El 5 de abril se cumplen 40 años de la publicación del primer disco del grupo de mayor éxito del pop español
Ana Torroja, Nacho Cano (centro) y Jose María Cano lanzaron hace 40 años «Mecano», su icónico «álbum del reloj»
En un programa de televisión que se emitió la Nochebuena de 1981 y que vio toda España (nuestra oferta televisiva entonces se concretaba en dos únicos canales), actuaron Mocedades, Isabel Pantoja y un trío de pop desconocido para el público, Mecano. Vestidos como personajes posapocalípticos, convencidísimos en su papel de nuevos románticos, un subgénero de la nueva ola británica que tuvo como máximos representantes a Spandau Ballet y a Duran Duran, interpretaron dos temas, «Hoy no me puedo levantar», elogio de la indolencia y la vida festiva, y «Perdido en mi habitación», otro canto a la diosa pereza. Esa noche, la España de la canción melódica y la tonadilla compartió escenario no solo con la música que definiría los ochenta, sino con un nuevo modo de entender el mundo, fruto de la llegada de la democracia y las ganas de vivir. Unos meses antes, un golpe de Estado fracasó, y de forma paulatina el ruido de sables, uno de los grandes miedos de nuestra pacífica y ejemplar Transición, fue silenciado y finalmente extinguido por el de los grupos y solistas que formaron parte de un estallido de libertad del que surgió la denominada Movida, que fue, en puridad, una primavera superlativa y un deseo de ocupar los espacios públicos, la calle.
Tres meses después de aquella actuación, el 5 de abril de 1982, se puso a la venta «Mecano», el primer álbum de aquellos tres madrileños recién llegados a la escena musical, los hermanos Cano, José María (1959) y Nacho (1963), y Ana Torroja (1959). Nadie lo sabía entonces, tampoco ellos, pero acababa de nacer el grupo que lideraría el pop español durante esa década y la mayor parte de la siguiente, con unas ventas que se calculan en torno a los veinticinco millones de discos y una ristra de clásicos que son la envidia de cualquiera de sus colegas.
Volviendo a su ópera prima, a los dos sencillos antes citados, «Hoy no me puedo levantar» y «Perdido en mi habitación», les sucedieron otros tres singles, «Me colé en una fiesta», «Maquillaje» y «No me enseñe la lección». Resultado: al poco de publicarse el álbum se habían despachado medio millón de copias, una barbaridad que daba una idea exacta de hasta qué punto una parte importante de la juventud se sentía identificada con ese pop inocuo y altamente pegadizo, sin otras pretensiones que el de avivar la vida hedonista y el carpe diem. De los arreglos se ocupó el músico y director de orquesta Luis Cobos, encargado de poner bonitos muchos de los trabajos de los grupos y solistas de mayor éxito de los ochenta (Olé Olé, Tino Casal, Sabina, Antonio Flores, Orquesta Mondragón…). Hablo con Cobos y me da sus impresiones sobre aquel disco: «Los hermanos Cano y Ana estaban todavía en edad escolar, pero tenían mucho talento. Mi trabajo consistió en ordenar sus ideas musicales, que eran muy buenas. Ese disco es una mezcla de sonidos tradicionales y sonidos contemporáneos. La voz de Ana era además muy especial, y cantaba canciones escritas por hombres. Fue un disco que llevó bastante tiempo, meses, algo infrecuente en esos años. Y aunque el éxito depende de muchos factores, sí tuve la sensación mientras lo hacíamos de que ese grupo tenía mucho futuro y llegaría lejos, y no me equivoqué».
El talento que anegó al país
En la época (en la épica) de la Movida, los ochenta, los seguidores de Mecano eran modernos de diseño y pijos desacomplejados. Porque esos tres chicos tan limpitos, tan monos, con canciones tan bien cosidas y ensambladas, con melodías definitivas y adictivas como una repentina brisa en un día de bochorno, no estaban hechos para ser idolatrados por punkis, heavies y roqueros. Para esas tribus arrabaleras había otros grupos y solistas más rudos y desaliñados. Sin embargo, a medida que los hermanos Cano, movidos por la curiosidad y la determinación de seguir creciendo se fueron deshaciendo de los sonidos pretéritos y hundieron la cabeza en otras fuentes que iban más allá del tecno y el synth pop, su caudal creativo y técnico se ensanchó, y con él su público. Cuando las ventas de sus discos ya eran excepcionales para un grupo español y las entradas de sus conciertos se agotaban como si las regalasen, se hizo mucho más difícil etiquetar a sus seguidores. A pesar de soportar durante años el sambenito de producto manufacturado, si Mecano resultó fundamental en la escena de los ochenta/noventa fue porque sus canciones encerraban una mayor hondura y calidad de lo que insinuaba su aspecto. Ese talento anegó todo el país y se colaron en los despachos de los abogados, en las fábricas, en los bares, en las consultas médicas, en los vestuarios de los equipos de fútbol y en los walkman de los estudiantes y las cajeras de supermercado. Las canciones de Mecano fueron, en fin, himnos para todos los públicos.
No obstante, las luchas de poder entre las dos disímiles cabezas pensantes (la expansividad de Nacho frente a la introspección de José María), cuya rivalidad artística estuvo presente durante toda la vida del grupo porque ambos buscaban ávidamente la canción más hermosa del mundo, los erosionó hasta llevarlos a un estado crítico. Cuando en 1998, en el transcurso de la gala de los desaparecidos Premios Amigo, José María Cano anunció como quien arroja una bomba que dejaba el grupo, Mecano llevaba seis largos años de inactividad, lo que equivalía a una separación aunque no hubiese sido verbalizada. En todo caso, aquella fue una decisión irrevocable.
Seis años después entrevisté a José María Cano y me dijo que decidió abandonar el grupo porque su hijo tenía problemas y debía encargarse de él. También tuve ocasión de preguntarle a Ana Torroja sobre aquello: «Llegó un día en que José María dejó de sentir el grupo y, claro, sin uno de los miembros la cosa no tenía mucho sentido. Me sorprendió la manera de hacerlo, porque no era ni el momento ni el sitio. Bajé del escenario llorando, porque no entendía nada. Me sentí estafada y engañada. Me gustaría haber convocado una rueda de Prensa, hacerlo de otra manera. Fue una ducha fría para Nacho y para mí, y para el público».
Hoy, su primer disco, «el del reloj» (el dibujo de la portada, minimalista e hipnótico, es obra de Carlos Martín Llorente), queda como testimonio cultural de un cambio de era, el del paso de la España insoportablemente gris del último tramo del franquismo al del comienzo de la vida a todo color que trajo consigo la democracia. No es el mejor disco de Mecano, que fueron, ya lo he dicho, de menos a más, pero al escucharlo ahora te das cuenta no solo de que no se ha quedado viejo, sino de que algunas de sus canciones («crónicas limpias, por eso permanecen», en palabras de Luis Cobos) siguen pegándose a la cabeza como un chicle. Y eso, 40 años después, no es poco.
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LA RAZÓN
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