lunes, 20 de diciembre de 2021

LA RAZÓN Y LA CULTURA 10 ( ¿Morado? No, gracias. El color de Castilla es el carmesí y llevamos siglos confundidos y ¿Por qué los 700 arcabuceros españoles que salvaron a Viena y a Europa de los musulmanes eran todos del mismo pueblo?)

 

 

Martes y como no toca una entrada de LA RAZÓN Y LA CULTURA esta semana nos preguntamos es morado el color representativo de la antiguo reino de castilla o es carmesi vamos haberlo y Por qué los 700 arcabuceros españoles que salvaron a Viena y a Europa de los musulmanes eran todos del mismo pueblo vamos con un semana de preguntas.


Que espero que os guste y ya sabéis nos vemos el próxima martes con dos artículos más en una nueva entrada de LA RAZÓN Y LA CULTURA.

 

 

¿Morado? No, gracias. El color de Castilla es el carmesí y llevamos siglos confundidos

 

Una serie de malentendidos, errores y hechos históricos nos han hecho creer que ese era el color representativo del antiguo reino castellano, cuando nunca lo fue

 

 Una mujer ondea una bandera durante los actos del Día de Castilla y León en Villalar de los Comuneros, el histórico municipio vallisoletano.

 

Una mujer ondea una bandera durante los actos del Día de Castilla y León en Villalar de los Comuneros, el histórico municipio vallisoletano.R. GarcíaEFE

 

Siempre se ha asociado el morado como el color de Castilla y, de hecho, se ha venido usando a lo largo de los siglos más recientes como emblema del viejo reino. De hecho, la inclusión de este color en la bandera de la II República tenía como objeto honrar a este territorio histórico que junto con los reinos de Aragón o Navarra conforman la actual España.

Pero, ¿y si el morado no fuera realmente el color de Castilla y viniésemos arrastrando un error histórico durante siglos? Actualmente, en Castilla y León se da una peculiaridad: dispone de una dualidad emblemática. Así, junto a la bandera también existe el pendón de Castilla y León, por lo que la región cuenta una doble representación vexiolológica o de banderas. Se pueden utilizar ambas, pero no de forma simultánea, ya que estamos ante el mismo símbolo. Además, el Estatuto de Autonomía se encarga de diferenciar entre una y otra en su artículo 6.

Según cuenta la propia página web de la comunidad de Castilla y León, la bandera oficial “es cuartelada y agrupa los símbolos de Castilla y León (...). La bandera ondeará en todos los centros y actos oficiales de la Comunidad, a la derecha de la Bandera española. El pendón vendrá constituido por el escudo cuartelado sobre un fondo carmesí tradicional...”.

“¿Por qué dos banderas? Un largo y complejo proceso histórico provocó que se produjese la confusión entre el color morado y el púrpura, y que por ello se reivindicase el “pendón morado de Castilla” como enseña regional. La confusión arrancó cuando el ejército real de Carlos I consiguió derrotar a los comuneros en la batalla de Villar en 1521, momento en que el antiguo escudo y pendón castellano y leonés será paulatinamente sustituido por las armas de la Casa de Austria.

Con el paso del tiempo, el escudo real de la dinastía reinante de los Austrias hizo desaparecer por completo el antiguo, y se extendió la errónea asociación entre el color púrpura y el morado. Tras la creación de varias unidades militares de “Guardias reales” en el reinado de Felipe IV, y durante el siglo XVIII y XIX, la creencia será continuada por los republicanos españoles de la I y II Repúblicas: también ellos utilizaron este color morado como un símbolo. Hoy sabemos que históricamente lo correcto es afirmar que el pendón viejo de Castilla es carmesí, y no morado.

Por su parte, la Fundación para la Defensa de la Nación Española (Denaes), refiriéndose a la bandera tricolor de la II República, recuerda que el 28 de abril de 1931 Niceto Alcalá Zamora firmaba el decreto mediante el cual la bandera de España pasaba a sustituir la franja roja inferior pasaba a ser sustituida por una morada, en honor a Castilla.

«…Hoy se pliega la bandera adoptada como nacional a mediados del siglo XIX. De ella se conservan los dos colores y se le añade un tercero, que la tradición admite por insignia de una región ilustre [en referencia a Castilla], nervio de la nacionalidad, con lo que el emblema de la República, así formado, resume más acertadamente la armonía de una gran España».

 

 La bandera republicana fue la más portada por los asistentes a la marcha que ayer acabó en la Puerta del Sol

 

 La bandera republicana fue la más portada por los asistentes a la marcha que ayer acabó en la Puerta del Sol

 

Y, ¿por qué el morado? Pues, según relatan, el color morado es adoptado por la Sociedad de los Caballeros Comuneros, asociándolo a la Castilla comunera, creada en Madrid en 1821 y cuenta entre sus miembros más famosos a Rafael del Riego y Juan Martín, El Empecinado, “que es quien resucita (y mitifica) la memoria de los Comuneros [...], la ejemplificación de la lucha por las libertades frente a cualquier absolutismo, y se les rinde homenaje reiteradas veces durante el Trienio Liberal, incluso en los discursos en el parlamento. La lucha de los Comuneros es presentada como una lucha liberal avant la lettre, personificando anacrónicamente en aquellos señores de Castilla la lucha de los propios liberales del siglo XIX”.

Así, continúa, el morado es adoptado por esta sociedad como emblema que representa la lucha de los castellanos frente al emperador extranjero Carlos I. Ahora bien, “¿de dónde procede el morado adoptado por estos liberales como color republicano y liberal? Se sabe que el color de la insignia de Castilla no era morado, sino carmesí. Y, sin embargo, en la entrada del DRAE, el “pendón morado” de Castilla viene definido como insignia personal del monarca. Morado, no carmesí. Y personal del monarca.

El origen de esta “confusión” habrá que buscarlo en la historia militar. Fernando III toma Sevilla en 1248 con el concurso de la Banda de Castilla, convertida en regimiento permanente por su heroicidad, que pasa a denominarse Tercio de los Morados provincial de Sevilla, a principios del siglo XVI por el color de su uniforme. En 1640 es elevada a Guardia del Rey y en 1664 es denominada Tercio de Castilla. En 1710 toma el nombre de Regimiento de Infantería Inmemorial de Castilla [...] El pueblo comienza a llamar al Regimiento Inmemorial de Castilla “el Tercio de los Morados” o “Morados de Castilla” en 1693 (según afirma el conde de Clonard) y asocia este color con el del reino castellano”.

 

 
Bandera coronela del Regimiento Inmemorial del Rey 
 
 
Bandera coronela del Regimiento Inmemorial del Rey FOTO: La Razón (Custom Credit)
 
 

Pese a estas banderas moradas de los regimientos y Guardias Reales, el estandarte Real de los Borbones conservaba el verdadero color rojo carmesí de Castilla en el campo. Felipe V, Fernando VI, Carlos III, Carlos IV y Fernando VII lo usaron así durante sus reinados (1700-1833). Sin embargo el estandarte Real usado durante la coronación de Isabel II en 1833 fue modificado por los liberales del Gobierno (la mayoría de ellos masones), que le cambiaron el campo de rojo a morado, color erróneamente atribuido al Pendón de Castilla, y de esta forma se conservó para sus dos siguientes sucesiones: Alfonso XII y Alfonso XIII.

En 1843, la reina Isabel II firma el Real Decreto mediante el cual se establece que la bandera de España es la rojigualda, unificando las insignias de todos los cuerpos militares. Pero en su artículo segundo hace una excepción: los cuerpos que por privilegio lleven el Pendón morado de Castilla pueden seguir usándolo, llevando en la bandera una corbata de color morado.

La propia Isabel II usa el morado como estandarte real en su coronación en 1833. en lugar del carmesí, utilizado por los reyes como estandarte de Castilla. Este color morado fue heredado tanto por Alfonso XII como por Alfonso XIII y, de ahí, a la II República. De hecho, aún hoy el color sigue vinculado a Castilla y son muchos los grupos políticos vinculados al castellanismo que la utilizan, como el Partido Castellano Tierra Comunera, Izquierda Castellana...

Sea como sea, no hay que perder de vista que, aunque nunca hubo un «pendón de Castilla» ni una «bandera de Castilla» con un diseño único, la traslación del gules heráldico en tejido solía representarse en tonos rojizos más o menos oscuros, aunque en Castilla se empleó a menudo un color más específico, el carmesí.

Así, el castillo sobre fondo rojo o carmesí ha figurado en algunas enseñas de la Corona de Castilla, que reprodujeron el cuartelado de Fernando III sobre paño y que han servido de base en la actualidad para la bandera de la comunidad autónoma de Castilla y León, así como para las banderas de las comunidades autónomas de Castilla-La Mancha y de la Comunidad de Madrid.

En cualquier caso, más allá de la propia historia, queda clara la presencia del color carmesí en los distintos emblemas, pendones y banderas relacionados con la historia de Castilla que aún se conservan. Así, ahí está el pendón, en campo de seda carmesí, que se conserva en la iglesia de San Martín, capilla de Nuestra Señora del Racimo o de los Arias Dávila, en Segovia; el de la villa de Sepúlveda, en el salón de Sesiones del Ayuntamiento; el guion enarbolado por Isabel I de Castilla en la toma de Granada y que se custodia en la Real Capilla de la catedral granadina; el pendón depositado hoy en la Sala del Solio del Alcázar de Segovia; las enseñas de Carlos I, en seda carmesí; otra de Don Juan de Austria, de su última campaña, en damascado del mismo color que se conserva en la Armería del Palacio Real de Madrid...

 

 Fresco que muestra el pendón rojo de Castilla en  la antigua abadía benedictina de San Pedro de Arlanza (Burgos), conservado en el MNAC

 
 
Fresco que muestra el pendón rojo de Castilla en la antigua abadía benedictina de San Pedro de Arlanza (Burgos), conservado en el MNAC FOTO: La Razón (Custom Credit)
 

Mención aparte merecen los dos viejos pendones de Castilla que en julio de 1977 fueron bajados de la parte alta de la iglesia colegiata de Medina del Campo para su estudio por una comisión investigadora designada por el Ayuntamiento de Valladolid. Tras su estudio por, entre otros, Amando Represa, director del Archivo Histórico Nacional de Simancas, y Juan José Martín González, catedrático de Historia del Arte, se hizo constar que “es indiscutible que la bandera de Castilla es de color rojo carmesí”.

Recuerda también Lucas Hernández, en un estudio titulado “El pendón de Castilla. Del verdadero pendón de Castilla y el origen de la confusión”, “el pendón, rojo naturalmente, de las Navas de Tolosa, que se guarda en el Monasterio de las Huelgas (Burgos), y bajo el que lucharon las milicias concejiles de Ávila y Segovia en el ala derecha de la vanguardia de vizcaínos, alaveses y guipuzcoanos, en uno de los hechos más decisivos -contestación a la avalancha almohade- de la historia de España y aun de Europa. [Y podríamos añadir a la lista el pendón de la conquista que se conserva en la Catedral de Cuenca…]”.

Hasta los propios comuneros, tan loados en muchas etapas como estandartes del castellanismo histórico, usaron en todo momento pendones de color carmesí y cruces del mismo color en el pecho.

Por último en el Libro de Actas del Ayuntamiento de Valladolid se encuentra reiteradamente una descripción de que el pendón de Castilla “era grande y algo pesado, de tres varas y media de ancho y largo, de damasco carmesí, con las armas de Castilla por ambas partes pintadas en el dicho pendón”.

El ejemplar que se custodia en la Colegiata de San Antolín de la villa de Medina del Campo, un pendón que al parecer está confeccionado a principios del siglo XVI, sirvió de base para la elaboración de un pendón de Castilla y León, si bien a ese original se introdujeron modificaciones en los ornamentos y en las figuras. Ese diseño se llevó a cabo durante el proceso preautonómico, por mano del Ayuntamiento de Valladolid. Su ejemplo fue seguido por otras Corporaciones en los meses siguientes, y se adoptó esta doble representación de banderas en la Comisión que estaba redactando el proyecto del Estatuto de Autonomía. Así quedó también incorporado y aprobado definitivamente en el texto.

 

 

 


¿Por qué los 700 arcabuceros españoles que salvaron a Viena y a Europa de los musulmanes eran todos del mismo pueblo?

 

 


 

Quien más, quien menos, ha oído hablar de los históricos tercios españoles, de sus grandes victorias en Flandes, en Francia o Alemania, de sus gestas heroicas y también, por supuesto, de sus (pocas) derrotas. Fueron la punta de lanza del Imperio español en Europa y la mejor infantería del mundo durante más de un siglo.

Sin embargo, lo que no todo el mundo conoce es que, más allá de sus hechos de armas en lo que fueron las posesiones de los Austrias defendiendo territorio de la Monarquía Hispánica, también participaron en otras batallas muy lejos de suelo patrio, defendiendo a la cultura occidental de los turcos y de una (nueva) invasión musulmana de Europa, esta vez desde el este, a través de Austria.

Desde su irrupción en Europa, con la conquista de Constantinopla por Mehmed II el año 1453, el poderío turco en el continente no había dejado de ir en aumento. El sultán Solimán el Magnífico, tras acceder al trono en 1520, pidió al rey Luis II de Hungría que le rindiera tributo. El joven rey húngaro hizo matar a los embajadores como respuesta. Solicitó apoyo al emperador Carlos V, pero este tenía comprometidas sus tropas en Italia en respuesta a las agresiones de Francisco I de Francia, quien había prometido en carta escrita al sultán turco estando preso en Madrid que abriría un segundo frente en el oeste de Europa para que los otomanos avanzaran por el este.

El archiduque Fernando de Austria (1503-1564, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico con el nombre Fernando I desde 1558), hermano menor de Carlos V, reclamó el trono y fue elegido rey de Hungría después de la muerte de su cuñado Luis II en la batalla de Mohács el 28 de agosto de 1526, lo que provoca una invasión turca en el otoño de 1529. El 27 de septiembre de ese año las tropas otomanas iniciaron el asedio de Viena, capital del archiducado de Austria. Se desconoce con precisión el número de efectivos, y las estimaciones van desde 90 000 hasta 200 000 hombres. Entre ellos estaban los jenízaros, el cuerpo de elite de las tropas otomanas.

Su punto culminante llegaría con la victoria del ejército otomano en la batalla de Mohács (29 de agosto de 1526), que supuso la destrucción del ejército húngaro, así como la muerte del soberano Luis II de Hungría. Ese día, en los piélagos del Danubio los magiares fueron aniquilados en pleno, en sólo hora y media: cayeron magnates magiares, los obispos que fueron a luchar y el propio rey, que contaba sólo veinte años.

El sultán no recogió la corona húngara que estaba libre, pero se aseguró, sin embargo, la obediencia de «30 reinos» y se autoproclamó «emperador de emperadores, príncipe de príncipes y sombra de Dios sobre ambos mundos». Parecía como si los otomanos arrasaran a un Occidente débil como once siglos antes lo hicieran los germanos con los romanos

Desde este instante, la ciudad de Viena iba a quedar en primera línea, asumiendo un papel clave en la estrategia militar imperial. No pasaría mucho tiempo después de Mohács hasta que la ciudad se viera amenazada por las armas turcas. Tan sólo tres años después, en 1529, Soleimán encabezaba el mayor ejército que había pisado suelo europeo hasta ese momento. Su destino no podía ser otro que la capital imperial: Viena.

En aquel momento, estaba aún muy reciente en Europa, no habían pasado 40 años aún, la expulsión de los árabes de España, tras la rendición en 1492 del reino nazarí de Granada, poniendo así fin a cerca de ocho siglos de presencia en la península y, por tanto, en suelo europeo.

Por eso ahora, el temor a otra invasión estaba en la mente de todos. Viena se convertía en la nueva frontera entre el Sacro Imperio y el Imperio otomano, o lo que es lo mismo entre la Cristiandad y los infieles, de tal modo que la batalla que había de librarse a sus puertas era decisiva para el destino de todo Occidente.

El muy español Fernando, rey de Hungría y archiduque de Austria, (tan español que había nacido en Alcalá de Henarés en 1503) se movió a toda prisa, pero no pudo evitar que, acabando el verano de 1529, un gigantesco ejército que rondaría los 150.000 hombres, se plantara a las puertas de Viena . Al frente, Soleimán en persona.

Los defensores austriacos de la ciudad, entre 17.000 y 24.000 según las fuentes (más de siete atacantes por cada defensor), no recibieron demasiada ayuda exterior en número, pero sí en cuanto a la calidad y, de hecho, los que se sumaron fueron relevantes. Destacaron 1.500 lansquenetes alemanes y 700 arcabuceros españoles de Medina del Campo enviados por la reina viuda María de Hungría, hermana de Fernando, que habrían de ser determinantes, dirigidos por el conde Nicolás de Salm, un veteranísimo guerrero belga de 70 años que llevaba en combate desde los 17, se había distinguido en Pavía y ahora tenía que cerrar Viena frente a los turcos.

¿Qué hacían allí 700 arcabuceros? Sostener al rey Fernando, hijo de Felipe el Hermoso y de Juana I de Castilla, precisamente. Siete años atrás, Fernando, en tanto que archiduque de Austria, había intentado entrar en Viena, su capital, pero los patricios de la ciudad le habían cerrado el paso. Pidió el hermano de Carlos I ayuda a España, a su patria, y en Medina del Campo se plantó un banderín de enganche para reclutar soldados.

¿Y por qué Medina del Campo precisamente? Pues porque la ciudad había sido clave en la sublevación comunera contra Carlos V, lo que le había valido un severo castigo. Ahora, perdida su prosperidad trataba de congraciarse con el Emperador contra el que se habían rebelado y, además, para sus jóvenes era una forma de buscarse la vida y ganar gloria y fortuna.

Los arcabuceros atravesaron Europa en dirección a Viena por territorios hostiles y cuando por primera vez las tropas castellanas entraron en Viena, se encontraron con un ambiente terrible y un idioma y unas costumbres que les resultaban extrañas. La población, mayoritariamente protestante, recelaba de los españoles, fanáticos católicos y decididos a defender su santa religión hasta la muerte. Este era el estilo de los tercios españoles del siglo XVI.

Una vez la “hysspanisch khnecht” llegó a Viena, el archiduque Fernando “citó” al Cabildo de Viena a Wiener Neustadt, a 40 kilómetros de Viena donde situó la Corte después del desacato de la ciudad. El tribunal condenó a muerte al alcalde y a los siete concejales que terminaron en la horca, en la misma Plaza Mayor de Wiener Neustadt el 11 de agosto de 1522.

Ahora aquellos arcabuceros estaban allí, en Viena, quizás muchos pensarían que en sitio y el momento equivocados, pero la historia demostraría que no.

Según relata José Javier Esparza en su libro “Tercios”, Salm convirtió la ciudad en una fortaleza inexpugnable: hizo salir a todos los que no estaban en disponibilidad de combatir, ordenó acumular en el interior todos los víveres existentes, arrasó todo el campo más alla de las murallas, cubrió de empalizadas la orilla del Danubio...”

Para evitar que el rebote de los disparos hiriera a los defensores, hizo levantar los adoquines de piedra de la ciudad y edificar con ellos una segunda muralla dentro de la antigua.

Los 700 españoles se situaron en la muralla sur, lugar especialmente vulnerable por eso uno de los puntos más probables de penetración otomana y repelieron uno tras otros los intentos de asalto salvando a la ciudad de caer.

El día 29 de septiembre tuvo lugar una escaramuza que fue célebre. Soldados de los tercios y otros de infantería sorprendieron a un grupo de turcos que habían dejado sus armas amontonadas, comiendo uvas en una viña junto a la Schottentor. Los tercios les persiguieron y acecharon empujándoles hasta el Danubio, donde fueron abatidos o ahogados por sus aguas 1.500 hombres.

Cabe decir que a Salm también le ayudó la lluvia. Llovió mucho en aquellas fechas, tanto que el asedio se convirtió en un auténtico infierno para los otomanos. Las mismas armas de fuego que les habían dado la victoria en Constantinopla, Rodas y Belgrado, ahora quedaban inutilizadas por las lluvias y el campo de batalla era un barrizal impracticable.

Además, y a pesar de su superioridad numérica, el ejército otomano estaba mal equipado para un asedio. Los jenízaros intentaron una y otra vez asaltar las brechas de la muralla, pero las alabardas de los lansquenetes alemanes y los arcabuceros españoles les cerraron el paso.

La falta de provisiones, las bajas (entre 15.000 y 20.000 soldados) y la impotencia empezaron a hacer mella en las tropas otomanas.

Según una crónica turca del asedio describe una salida de españoles al mando de Jaime García Guzmán, natural de Medina, para destruir las minas que amenazaban las murallas de Viena. La acción no tuvo éxito y el medinense murió en la refriega, pero el contraataque de los tercios infligió una severa derrota a los otomanos.

El 13 de octubre, Soleimán tomó una decisión drástica: se le estaban acabando los víveres y el tiempo empeoraba así que lo intentó una última vez: “tres gruesas columnas de jenízaros cargaron sobre los muros de Viena; quizá la acumulación del mayor número posible de hombres lograría imponerse sobre los defensores a pesar de la estrechez de las brechas. Pero no: los arcabuces de los españoles y las alabardas de los lansquenetes trituraron a los atacantes. Dos horas de sangre y fuego. Veinte mil jenizaros quedaron muertos en el campo”, relata Esparza en su libro.

Finalmente, Soleimán se retiró a mediados de octubre a Constantinopla, pero la decisión llegaba tarde para sus ejércitos. la lluvia había dejado los caminos impracticables, el frío del otoño centroeuropeo azotaba a hombres y bestias y los imperiales, victoriosos, no dejaron de hostigar al enemigo en su retirada. En aquellas guerrillas de acoso brilló el nombre del español Juan de Manrique.

Al final de la batalla, el ejército otomano perdió entre 14.000 y 30.000 hombres. Los defensores de Viena tuvieron entre 1.500 y 2.000 bajas mientras que de los 700 arcabuceros llegados desde Medina del Campo, solo 250 sobrevivieron al asedio.

Nicolás de Salm murió en 1530 a consecuencia de las heridas recibidas. Su sarcófago renacentista puede verse en la iglesia Votiva de Viena.

El sultán quiso intentar de nuevo la conquista de la ciudad tres años más tarde, en 1532, pero encontró a los defensores apoyados por un gran ejército bajo el mando, ahora sí, del emperador Carlos V, y no pudo acercarse a ella.

 

 

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LA RAZÓN






 

 

 
 Pirata Oscar 

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