PARÍS 2024 | JUDO
‘Tato’ Mosakhlishvili y Ai Tsunoda caen en el combate por el bronce. El judo, tras la medalla de Garrigós, vuelve a su mal fario.
Un viaje al pasado. El sábado, Fran Garrigós, con la primera medalla de la delegación española en los Juegos de París, de bronce, rompió una maldición que azotaba al judo patrio desde hacía 24 años, casi un cuarto de siglo, con Sídney 2000 como última alegría. En ese periodo de tiempo, el arte marcial japonés, cruel con los españoles, había castigado a los deportistas patrios con siete quintos puestos y ningún metal. En total, se habían perdido nueve bronces. Desde este miércoles, con el oasis de Garrigós en medio, ya son once. Ni Tristani ‘Tato’ Mosakhlishvili ni Ai Tsunoda, ambos quintos, dos diplomas más, se pudieron sumar a la parte bonita de la historia. La jornada, un cóctel de emociones, que se entremezcló también con las oportunidades perdidas en tiro olímpico, terminó sirviendo drama.
Ai Tsunoda, que cedió en el combate por el bronce contra la austriaca Michaela Polleres (3ª), fue la primera en perder la oportunidad de subirse al podio. La actuación de la española, nacida en Lleida, pero de padre nipón, Go, y madre francesa, Céline Roustant, ambos maestros además de progenitores, fue un canto al futuro, pero se quedó corta en el presente. A sus 22 años, Tsunoda, 10ª del mundo, ya ostenta siete medallas internacionales en categoría absoluta. La explosión arrancó cuando se proclamó doble campeona mundial júnior (2021 y 2022). En París, antes de llegar a Polleres, le frenó su progresión la número uno del mundo, la croata Barbara Matic, que prevaleció en el asalto de oro, más allá del límite, por una penalización. Antes, Ai sí había podido mostrar su potencial contra la eslovena Anka Pogacnik (18ª). Pese a la sensación de haberlo hecho mucho mejor, sin embargo, fue su única víctima del día.
El caso de Mosakhlishvili (14º) fue todavía más cruel. El hispanogeorgiano, al que apodaron ‘Tato’ cuando aterrizó en España, no pudo aprovechar dos oportunidades para colgarse el bronce. Primero, en semifinales, no pudo con el número uno del ranking y campeón olímpico, Lasha Bekauri, que ya le había apartado de una medalla en su único duelo hasta el momento, en los Mundiales de 2022. Luego, el verdugo fue el griego Theodoros Tselidis (15º). Antes, había desprendido un aura terrorífica para los rivales y esperanzadora para los españoles. ‘Tato’, “un tigre, un animal”, en palabras de uno de sus entrenadores, Sugoi Uriarte, que hablaba con AS mientras su pupilo trituraba rivales, parecía tener el día. “Es muy fuerte físicamente. Es un ganador nato. Su único defecto es que, a veces, no tiene paciencia”, decía Uriarte, mito del judo español, que prepara a Tristani al lado de su esposa, la también judoca Laura Gómez, en Valencia.
Garrigós, un oasis para el judo
Mosakhlishvili llegó a España en 2017 y recibió la nacionalidad por carta de naturaleza en enero de 2022, después de un largo proceso en el que Quino Ruiz, de ese gimnasio en Brunete que aporta cinco de los nueve olímpicos en París, tuvo un papel fundamental. Tras trabajar bajo las órdenes del maestro madrileño, y al lado de Niko Shera, del que fue sparring en Tokio (este jueves, desde las 11:36, será el último judoca español que participe en París), se trasladó al Mediterráneo para seguir puliéndose en el Centro de Alto Rendimiento de Benimaclet, con Sugoi y Laura, ambos mitos nacionales. Sangre georgiana cultivada en las dos mecas del judo español. Una bestia que arrasó a Komronshokh Ustopiriyon (20º), de Tadjikistan, a Erlan Sherov (4º), de Kirguizistan, y al brasileño Rafael Macedo (11º), pero que se topó con una maldición que, pese a Garrigós, aún asoma. Niko es la última bala para volver a tumbarla.
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