noche actuando en un pequeño cabaret… nos lo hemos creído todos, siempre, desde hace más de sesenta años.
Espejo de los ‘españolitos’ de a pie, José Sacristán es mucho más que un inmenso actor, es el hombre que desde el cine y el teatro ha mantenido intacta la dignidad de los perdedores, de los pobres, de los trabajadores, de los estudiantes…
“Podía estar borracho, apaleado, derrotado, enamorado, pero nunca, nunca, perdió la dignidad”. En realidad, éstas eran palabras que Hans dedicaba a John Wayne a las puertas de un cine en Un lugar en el mundo (Adolfo Aristarain, 1992), pero en la grandeza del cine y, sobre todo, de unas palabras bien dichas en el cine, está el que se quedan contigo para siempre. Y ahora estas palabras se han quedado, sin duda, para él. Para el actor que lleva “más de sesenta años sin dejar de jugar”, como se congratuló al recoger el merecidísimo Premio Nacional de Cinematografía en 2021.
Aquel día mencionó a Calígula –“habría bastado con que lo imposible fuera”- pidiendo la luna. Y confesó que cada vez que está actuando siente aquellas plumas de gallina en su cabeza. “Y, entonces, lo imposible es. Y tengo la luna”. La luna en sus manos siendo y desapareciendo dentro de sí mismo.
Porque José Sacristán nunca y siempre ha sido José Sacristán en el cine. “Quiero que estés dos horas delante de la cámara y que no se te vea”, le dijo Fernando Fernán Gómez antes del rodaje de ‘El viaje a ninguna parte’. Antes y desde entonces nadie ha visto nunca a José Sacristán en sus personajes y todos hemos reconocido siempre al instante a José Sacristán en ellos.
Y repito ‘siempre’ porque Sacristán no ha fallado ‘nunca’, es de esa exclusiva clase de actores infalibles que, haga lo haga, convence y contagia. Se equivocaba mucho aquella encuesta que Chicho Ibáñez Serrador le enseñó un día, en los 70, y que habían hecho para saber cuántos españoles comprarían una maquinilla desechable Filomatic si la presentaba él. “Había un porcentaje de gente que en la puñetera vida compraría nada de lo que anunciara este rojo de mierda”, dijo el propio Sacristán en una larga entrevista para televisión. ¡Tan inexacto aquel sondeo! Todos, siempre, ‘compraremos’ cualquier cosa que nos ofrezca este rojo maravilloso, necesitamos la humanidad y la lucidez de sus perdedores.
Begoña Piña
José Sacristán I MCE