Ya estoy aquí con otra sesión de (NATIONAL PRESENT)de la sección de NATIONAL GEOGRAPHIC.
Esta semana toca hablar El Capitán Cook, un hombre en busca del último continente. Navegante y explorador inglés, reconocido por sus aportes al conocimiento cartográfico y científico. El descubrimiento y reclamo de la costa este de Australia para la corona británica, el descubrimiento de las Islas Hawaii y la circunnavegación y cartografía de Terranova y Nueva Zelanda.
Pues no me enrollo más y vamos al grano.
El gran explorador del Pacífico
El Capitán Cook, un hombre en busca del último continente
Este cuadro recrea el momento en que James Cook toma posesión de Australia en nombre de la Corona británica en 1770. Pintura al óleo de E Phillips Fox, Galería Nacional de Victoria. Wikimedia Commons
La exploración del Pacífico fue sin duda una de las mayores aventuras de la era de la Ilustración. En el siglo XVI, desde que Magallanes lo atravesara en 1521, el inmenso océano se había convertido en un «lago español», un mare clausum cerrado a otras potencias, y numerosos navegantes hispanos empezaron a fijar la geografía de los «mares del Sur» y de su miríada de islas y archipiélagos.
Aprincipios del siglo XVII, a los españoles se les sumaron los holandeses y, de forma esporádica, los ingleses, como el corsario Dampier. Sin embargo, fue a mediados del siglo XVIII cuando las potencias europeas, sobre todo Francia y Gran Bretaña, emprendieron una auténtica carrera para asentarse en las zonas inexploradas de aquel vasto espacio.
Durante el último tercio del siglo XVIII se organizaron varias expediciones que marcarían una época en la historia de las exploraciones, al mando de figuras como los franceses Bougainville y La Pérouse, los españoles Malaspina y Bustamante y los británicos Wallis y James Cook. Este último, con sus tres grandes viajes alrededor del mundo –el último truncado por su trágica muerte en Hawái–, encarna quizá mejor que nadie el espíritu de esta generación de exploradores, gracias a una mezcla de arrojo, tenacidad, empeño científico y gran apertura a la diversidad del mundo humano y natural.
Aunque los historiadores no suelen señalarlo, el origen de la expedición de Cook se encuentra en un episodio ocurrido lejos de Inglaterra. En 1762, Manila, capital de las Filipinas españolas, fue conquistada por los británicos y Alexander Dalrymple, un geógrafo, espía y diplomático escocés, se convirtió en gobernador. Ello puso a su disposición el extraordinario fondo documental conservado en la ciudad, con una riquísima información de más de doscientos años de navegaciones realizadas por los españoles en el Pacífico. Dalrymple debió de prestar especial atención a los informes
de navegantes como Fernández de Quirós, que en su travesía por el Pacífico occidental creyó llegar a la Tierra Austral (de hecho, es posible que divisara la costa norte de Australia). En el siglo XVIII, muchos creían todavía en la existencia de un gran continente en el hemisferio sur del planeta que tan sólo esperaba a que una potencia europea lo conquistara. El propio Dalrymple suponía que la Tierra Austral tendría al menos 7.500 kilómetros de ancho y 50 millones de habitantes y aseguraba que «los restos de su economía bastarían para mantener el poder, el dominio y la soberanía de Gran Bretaña porque darían empleo a todas sus manufacturas y barcos».
De vuelta a Londres tras la devolución de Manila a España, Dalrymple se apresuró a proponer al Almirantazgo británico, con la ayuda del economista Adam Smith y el científico Benjamin Franklin, una expedición para explorar el Pacífico Sur. El proyecto recibió el respaldo del Almirantazgo y de la Royal Society, la principal institución científica del país, que vio en él una oportunidad para llevar a cabo una misión científica de la que todos hablaban entonces: la observación del tránsito del planeta Venus en algún paraje del Pacífico Sur.
Aunque el Almirantazgo acogió el proyecto de Dalrymple con entusiasmo, pronto se dieron cuenta de que el exgobernador de la saqueada Manila no podía comandar una expedición supuestamente científica a través de los dominios españoles. Se ofreció a Dalrymple un puesto en el buque, alegando que la Armada no podía aceptar un civil al mando de uno de sus barcos, pero el escocés, decepcionado, lo rehusó. En su lugar, las autoridades fijaron su atención en un marino que hasta entonces había desempeñado un papel tan discreto como eficiente.
A sus 40 años, James Cook no era aún teniente, ni había conocido los Mares del Sur, ni había comandado un buque, pero en cambio tenía amplios conocimientos de cartografía, no había combatido con los españoles y, antes de entrar en la Armada, había navegado en el tipo de barco que Dalrymple había propuesto para la expedición: un sencillo carbonero. No otra cosa era el célebre Endeavour, un navío de dimensiones modestas –sus apenas 370 toneladas permitían hacerlo pasar por una bark, «chalupa» para los españoles–, pero con gran capacidad en sus almacenes y excepcionalmente estable y resistente.
Rumbo a la aventura
James Cook quedó al mando de una tripulación de 73 hombres,
más doce infantes de marina y diez civiles. La mayoría eran marinos
experimentados, como su tercer teniente, John Gore, que ya había dado
dos vueltas al mundo, y sus dos maestres, Robert Molineux y Richard
Pickersgill. En cuanto a la parte científica de la empresa, la Royal Society propuso a Charles Green,
ayudante del astrónomo real, el doctor Bradley, para dirigir las
observaciones astronómicas, mientras que la Armada buscó a un joven
erudito con quien Cook ya había colaborado: Joseph Banks,
quien a su vez se llevó consigo a su amigo Daniel Solander, un notable
botánico sueco. El regreso a Inglaterra de la expedición del capitán
Wallis sirvió para fijar el que debería ser el primer destino secreto de
Cook: la isla de Tahití, descubierta por Wallis en ese viaje, donde deberían hacerse las observaciones astronómicas pertinentes.
El buque, cargado con suministros para los 18 meses que debía durar el viaje, partió de Deptford el 30 de julio de 1768. Allí recibió James Cook en mano las instrucciones secretas que fijaban los objetivos políticos y más reservados del viaje, en concreto la búsqueda de la Tierra Austral a 40º de latitud sur, como establecían los informes españoles, y la toma de posesión de las tierras descubiertas. Esto último se formulaba así: «Con el consentimiento de los nativos, tomar posesión de las ubicaciones en el País, en nombre del Reino de la Gran Bretaña o, si el país está inhabitado, tomar posesión de él para su Majestad levantando los signos e inscripciones adecuados, como primeros descubridores y poseedores».
Tras una parada en Plymouth, el Endeavour dejaría finalmente Inglaterra el 26 de agosto. En Madeira hicieron una accidentada parada, en la que falleció ahogado un marinero. Al cruzar el ecuador, el 5 de octubre de 1768, se cumplió la tradición de «bautizar» a los marinos –y a otros seres vivos, como perros y gatos– que no hubieran pasado antes la línea ecuatorial, una ceremonia que consistía en atar al bautizado a una polea e izarlo y dejarlo caer tres veces desde la verga mayor. Veintiún miembros de la expedición estaban en ese caso, incluidos Cook y Banks, aunque los viajeros principales evitaron el mal trago a cambio de cierta cantidad de brandy.
Tras hacer escala en Río de Janeiro –donde se ahogó otro marinero– y en las Malvinas, el Endeavour dobló el cabo de Hornos con facilidad gracias a una excepcional fase de buen tiempo y vientos moderados. Sin embargo, los seis días que debieron detenerse en Tierra de Fuego pusieron a prueba su resistencia. Aunque el Almirantazgo los había provisto con equipo específico para el frío –incluidas las llamadas chaquetas magallánicas, hechas con un tejido de lana denominado fearnought–, Banks casi perdió la vida y dos de sus sirvientes negros fallecieron por congelación durante una noche que pasaron en tierra.
Tahití, la tierra de Venus
Ya en el océano Pacífico, Cook puso rumbo a Tahití. Este archipiélago de la Polinesia había sido visitado poco antes por Wallis y Bougainville, cosa que los hombres de Cook comprobaron enseguida al ver que los indígenas ostentaban objetos de factura europea, como hachas. A diferencia de Wallis,Cook se atuvo a las instrucciones que lo conminaban a «esforzarse por todos los medios adecuados para cultivar la amistad y alianza con los nativos». Los marinos, por su parte, interpretaron la consigna al pie de la letra y nada más desembarcar quedaron fascinados con la desenvoltura y belleza de las nativas, y pronto entraron en relación con ellas. Temiendo la difusión de enfermedades venéreas, Cook trató de imponerles continencia, aunque sus propias descripciones de las costumbres de los tahitianos indican que no fue indiferente a las tentaciones que se le ofrecían. En cuanto a Banks, evocaría luego en sus relatos la fascinación que sintió al desembarcar en una isla donde «el amor es la principal ocupación».
Por otra parte, los sabios de la expedición hicieron dibujos de la fauna y la flora de la isla y recogieron ejemplares de insectos, plantas y minerales para las colecciones de las academias londinenses. También observaron las costumbres de los indígenas y pronto se dieron cuenta de que no tenían nada de salvajes. Les impresionaron en particular los conocimientos marítimos de los tahitianos, hasta el punto de que les preguntaron sobre el continente austral y convencieron a uno para que se uniese a la expedición y les hiciera de intérprete. El 13 de julio de 1769, Cook abandonó Tahití y se dispuso a cumplir el siguiente apartado de sus instrucciones: descender hasta los 40º de latitud sur para localizar el continente austral.
Una violenta tempestad les hizo temer que perdieran el velamen necesario para volver a Inglaterra; una noche, el dibujante a bordo anotaba que el barco giraba con tanta fuerza que los muebles volaban y ellos mismos temían ser arrancados de los coys, las hamacas en las que descansaban. Pese a ello, en cuanto el tiempo lo permitió Cook reanudó la marcha hacia el sur y el día 8 de octubre, cuando justamente acababan de superar los 40º de latitud sur, divisaron tierra. Era Nueva Zelanda, una tierra descubierta, en su parte occidental, por los holandeses en 1642 y que se pensaba que podía formar parte de la legendaria Tierra Austral.
En busca de un continente mítico
Cook y sus hombres intentaron un desembarco en lo que luego llamarían bahía Pobreza (Poverty Bay), por lo poco que respondió a sus expectativas. A diferencia de Tahití, aquella era una tierra inhóspita y habitada por nativos hostiles. Si Tahití era la isla de Venus, Nueva Zelanda era la región de Marte, el dios de la guerra. Los encontronazos con sus habitantes se saldaron con varias muertes de éstos, aunque algunos grupos, ablandados con diversos regalos, acabaron mostrándose más receptivos. Tras tomar posesión del territorio –grabando sobre un árbol el nombre del barco y la fecha, y enarbolando a continuación la bandera británica–, Cook pasó los cuatro meses siguientes explorando la zona, lo que le permitió comprobar que Nueva Zelanda no formaba parte de la Tierra Austral, sino que era un sistema de islas. La búsqueda, pues, debía continuar.
El día 31 de marzo, el Endeavour se despidió de Nueva Zelanda y se dirigió al oeste, ciñéndose a los 40º de latitud sur. Pese a los tremendos temporales que se ensañaron con el navío, el 19 de abril de 1770 Cook volvió a ver tierra: se trataba del sureste de Australia, la inmensa costa que holandeses y portugueses habían ya recorrido por el oeste y el sur. Cook comprendió que su búsqueda de la Tierra Austral era vana y que aquel mítico continente no existía, al menos «al norte del grado 40º sur –escribió en su diario de viaje–, pues lo que puede haber al sur de esta latitud yo no lo sé. Lo cierto es que nosotros no vimos nada que pudiera tomarse por un signo de tierra, no más en nuestras rutas hacia el norte que en las que se dirigían hacia el sur».
El 29 de abril, Cook recaló en lo que primero se llamó puerto de las Rayas (Stingrays Harbour), pero acabó en los mapas como bahía Botánica (Botany Bay), por la cosecha de especímenes animales y vegetales que obtuvieron los científicos del Endeavour. Los aborígenes, sin embargo, rehuyeron todo contacto. Cook prosiguió su travesía por la costa australiana hasta que el 10 de junio la nave se adentró imprudentemente por un arrecife de coral y chocó contra las rocas, que perforaron la quilla. Fue el momento más crítico de la expedición. Todos temieron quedar perdidos para siempre en un lugar expuesto a los temporales y al que nunca acudiría nadie en su ayuda. Sin embargo, un oficial tuvo la idea de coser una gran cantidad de lana, pelo y estopa a una pieza de vela, y se arrastró desde la proa hasta debajo de la nave para tapar la vía de agua y hacer así las reparaciones. Entre tanto, habían debido arrojar al mar buena parte de la artillería, barriles de agua, leña...
Cook aprendió la lección y nunca más volvió a dirigir una expedición de un solo buque. El Endeavour avanzó hasta llegar a la entrada del estrecho de Torres, donde el 22 de agosto de 1770, en un promontorio rocoso llamado isla Posesión, Cook tomó posesión de toda la costa oriental del continente australiano en nombre del rey británico Jorge III, pese a que las instrucciones del Almirantazgo prohibían un acto así tratándose de una tierra habitada y sin haber buscado el consentimiendo de la población. Bautizó el territorio con el nombre de Nueva Gales del Sur.
Regreso triunfal
El regreso a Europa fue lento y lleno de penalidades. Hasta ese momento, Cook había logrado conservar sana y salva a la mayor parte de la tripulación, gracias sobre todo a una dieta rica en vegetales que previno el mayor peligro en los largos viajes oceánicos: el escorbuto. Pero la parada en Batavia (la actual capital de Indonesia, Yakarta), una ciudad insalubre que ya había golpeado duramente a la expedición de Wallis, hizo que muchos marinos enfermaran ymurieran de malaria y disentería.
Tras reanudar la marcha, el Endeavour llegó a duras penas a Ciudad del
Cabo el 14 de marzo de 1771, con apenas seis hombres capaces. Cook hubo de enrolar a varios marinos portugueses para poder continuar
y alcanzar Inglaterra el 12 de julio de 1771, tras casi tres años de
viaje. La gesta de Cook fue celebrada en Gran Bretaña como un gran triunfo nacional.
Lord Sandwich invirtió 6.000 libras (más de lo que costó el Endeavour)
para que un escritor de moda, John Hawkesworth, basándose en los diarios
del propio Cook, narrara el viaje de éste con tintes épicos, convirtiendo al navegante en un héroe modélico que encarnaba el destino imperial de Gran Bretaña.
TODA LA INFORMACIÓN LO HE
ENCONTRADO EN LA PÁGINA
OFICIAL DE NATIONAL GEOGRAPHIC
No hay comentarios:
Publicar un comentario