lunes, 20 de mayo de 2024

NATIONAL GEOGRAPHIC 154 (NATIONAL PRESENT) (Los secretos sobre la vida en Pompeya, más allá de la erupción del Vesubio)

 

 

 

Ya estoy aquí con otra sesión de (NATIONAL PRESENT)de la sección de NATIONAL GEOGRAPHIC.


Esta semana toca hablar Los secretos sobre la vida en Pompeya, más allá de la erupción del Vesubio. Seguimos hablando sobre la ciudad de Pompeya que hay que contar mucho sobre esta gran ciudad.Vamos a conocer parte de su vida diaria y lo que había en ese momento allí.

 

Pues no me enrollo más y vamos al grano.

 

Un tesoro bajo las cenizas

 

Los secretos sobre la vida en Pompeya, más allá de la erupción del Vesubio

 

 iStock

 

El foro de Pompeya se constituyó como tal en la segunda mitad del siglo II a.C.Frente a la gran explanada subsisten aún hoy las columnas del templo de Júpiter.

 

En el año 62 d.C., diecisiete años antes de que tuviese lugar la gran erupción del Vesubio que la arrasó por completo, Pompeya sufrió un fuerte terremoto. Los antiguos creían que estos fenómenos se producían porque el aire o el agua circulaban a través de cavidades subterráneas, y no sabían a qué dios implorar cuando ocurrían tales acontecimientos.

No podían imaginar que las sacudidas que removían los cimientos de Pompeya estaban causadas por la obstrucción de los gases en el interior del Vesubio, una montaña que había permanecido 800 años tranquila, pero que guardaba en sus entrañas un terrible secreto. Parte del foro quedó destruida, así como otros monumentos. La reconstrucción de la ciudad distaba de haber concluido cuando estalló el Vesubio, de manera que algunas de las ruinas que vemos hoy quizá fueran consecuencia de aquel primer terremoto. 

La ciudad estaba, por tanto, sobre aviso respecto al peligro de futuras catástrofes en forma de terremoto. Pero el 25 de agosto del año 79 sobrevino un desastre que nadie hubiera podido imaginar. En 48 horas, Pompeya quedó sepultada, junto a su vecina Herculano, bajo una espesa capa de lapilli (piedras de piedra pómez y arena), ceniza y cantos de lava de hasta 4,5 metros de profundidad. El Vesubio, que había alimentado con su fertilidad la prosperidad de ambas ciudades –pues la tierra volcánica había nutrido sus viñas y frutales– las ocultó durante siglos, hasta su redescubrimiento en el siglo XVIII. 

Quienes sufrieron aquella desgracia no sabían qué era un volcán. Aunque esta palabra deriva del latín, los romanos desconocían los mecanismos que rigen la peligrosa actividad de tales montañas.

Bien es verdad que Cicerón había hablado de las Vulcaniae insulae, las «islas volcánicas», al aludir a las islas Eolias que se encuentran al norte de Sicilia, pero con ello se refería únicamente a que en el interior del monte Etna vivía, según la mitología, Vulcano, el dios del fuego.

Sólo en los siglos XV y XVI los marinos portugueses aplicaron este término a los volcanes tropicales que encontraban en sus viajes. En el año 79, al desconocer las verdaderas causas naturales del desastre, aquel suceso pudo entenderse como una señal del fin de los tiempos. Esa ignorancia contribuyó a que lo ocurrido pareciera tan extraordinario e imprevisible. 

 

ANTES DEL INFIERNO 

Debemos recordar que Pompeya está situada en la bahía de Nápoles, un lugar donde a lo largo de los siglos se habían dado la mano el infierno y el paraíso. No en vano se decía que en un cráter de Cumas llamado Averno, cercano a la zona más septentrional de la bahía, estaba la entrada al mismo Hades, y que fue allí donde el héroe Eneas descendió a los infiernos.

Otro infierno, más cruel y real, fue el que acabó con millares de personas durante las eternas horas que duró la erupción del Vesubio. 

 

Fresco from Pompeii   Terentius Neo and his wife 1

 

El joven, un panadero llamado Terencio Neo, sostiene un rollo de papiro, quizás el contrato matrimonial. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles.

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Pasear por las ruinas que nos legó la catástrofe nos permite apreciar la forma de vida de sus habitantes, ricos y pobres, hombres y mujeres, niños y adultos; quizá por esto nos identificamos mejor con los habitantes de Pompeya que con otros romanos, pues a ellos podemos verlos como personas de carne y hueso. Son muchos, en efecto, los mosaicos y las pinturas que nos permiten imaginar cómo transcurrían los días en esta ciudad de provincias. 

Podemos contemplar un grupo de hombres paseando por el foro o entretenidos con juegos de mesa. También vemos a unas mujeres jugando a las tabas. De manera más íntima, una pareja practica el sexo en un camastro, mientras unos actores se preparan para la representación. Incluso somos testigos de una cruenta pelea que el público ha entablado en el anfiteatro, parecida a las que podemos presenciar hoy en día en los modernos estadios de fútbol. Pero, ¿cómo era físicamente esa ciudad donde la vida transcurría de forma tan semejante a la nuestra? 

 

Choregos actors MAN Napoli

 

Escena teatral. Mosaico hallado en la Casa del Poeta Trágico.

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Sabemos que sus calles se disponían en insulae, lo que hoy llamaríamos manzanas. Estaban compuestas por casas, tiendas o tabernae, puestos de comida y talleres. El tamaño de las insulae podía variar desde los 850 hasta los 5.500 metros cuadrados, e incluso alguna mansión, como la famosa casa del Fauno, podía ocupar toda una manzana. Las excavaciones han requerido la división numerada de las insulae. De esta forma, en la llamada ínsula VI de la región I (las «regiones» son las zonas en las que los arqueólogos han dividido Pompeya) se han hallado, junto a casas particulares, tiendas como la del broncista Vero, con vivienda en la primera planta, la lavandería de Estéfano, la tienda del ferretero Juniano y una taberna de bebidas calientes. 

 

VIVIENDAS, BARES Y TIENDAS 

En Pompeya se ha podido comprobar que el esquema básico de la casa itálica, con un atrio o patio porticado alrededor del cual se disponían las habitaciones, se había modificado bastante. A veces se puede encontrar un atrio sin habitaciones a su lado, sino situadas en la parte trasera, alrededor del jardín. Frente a estas grandes casas los pobres solían ocupar pequeñas habitaciones alquiladas a las que accedían por una escalera desde la calle.

El exterior de las viviendas estaba enyesado y pintado de blanco, con una franja de color en su parte inferior, normalmente roja. El interior de las fincas de los más pudientes, también enyesado, exhibía pinturas que imitaban el mármol o motivos arquitectónicos. En cuanto a las ventanas, solían ser pequeñas en la parte exterior –a veces consistían en una simple ranura–, ensanchándose en el interior para permitir la entrada de luz. 

 

Josef Theodor Hansen   Interiør fra Pompei   1905

 

Atrio de la villa de Marco Lucrecio Fronto, personaje importante en la vida política de la ciudad. La casa destaca por sus hermosas pinturas en Tercer Estilo. Siglo I.

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Resulta curiosa la inexistencia de un lugar establecido para la cocina, lo que se explica porque esta actividad, al estar en manos de esclavos, era poco considerada; a lo sumo, la cocina estaba formada por un hogar (hecho de ladrillos con una superficie plana para el fuego y un arco para guardar la leña) y un fregadero. El menaje era parecido al que hasta hace poco tiempo podíamos encontrar en cualquier casa de pueblo: cucharones, coladores, pucheros de barro o bronce, cazuelas y trípodes. Los retretes se disponían junto a la cocina o incluso dentro de ella, como vemos en la casa de Ceyo Segundo. Todo desaguaba en un pozo negro y sólo los servicios públicos tenían alcantarillado. El agua corriente era un lujo, y las tuberías que la conducían por la ciudad eran de plomo, por lo que parte de la población pompeyana pudo padecer el envenenamiento que provoca la contaminación del agua por este metal.

Los bares y tabernas solían ser pequeños. En los bares o thermopolia se servían bebidas calientes y el local se componía todo lo más de un mostrador de cemento con grandes tinajas de barro empotradas y un horno. En el thermopolium de Aselina se encontraron sobre el mostrador jarras, fuentes y dos frascos de barro en forma de gallo y de zorro. Estos bares no tenían asientos y mientras bebían los clientes garabateaban en las paredes.

 

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Taberna de Aselina. la mejor conservada de Pompeya. En el mostrador se aprecian los huecos cuya función se discute.


En uno de estos locales se ha encontrado este duelo amoroso en el que un hombre llamado Suceso competía con Severo por una esclava de nombre Iris, y esto es lo que escriben uno y otro en las jambas de la puerta: «El tejedor Suceso ama a Iris, la esclava de la mujer del posadero. A ella no le gusta, pero intenta que se compadezca de él». Y Suceso replica: «Envidioso. No intentes suplantar a quien es mejor que tú, sabe cómo hacerlo y está mejor dotado». 

Las tabernas, aunque pequeñas, disponían de mesas y sillas. La taberna que está junto a la casa de Julia Félix tenía tres mesas donde podían sentarse hasta veintiuna personas. En Pompeya se ha encontrado un número de establecimientos de este tipo muy superior a otras ciudades, debido a que, como urbe portuaria, fue el centro de importación y exportación del sur de Campania durante seis siglos, lo que implica un gran movimiento de marineros y comerciantes. Entre los comercios encontrados se han hallado muchos relacionados con la fabricación y el cuidado de tejidos: tintorerías y lavanderías, talleres de fieltro, de acabados de tela y otros, así como panaderías (una treintena) y tiendas de alimentación con la comida expuesta. Y también una posada con thermopolium donde, además, las camareras vendían sus favores. 

 

ESCLAVOS, LIBERTOS Y CIUDADANOS 

Es muy probable que los dueños de tiendas y talleres se agruparan en gremios y apoyaran a políticos, según se desprende de los eslóganes pintados en sus fachadas. En las tiendas solían trabajar esclavos dirigidos por libertos. Algunas de las mejores casas de Pompeya eran propiedad de esos antiguos esclavos que se habían emancipado y se habían enriquecido merced a sus actividades mercantiles.

 

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La villa de los Misterios. Los magníficos frescos de esta villa representan ritos de iniciación en los misterios dionisíacos.

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Descendiente de libertos era, por ejemplo, Lucio Cecilio Jocundo, en cuya casa se encontró una caja con numerosos documentos de contabilidad, por lo que se le adjudicó el oficio de banquero. Sin embargo, parece que, además de prestar dinero, se dedicaba a organizar subastas, a recaudar impuestos y a actividades relacionadas con la agricultura y la ganadería. Una combinación, en fin, de licitador,  intermediario y prestamista. 

Sabemos que Pompeya contaba con un teatro, un odeón destinado a las representaciones musicales y un anfiteatro capaz de dar cabida a toda la población de la ciudad. Los espectáculos que más atraían al público eran, en el caso del teatro, las pantomimas, en los que los actores se limitaban a los gestos, prescindiendo de las palabras; en el caso del anfiteatro, las luchas de gladiadores eran el espectáculo estrella. Se han encontrado numerosos anuncios de este tipo de encuentros pintados en los muros de Pompeya. Estos espectáculos tenían mucho éxito y los propios gladiadores contaban con numerosos admiradores: un famoso gladiador de Pompeya era considerado como el suspirium puellarum o «suspiro de las jóvenes». 

 

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Teatro Grande. Restaurado por mecenas locales, el mayor teatro de Pompeya tenía un aforo máximo de 5.000 personas. En él se representaban sobre todo espectáculos cómicos.


La asistencia a tales espectáculos era gratuita, pues los costeaban íntegramente ciudadanos ricos, muchas veces como propaganda de cara a las elecciones. No todos los pompeyanos podían ser elegidos; quienes deseaban ser ediles tenían que satisfacer varias condiciones: ser varón, adulto (al menos de 25 años), libre de nacimiento, respetable y rico (se exigía una renta mínima de cien mil sestercios, el equivalente a unos 160.000 euros de hoy). Dados estos requisitos, hasta una generación después la familia de un liberto enriquecido no podía empezar a desempeñar un papel en el gobierno local. Sin embargo, la desgracia deparó la misma suerte a todos los que permanecieron en Pompeya cuando ya era demasiado tarde para escapar: ricos y pobres, señores y esclavos, hacendados y jornaleros. 

 

DOS MIL VÍCTIMAS DEL VOLCÁN 

Desde que Pompeya fue descubierta se ha sucumbido a la tentación de imaginar las vidas de algunos de sus habitantes cuyos restos se han encontrado, haciendo de ellos verdaderos personajes literarios: sus restos son reales, aunque no necesariamente sus nuevas vidas ficticias. Tal es el caso del cadáver de una mujer que llevaba consigo una pulsera de oro en la que podemos leer: «Del amo para su esclava», circunstancia que ha dado pie a fantasear con una desigual historia de amor. 

En vísperas de la erupción, Pompeya debía de tener unos 12.000 habitantes (aunque hay autores que creen que pudieron llegar a 60.000); de ellos, las víctimas de la erupción debieron rondar las 2.000. Muchos pompeyanos seguramente habían abandonado la ciudad en los días y las horas previos a la erupción, temerosos de los temblores de tierra que venían avisando de un desastre inminente. A pesar de ello, otras muchas personas aguardaron en sus casas hasta que ya no hubo posibilidad alguna de huir. Pensaron, seguramente, que aquello sería algo pasajero, un nuevo terremoto tras el que la vida continuaría como siempre. Quienes se quedaron estaban, seguramente, más preocupados por la seguridad de sus propiedades y pertenencias que por el riesgo que pudieran correr sus vidas. 

 

Ruinas Pompeya

 

La vía de la Abundancia. En la principal calle de Pompeya se agolpaban la tiendas y locales más exclusivos de la ciudad.


Los arqueólogos han recuperado los restos de muchos pompeyanos muertos en el desastre. Unos intentaron huir en el último momento, tratando de abrirse paso a través de la capa de lapilli depositada en las calles y los caminos, hasta que la onda piroclástica del volcán (una mezcla de gases, residuos volcánicos y piedra ardiendo) los sorprendió fatalmente: una pareja que salió de la ciudad con la llave de su casa y una pequeña lámpara de bronce, quince jóvenes que huyeron con sus escasos ahorros, un esclavo caído en el jardín de una mansión mientras trataba de escapar pese a los grilletes que arrastraba en los tobillos, un sacerdote que había recogido los objetos valiosos de su templo, una dama enjoyada que había buscado refugio en el cuartel de los gladiadores (es dudoso que estuviera allí con su amante, como han sugerido algunos estudiosos demasiado imaginativos)...

Otros ni siquiera llegaron a intentar escapar, como una familia de doce miembros, compuesta por un matrimonio de edad avanzada, una hija embarazada, otros parientes y diversos esclavos, que quedó atrapada en su casa. El destino fue igual de terrible para todos, pero bajo diferentes y crueles formas, desde la muerte inmediata por el golpe certero de una piedra hasta la lenta agonía por asfixia. 

 

TODO POR LA CIENCIA 

Sobre el desastre de Pompeya poseemos un testimonio excepcional: el de Plinio el Joven, quien se encontraba en la bahía de Nápoles en el momento de la erupción junto a su famoso tío, Plinio el Viejo, y que años después relató su experiencia en una carta al historiador Tácito. Por cierto, que hasta que la moderna vulcanología no pudo comprobar que lo que allí se narraba respondía, precisamente, a una erupción volcánica se creyó que el contenido de la carta era una fantasía de su autor. 

 

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El fresco de la casa del Triclinio muestra el ambiente que reinaba en los banquetes: a la izquierda, un esclavo ayuda a descalzarse a un recién llegado, mientras que a la derecha un esclavo sostiene a un invitado que acaba de vomitar

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Plinio el Viejo era un conocido erudito romano, autor de una gran enciclopedia titulada Historia natural, obra en la que cita el Vesubio, pero sólo para decirnos que es un lugar donde se criaban ásperos vinos. A pesar de lo mucho que sabía sobre el mundo conocido, Plinio no podía adivinar que lo que él consideraba una fértil montaña era un peligroso volcán.

En el fatídico verano del 79, Plinio, que contaba 56 años, se encontraba acompañado por su sobrino en el norte de la bahía, en Miseno, al mando de la flota de la región. Hacia la hora séptima, que correspondería a nuestra una de la tarde, del 24 de agosto (la fecha que ofrece Plinio el Joven, aunque algunos estudiosos la han puesto en cuestión y retrasan el episodio hasta el mes de septiembre), pudo ver a lo lejos una nube de humo gigantesca semejante a un pino mediterráneo, de copa redonda.

Por su situación dedujo que la nube provenía del monte Vesubio, a unos 32 kilómetros de Miseno. El naturalista quedó admirado por lo que veía y decidió acercarse hasta donde se estaba produciendo el fenómeno, considerándolo algo digno de estudio. Por ello ordenó que se le preparase una nave pequeña para hacer la travesía. 

Antes de partir ocurrió un suceso inesperado que anticipaba la desgracia: Plinio el Viejo recibió una petición de ayuda de unos amigos suyos que estaban cerca del Vesubio. En este momento, a la simple curiosidad se añadió la voluntad de socorro, pues decidió enviar unas embarcaciones mayores en auxilio de sus amigos en peligro.

Quizá la imagen más heroica de todo este relato sea la del naturalista navegando hacia el volcán en dirección contraria de los que huían, bajo una lluvia de piedras. Pero su nave no pudo acercarse tanto como él hubiera querido hasta Pompeya y se vio obligado a desviarse hacia Estabia, más al sur, donde se levantaba la villa de su amigo Pomponiano.

Una vez allí, Plinio no cesó de infundir ánimos a la gente y pidió que lo llevaran a la sala de baños para quitarse la suciedad acumulada durante un viaje expuesto al humo y la lluvia de piedra. Desde Estabia se apreciaba claramente que había fuego en el Vesubio, lo que engendraba todavía mayor temor, pero él tranquilizó a sus amigos aduciendo que debían de ser antorchas dejadas por la gente que huía. 

 

Karl Briullov, The Last Day of Pompeii

 

Los pompeyanos ante la erupción del Vesubio. Óleo por Karl Briulov. 1830. Museo Ruso de San Petersburgo.

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Tras la cena, Plinio durmió plácidamente en la que iba a ser su última noche con vida. Como la lluvia de piedras persistía y amenazaba con derribar la propia casa, sus habitantes decidieron despertarle y valorar si era mejor permanecer en la villa o huir.

Al amanecer seguía habiendo una total oscuridad, así que ya no quedaba otra salida que dirigirse a la costa para intentar escapar. Sin embargo, el mar era innavegable, lo que cerraba la única vía de escape. Fue entonces cuando a Plinio le sorprendió la muerte, quizá debida a un infarto. 

 

UN PAISAJE DE CENIZAS 

Al otro lado de la bahía, su sobrino vivió otra terrible peripecia, aunque con mejor suerte. Plinio el Joven nos refiere cómo continuó trabajando tras la partida de su tío. A sus 17 años, no era un joven demasiado consciente de la gravedad de aquellos temblores de tierra.

Al fin, él y su madre se refugiaron en el patio de la casa, sin saber que allí corrían un grave peligro, pues las paredes circundantes podían venirse abajo en cualquier momento. A ruego de un amigo salieron al exterior e intentaron escapar. Fue entonces, al mezclarse con la multitud aterrada, cuando se dieron cuenta de la gravedad de la situación. 

Dejaron atrás Miseno, con el Vesubio en erupción a sus espaldas, y al volver la vista atrás contemplaron, entre temblores de tierra, cómo el mar devoraba las playas mientras la montaña continuaba vomitando fuego y piedras. Ante semejante espectáculo sólo cabía seguir alejándose, pero tanto a su madre como a él les preocupaba la suerte que había corrido su tío. Sin embargo, no podían detenerse.

Plinio obligó a su madre a continuar huyendo, a pesar de que ella prefería permanecer expuesta al peligro. Llegó la noche, que algunos creyeron que sería eterna, y el propio Plinio creyó que el mundo tocaba a su fin. Cuando la lluvia de piedra y los temblores amainaron, Plinio y su madre regresaron a Miseno a la espera de nuevas sobre su tío, a quien ya no volverían a ver con vida. 

 

House of the Vettii, Pompeii, 20230623 133502 27


Triclinio de la Casa de los Vettii. Estos prósperos banqueros hicieron ostentación de su riqueza decorando su villa con magníficos frescos, como el de la imagen, que muestra el mito de Ixión y Hera.

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Tras este episodio, el Vesubio no volvió a ser la montaña fértil de antes. Su aspecto cambió al desplomarse sus laderas y abrirse un cráter de unos once kilómetros de circunferencia. Los bosques, olivares y viñedos de las faldas se tornaron un paisaje gris. El poeta hispano Marcial describe (en unos versos que ha traducido Dulce Estefanía) la devastación de lo que en otro tiempo fue un lugar lleno de vida: «He aquí el Vesubio, hace poco verde bajo la sombra de los pámpanos; aquí la noble uva había hecho desbordarse las cubas llenas de vino: éstas son las cumbres que Baco amó más que a las colinas de Nisa, en este monte danzaron los sátiros. Ésta era la morada de Venus [...]. Todo yace sumergido en llamas y en siniestra ceniza: ni los dioses del cielo hubieran querido que esto les fuese permitido».



TODA LA INFORMACIÓN LO HE 

ENCONTRADO EN LA PÁGINA 

OFICIAL DE NATIONAL GEOGRAPHIC


 




 Pirata Oscar 

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